El caso del Rancho Izaguirre, una mirada desde la posverdad y la polarización

Humberto Morgan Colón.

El Rancho Izaguirre, ubicado en Teuchitlán, Jalisco, se ha convertido en otro lamentable símbolo de la vergüenza nacional. No solo por los escalofriantes hechos que se presume, han ocurrido en ese lugar, convertido en centro de adiestramiento y muerte para un número aún indeterminado de personas, sino también por la lucha mediática que ha desatado su descubrimiento.

Lejos de centrar la atención en las víctimas, la discusión pública ha derivado en una confrontación entre el Gobierno de la República, respetables colectivos de madres buscadoras, figuras relevantes de los medios de comunicación y actores políticos de la oposición. Una batalla en la que, tristemente, parecen pesar más los intereses partidistas y la búsqueda de ventaja política que el esclarecimiento de los hechos o la exigencia de justicia.

Así, los relatos se manipulan, se minimizan o se magnifican, según convenga, generando una nueva guerra de narrativas que ha vuelto a polarizar a la sociedad, como si aún viviéramos en aquellos intensos días de campaña.

En enero pasado, publicamos en esta columna una reseña del libro Posverdad y otros enigmas, del filósofo italiano Maurizio Ferraris. En esa obra, el autor sostiene que la posverdad es un fenómeno contemporáneo que surge de la confluencia entre la filosofía posmoderna, la historia reciente y los avances tecnológicos. Hoy, más que nunca, sus reflexiones resultan pertinentes.

Por ello, creemos necesario volver a poner sobre la mesa las ideas de Ferraris, creador del Nuevo Realismo, para entender cómo la verdad ha sido desplazada por narrativas diseñadas para moldear percepciones, más que para reflejar hechos. Porque, en medio del dolor y la incertidumbre, urge recuperar el sentido de realidad, el compromiso con la verdad y, sobre todo, la empatía con las víctimas.

En esta obra, el autor sostiene que la posverdad es un fenómeno social tan real como una recesión económica, con efectos tangibles en la política, los medios de comunicación y la web. En este contexto, las opiniones y las “verdades alternativas” tienden a reemplazar los hechos objetivos.

Aunque siempre han existido las mentiras, Ferraris afirma que la posverdad es un concepto nuevo y central para comprender nuestra época, caracterizada por la arrogancia de creer que lo sabemos todo, sin que esta creencia se corresponda con la realidad.

Según Ferraris, la posverdad tiene sus raíces en la posmodernidad, corriente filosófica que promueve la irracionalidad, el relativismo y el escepticismo frente a la verdad. Influenciada por pensadores como Nietzsche y Heidegger, la posmodernidad niega la existencia de una verdad objetiva y sostiene que “no existen hechos, solo interpretaciones”. Esta idea ha debilitado las nociones tradicionales de verdad y ha propiciado una “verdad” más flexible y manipulable.

El autor argumenta que la posverdad se alimenta del debilitamiento de los grandes relatos que justificaban el saber. En este escenario, la razón del más fuerte se impone, y la verdad se convierte en una cuestión de poder. Mientras la modernidad educó en el respeto a la verdad, la posmodernidad se fascinó con su opuesto: la potencia de lo falso. Nietzsche sintetizó esta postura con su famosa frase: “No existen los hechos, solo las interpretaciones”. Esta idea refuerza la ilusión de que siempre tenemos razón, independientemente de que la historia o la experiencia nos desmientan.

Ferraris describe la evolución de la mirada posmoderna sobre la verdad en cuatro fases. La primera es el desenmascaramiento, donde filosofías radicales del siglo XX ven la verdad como un instrumento de dominación. La segunda es la institucionalización, en la que la verdad se transforma en autoridad y se usa para crear instituciones políticas.

La tercera es la liberalización, donde, tras la caída de los totalitarismos, la verdad se percibe como peligrosa y autoritaria. Finalmente, la cuarta fase es la polarización, donde las ideas posmodernas derivan en populismo y luego en posverdad, amplificadas por los medios de comunicación y las redes sociales.

Según Ferraris, este proceso de desenmascaramiento se inició en 1873 con la obra de Nietzsche “Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral”. Para los posmodernos, la verdad es solo un constructo moralista que oculta la dura realidad. Desde esta perspectiva, la ciencia es un mito, los expertos son farsantes o están engañados, y la moral es un instrumento de los débiles contra los fuertes.

El autor también analiza la relación entre ciencia, emoción y verdad en los siglos XIX y XX. Aunque este período se asocia con la razón instrumental, también hubo reacciones en contra, con un auge del sentimentalismo y el rechazo a la ciencia. Ferraris sostiene que ahora la verdad no nos hace felices, sino que puede ser una carga. En contraste, la ignorancia brinda una felicidad ilusoria, sustentada en las apariencias.

Los populismos contemporáneos se han beneficiado de la separación entre democracia y verdad. Mientras los posmodernos creían que abandonar la verdad liberaba a la humanidad, los postruistas (promotores de la posverdad) la sustituyeron por “verdades alternativas”. A diferencia de los posmodernos, los postruistas no son relativistas ni irónicos: consideran sus verdades alternativas como absolutas y las del adversario como mentiras. Para ellos, la mejor manera de imponer su verdad es desacreditar la del otro, acusándolo de mentiroso, vendido o estafador.

Si la sociedad ideal de los posmodernos era un entretenimiento infinito, la de los postruistas es una cacofonía de tweets y posts donde todos se mandan a callar, silenciando el debate público. Los postruistas abusan de la redundancia y generan una avalancha de bullshit en redes sociales.

Ante este panorama, Ferraris propone aprovechar la posverdad como una oportunidad para reflexionar sobre la verdad y desarrollar un enfoque progresivo, en lugar de regresar a un orden anterior. Define la verdad como el encuentro entre ontología (lo que existe) y epistemología (lo que sabemos), mediado por la tecnología. Su propuesta busca superar la división entre hermenéuticos y analíticos, planteando la “meso verdad”: una verdad mediada tecnológicamente.

Para Ferraris, la tecnología es fundamental para el acceso a la verdad. Define la ontología como portadora de verdad, la tecnología como hacedora de verdad y la epistemología como enunciadora de verdad.

La verdad debe ser dicha, enunciada y registrada, pues, como afirmaba San Agustín, sin comprensión, transmisión y registro, la verdad no existiría. Para Ferraris, enunciar y fijar la verdad no es solo una cuestión científica, sino un elemento esencial de la dignidad humana.

Concluye enfatizando lo contrario a lo afirmado por Nietzsche “Por qué hay hechos, hay interpretaciones”.

En el caso que hoy nos ocupa, nos encontramos atrapados en el dilema de determinar si el Rancho Izaguirre es un campo de exterminio o únicamente un sitio destinado al reclutamiento, adiestramiento y muerte. Frente a esta disyuntiva, no queda más que esperar los resultados de las investigaciones, en las que resulta indispensable, y deseable, la participación activa de la sociedad civil y sus colectivos. Solo así, como bien sugiere Maurizio Ferraris, podremos acceder a una verdad sustentada en evidencia científica, facilitada por la tecnología como herramienta generadora de verdad.

De este modo, se podrán confirmar los hechos desde una base ontológica, es decir, como realidades que existen independientemente de la interpretación y, al mismo tiempo, desde una perspectiva epistemológica, es decir, como conocimiento objetivo, verificable y evidente. Solo entonces será posible enunciar la verdad con claridad, más allá de las narrativas, intereses o pasiones del momento.

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