Cuauhtémoc Blanco y el mito de la “sororidad”

Carlos Arturo Baños Lemoine / Ciudadano Cero

Carlos Arturo Baños Lemoine.

En mi artículo anterior exhibí la farsa que se halla detrás del mito feminista de la “sororidad” y, para mi sorpresa, los arcanos me favorecieron de inmediato al obsequiarme la polémica y escandalosa votación que favoreció al ex futbolista y ahora Diputado Federal Cuauhtémoc Blanco, gracias a la cual éste seguirá conservando la protección de su fuero: tendrán que esperar unos años, pues, quienes quieren verlo enfrentando las acusaciones de violencia sexual que le ha hecho su media hermana.

Con el Caso de Cuauhtémoc Blanco una vez más ha quedado demostrado que eso de la “sororidad” es un vulgar mito del feminismo, ya que, en los hechos y más allá de la teatralización demagógica, no existe la supuesta hermandad que une a las mujeres en tanto víctimas del “patriarcado” y en tanto “compañeras de lucha por la liberación femenina”.

Apenas el pasado 08 de Marzo, miles de mujeres feministas atascaron varias avenidas de muchas localidades de nuestro país para manifestar su “solidaridad” y su “fraternidad de género”. Pero, claro, como siempre sólo se trató de una burda escenificación, de una farsa más. La realidad siempre llega para quitarles las máscaras a todas esas partidarias del feminismo.

Lo que sucedió en la Cámara de Diputados el pasado martes 25 de marzo (“Día Naranja”, por cierto) nos demostró que el feminismo no sólo es una colección de falacias, falsedades, ficciones, fantasías y fantasmagorías; también es un conjunto de prácticas políticas totalitarias que muchas veces adolecen de incongruencia. Y esto no debe sorprendernos, ya que el feminismo es una masa de ideas débiles y defectuosas que, por lo mismo, carecen de solidez, de coherencia y de sustancia. Por esta razón, tales ideas resultan sumamente maleables y manipulables al grado de quedar reducidas al sin sentido, a la contradicción, a la nada.

Todos fuimos testigos de cómo las fuerzas de la Cuarta “Transtornación” Mental se dividieron en la votación, incluyendo a las diputadas que se declaran feministas. Y, obvio, de inmediato le echaron la culpa de sus expectativas frustradas al “pacto patriarcal”; la salida facilona y mágica de siempre.

Y es que hasta a las propias feministas les cuesta trabajo aceptar que, en momentos claves y trascendentes para la vida de las propias mujeres, esa cosa marciana de la “condición de género” muy pocas veces es lo que más pesa o más importa en la toma de decisiones.

Para las mujeres de carne y hueso, para las mujeres del día a día, son otros los factores que terminan pesando más que la “condición de género”, como pueden ser: el linaje, la posición económica, el cargo público, el sistema de complicidades, las fidelidades corporativas, el flujo de ingresos, las expectativas económicas, los contratos o las prebendas en puerta, la negociación de favores mutuos, las camarillas políticas, los padrinazgos, los compromisos inconfesables, las venganzas y un larguísimo etcétera.

Eso de la “sororidad”, pues, no pasa de ser un aburrido y tedioso cuento fantástico.

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