Entre el turismo del narco y la urgencia de nuevas historias

Irene Muñoz Trujillo.

La industria del entretenimiento en Estados Unidos y México ha convertido al narcotráfico en un protagonista omnipresente. Series, películas, libros y, sobre todo, música —especialmente los narcocorridos—, han glorificado una estética de violencia y poder que ha permeado profundamente en el imaginario colectivo. Esta narrativa ha resultado tan rentable como peligrosa, ha exportado una imagen de México ligada al crimen organizado, y al mismo tiempo ha creado formas de turismo macabro que giran en torno a sus íconos.

Ante la curiosidad, existen recorridos no oficiales que visitan las tumbas de capos, locaciones de series o sitios donde ocurrieron enfrentamientos. El culto alrededor de personajes reales y ficticios ha dado pie a una curiosa mezcla entre cultura pop y criminalidad. Esto ha generado un tipo de turismo que no necesariamente deja desarrollo, pero sí impone etiquetas difíciles de borrar.

Lo preocupante es que estas narrativas no solo afectan la imagen externa de un destino turístico; también distorsionan la forma en que su propia sociedad se ve a sí misma. Impactan el orgullo local, normalizan entornos de violencia y condicionan la aspiración de nuevas generaciones, especialmente en comunidades donde las oportunidades reales siguen siendo limitadas. En términos de desarrollo turístico, esto equivale a hipotecar el futuro a cambio de un presente basado en el morbo.

Aúnado a ello, los hechos recientes como son la cancelación de conciertos y la censura a artistas que interpretan narcocorridos ha abierto nuevamente el debate. ¿Es la música culpable o solo un reflejo del entorno? ¿Dónde trazar el límite entre libertad de expresión y apología del delito? Prohibir no es, por sí solo, una solución efectiva. Pero tampoco podemos ignorar el rol de la cultura en la normalización de la violencia.

La verdadera urgencia está en recuperar el relato. Necesitamos nuevas historias que hablen de quienes siembran, crean, educan, innovan y transforman. Necesitamos series que retraten a nuestras comunidades, la inteligencia de nuestros jóvenes, el arte que nace en las periferias, y el orgullo por lo propio. Necesitamos música que narre el amor por la tierra, la resistencia, la unión y la esperanza.

No se trata de maquillar la realidad ni de caer en discursos ingenuos. Se trata de comprender que el relato que predomina, define el futuro. Y si dejamos que el único referente cultural de millones de jóvenes sea la figura del narco, con su estética, su estilo de vida y su impunidad, estaremos renunciando a la posibilidad de construir un país diferente.

Recuperar a la sociedad empieza por disputar el espacio simbólico. Es hora de apostar por narrativas que inspiren y que conecten con una identidad más profunda, compleja y luminosa que la que ofrecen las balas y los corridos. Solo así, los destinos turísticos podrán reconstruir no solo su imagen, sino también su tejido social y su vocación de futuro.

 

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