El Siglo antisocial

Humberto Morgan Colón.

El siglo antisocial es un artículo-ensayo, del licenciado en ciencias de la comunicación y editor de la prestigiosa revista estadounidense de Atlantic, Derek Thompson, publicado en su edición de febrero de 2025.

En el artículo, Thompson analiza la transformación social que ha experimentado el mundo en las últimas décadas, marcada por un progresivo aislamiento de las personas y una creciente preferencia por la soledad, impulsada en gran parte por la tecnología y los cambios culturales.

El autor observa que, si bien la pandemia de COVID-19 agudizó esta tendencia, la misma se venía gestando desde mucho antes y continúa profundizándose tras el fin de los confinamientos.

Thompson toma como punto de partida el auge de los servicios de Delivery y cómo estos han vaciado restaurantes que solían ser espacios de socialización. La escena de alguien comiendo solo, incluso dentro de un local, se ha vuelto habitual. Este fenómeno recuerda a lo sucedido con el cine. En el siglo XX, ir al cine era una experiencia compartida, mientras que hoy ver películas es una actividad solitaria que se realiza desde el hogar.

Esta transición, señala el autor, ilustra una tendencia más amplia, los espacios físicos de encuentro están siendo reemplazados por interacciones virtuales o por el aislamiento voluntario. Argumenta que vivimos en una época marcada por una “soledad autoimpuesta”, una de las características más notables del siglo XXI.

En 2023, el director general de salud pública de Estados Unidos, alertó sobre los efectos negativos de esta soledad en la salud, comparables a los del tabaco y la obesidad. Sin embargo, Thompson matiza, estar solo no siempre equivale a sentirse solo. Muchas personas eligen conscientemente vivir de este modo y no reportan sentirse solas, lo que complica la identificación de una verdadera “epidemia de soledad”.

Aun así, el consenso entre expertos de diversas disciplinas apunta a que la soledad elegida se está extendiendo y afianzando en la sociedad. Esta elección, en apariencia individual, ha derivado en una cultura antisocial.

A modo de contraste, el autor recuerda cómo en la primera mitad del siglo XX florecieron los espacios públicos, asociaciones civiles, clubes y teatros. Pero partir de los años 1970, comenzó una retracción paulatina de esa infraestructura social, impulsada por el auge del individualismo y la creciente inacción estatal en este campo.

El teléfono celular ha heredado el rol que antes ocupaba la televisión como principal obstáculo para el contacto social. Los jóvenes pasan alrededor de un tercio del día frente a una pantalla.

Aunque algunas de estas interacciones son sociales, como mensajes o publicaciones, se trata de conexiones superficiales que no sustituyen la interacción cara a cara. Más preocupante aún es lo que los jóvenes no hacen, mientras usan estos dispositivos, jugar al aire libre, resolver conflictos o desarrollar habilidades sociales básicas.

El psicólogo Jonathan Haidt, advierte que esta falta de socialización en la infancia puede llevar a una adultez emocionalmente frágil. La ansiedad y la depresión entre jóvenes se han disparado. Encuestas recientes en EU y Argentina muestran que más del 50% de los adolescentes reportan sentirse tristes o ansiosos. A pesar de esa angustia, muchos no intentan reconectarse con el mundo físico, sino que celebran su aislamiento.

Thompson también reflexiona sobre el desarrollo de las amistades. Basándose en las ideas del psicólogo Irwin Altman, describe cómo la intimidad requiere tiempo y progresividad. La interacción cara a cara permite una construcción paulatina de confianza que hoy se ve dificultada por la tecnología.

El celular ha generado una paradoja, estamos más conectados que nunca y, al mismo tiempo, más solos. Las líneas entre estar solo y estar acompañado se han difuminado.

Un fenómeno relevante que analiza es el surgimiento de una “masculinidad solitaria”, caracterizada por hombres que evitan los compromisos familiares y dedican su vida a la auto-optimización. Esta figura se ha vuelto popular en redes sociales, donde muestran rutinas sin contacto humano.

Los datos confirman que los hombres jóvenes son quienes más tiempo pasan solos. En este aislamiento, se pierde algo fundamental, el sentido de ser necesario para otros, lo que afecta nuestra pertenencia a la comunidad.

Sin embargo, hay quienes sostienen que algunos vínculos se han fortalecido. El investigador Mark Dunkelman señala que padres e hijos hoy pasan más tiempo juntos, y que la comunicación entre parejas es más constante gracias a los dispositivos móviles. Además, las redes sociales permiten conectarse con personas afines alrededor del mundo.

No obstante, Thompson advierte que este fortalecimiento se da en los extremos del círculo social, el núcleo íntimo (familia, amigos cercanos) y el anillo externo (redes digitales). Lo que está desapareciendo es el círculo intermedio, las relaciones con vecinos, conocidos y compañeros. Este círculo, que Dunkelman llama “la aldea”, es crucial porque enseña tolerancia, diversidad y permite el ejercicio de la democracia.

La erosión de la aldea no es solo un fenómeno interpersonal, sino político. La falta de contacto con personas con ideas distintas ha contribuido al surgimiento de una política polarizada y destructiva. El desacuerdo, que debería practicarse con respeto y apertura, ha sido reemplazado por una lógica de enemistad constante. La soledad política, practicada desde redes sociales en lugar de comunidades reales, alimenta el nihilismo y el deseo de caos.

El artículo advierte también sobre el rol de la inteligencia artificial en esta tendencia. Con la aparición de acompañantes virtuales que simulan empatía sin conflicto, se abre la posibilidad de que futuras generaciones prefieran vínculos artificiales a relaciones humanas complejas. Esta transformación amenaza con profundizar aún más el aislamiento social, especialmente entre quienes no han desarrollado habilidades sociales fuertes.

El texto concluye señalando que la infraestructura social (espacios públicos, actividades comunitarias) ha sido abandonada por el Estado mientras el sector privado invierte en entretenimiento digital que atrapa a los jóvenes en mundos virtuales.

Esta desconexión del mundo físico, afirma Thompson, no es irreversible. Si bien no hay soluciones simples, hay caminos posibles, recuperar rituales colectivos, fomentar el encuentro y cambiar normas sociales a partir de pequeñas acciones cotidianas. Desde invitar a un amigo, saludar a un vecino o simplemente dejar el celular de lado por un rato, cada acto contribuye a la reconstrucción del tejido social.

En suma, El siglo antisocial no es solo un diagnóstico de una sociedad más solitaria, sino una advertencia sobre los riesgos de una cultura que ha sustituido la vida compartida por la comodidad individual. Pero también es un llamado a recuperar la comunidad, reconstruir los vínculos perdidos y reimaginar una vida más rica en relaciones humanas.

 

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