Rubén Cortés.
Los libros, como las personas, no dicen siempre lo mismo. Releo, 20 años después, Las entrevistas de Núremberg. Y encuentro, más que del alma de los asesinos, mucho sobre la psique de los adulones y colaboracionistas subidos al carro de los déspotas.
Streicher, un fanático antisemita y fundador del diario Der Stürmer, se asombra de que lo juzguen. Le preguntan si tuvo sensación de culpa durante el exterminio de los judíos. Y responde riéndose: “¿Por qué? ¡Yo no tuve nada que ver con eso!”
En total, 11 fueron a la horca, tres recibieron cadena perpetua; dos, veinte años; uno, quince; otro, diez. Y ninguno sabía ni participó en nada. Trataron poco a Hitler, pese a ser sus hombres de confianza. Ah, y estaban contra el exterminio.
Así se presentan los líderes nazis encausados en Núremberg, durante los interrogatorios médicos con Leon Goldensohn, siquiatra de la parte estadunidense en el proceso, cuyas notas fueron rescatadas por su hermano Eli en una librería de viejo.
Las pláticas de Goldensohn con los reos son Las entrevistas de Núremberg, un recorrido de 550 páginas por los mecanismos del alma en asesinos que, enfrentados a sus propios horrores, no los reconocen y desplazan hacia otros la responsabilidad.
Así se muestran las miembros del cuerpo del nazismo:
–Sus brazos (Dönitz, jefe de la Marina; y Göring, de la Aviación)
–Su corazón (Höss, comandante de Auschwitz)
–Su lengua (Fritzsche, director de Emisoras)
–Sus piernas (Fung, ministro de Economía)
–Sus ojos (Ribbentrop, ministro de Exteriores
–Sus oídos (Dietrich, general de la SS)…
Sólo falta la imposible entrevista al cerebro, Hitler, quien nunca es señalado por los entrevistados como el responsable del Holocausto. Ni siquiera es mencionado con rencor. Culpan de las atrocidades a su más cercano colaborador, Himmler.
Hans Frank habla de la “personalidad hipnótica” del dictador y ofrece una explicación freudiana a su crueldad: Hitler compensaba su escasa necesidad de sexo con grandes dosis de sadismo. Y, para Göring, el Fuhrer era “cualquier cosa menos cruel”.
Veamos:
Karl Dönitz: “Supe del exterminio apenas ahora”.
Hermann Göring: “No soy antisemita. Propuse que se salvaran las familias de judíos con 100 años en Alemania”.
Joachim von Ribbentrop: “Me enteré de los campos en 1944. Le pregunté a Hitler y me dijo ‘es propaganda del enemigo’”.
Rudolf Höss: “En Auschwitz murieron 2.5 millones de judíos. Yo personalmente no asesiné. Yo era sólo el director de exterminio”.
Es lo novedoso en mi relectura de Las entrevistas de Nurembergen este renacer de gobernantes déspotas: los arribistas que colaboran con los dictadores no solo traicionan a quienes les rodean; también a los principios más básicos de dignidad y libertad.
Son una marca imborrable de oportunismo servil en la historia.