Alejandro Rodríguez Cortés*.
La guerra intestina en Morena presenta ya tintes que no por previsibles dejan de ser dramáticos aunque divertidos.
Una de las cosas que más presumen miembros y simpatizantes de la mal llamada Cuarta Transformación, es una supuesta unidad indisoluble que sólo era aparentemente posible con Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional. Soy de los que piensan que el tabasqueño sigue al mando, por lo que o él mismo provoca división en aras de mantener su propio poder y proyecto, o Claudia Sheinbaum no quiere ni es capaz de poner orden.
Así, tenemos un circo de varias pistas, con enfrentamientos hasta hace poco impensables, por lo menos pública y mediáticamente. El bochornoso episodio de varios morenistas dándole la espalda a la presidenta mientras se tomaban una foto con el heredero Andy López Beltrán es apenas la punta de un iceberg rupturista que llega hasta el dilema presidencial de entregar o no políticos obradoristas y aceptar con ello la alianza del crimen organizado con la 4T.
Pero por otro lado, en el marco de la Reforma Judicial, las tres ministras que iniciaron la debacle en la Suprema Corte de Justicia de la Nación están trenzadas en una férrea lucha en pos de la presidencia de ese tribunal, donde el ala más radical de la 4T se empeña en descarrilar a la plagiadora Yasmín Esquivel y apoyar a Lenia Batres, acosada a su vez por Loretta Ortiz. Las fieles togas que fueron alfombras de AMLO están ahora enredadas entre sí.
En otro escenario, el obradorista recalcitrante, Marx Arriaga, explota furioso porque mandaron revisar los libros de texto gratuitos que él diseñó y que por chafas y doctrinarios han sido objeto de descalificaciones de propios y extraños. Las esquirlas de esta explosión salpican a la primera dama que no lo fue y hoy se ve distante del caudillo.
No puede pasar desapercibido el pleito entre los mismísimos comunicadores que conformaron el escuadrón de aplaudidores del régimen y se disputan los espacios -con sus correspondientes emolumentos- en la televisión pública. Concretamente, el Canal Once se ha vuelto un botín de quienes reclaman su recompensa por ser ominosamente lambiscones y se revuelcan rabiosos entre ellos.
Ya que hablamos de pseudoperiodistas y opinadores, pareciera que los espacios coptados por el oficialismo se convierten en una arena de supuestos arrepentimientos editoriales en torno a temas específicos, sobre todo aquellos en donde la presidenta Claudia Sheinbaum ha dado tímidas muestras de corregir errores del pasado inmediato. Aquí destaca desde la posición dizque crítica del periódico La Jornada, hasta las maromas para explicar el propio divisionismo interno por parte de plumas que no habían lastimado al gobierno ni con el pétalo de una opinión contraria.
Pero la cereza del pastel, la muestra inequívoca de crisis en un muy joven pero inexorablemente roto partido morenista, se mostró con el caso Cuauhtémoc Blanco. La presidenta con A no fue capaz de lograr unidad ni siquiera con la bandera de feminismo, echada a un lado en aras de proteger a un presunto agresor sexual que ya se convirtió en símbolo de impunidad, avalada por pactos inconfesables y dinero sucio en campañas y gobiernos locales.
El sello de la casa: todo se va a la mierda en aras de un proyecto de poder autoritario que se resquebraja mucho más pronto de lo previsto. Lamentablemente, los mecanismos para expulsarlo han sido ya demolidos y sus destructores ahora se comen entre ellos por apoderarse de lo que quede. Chairo sí come carne de chairo.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz