El huevo de la serpiente

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A la memoria de mis abuelos Sonia y Salomón Berenzon,

y Fenia y Salomón Gorn, de cuya diáspora doy constancia.

Las serpientes, en su proceso de reproducción, pueden ser un poderoso símbolo de cómo las ideologías retrógradas y destructivas se gestan lentamente en las sombras antes de manifestarse con fuerza, como un pensamiento envenenado que deja una huella imborrable en la sociedad. Al igual que el embrión de la serpiente, incubado en silencio, las ideas totalitarias y autoritarias pueden desarrollarse sin ser vistas, infiltrándose en la psique colectiva hasta que emergen con una fuerza arrolladora. Este simbolismo nos habla de la locura del poder en gestación, de una toxina que se siembra en las mentes y que, como las serpientes que emergen de su capullo, se arrastra y devora todo a su paso. En la literatura, esta ha sido la metáfora más socorrida se ha utilizado repetidamente para advertir sobre la seducción de las ideologías extremas, como en 1984 de George Orwell, donde la manipulación del pensamiento y la represión de la libertad son el resultado de un poder omnipresente que arrastra a la humanidad hacia su perdición.

El germen de la serpiente simboliza cómo el autoritarismo, al igual que una serpiente en desarrollo, puede ir tomando forma y transformarse en un peligro deletéreo para la democracia, socavando los cimientos que sustentan las sociedades libres.

En El huevo de la serpiente (1977), película dirigida por Ingmar Bergman, se encuentran elementos simbólicos de la política que reflejan la situación de la Alemania de los años treinta, justo antes del ascenso del nazismo. Bergman refleja cómo la ideología fascista empieza a infiltrarse en la sociedad alemana, envenenando las relaciones humanas y destruyendo los valores democráticos. El recurso del huevo de la serpiente no solo alude al nacimiento del nazismo, sino también a la transformación de la sociedad, que se ve seducida y arrastrada por el veneno de la intolerancia y el autoritarismo, elementos que, aunque pequeños al principio, crecen hasta tener un impacto devastador en la humanidad.

El huevo de la serpiente se ha convertido en una referencia obligada no solo por su capacidad para retratar la ascensión de regímenes totalitarios, sino también por su relevancia universal en la reflexión sobre los peligros de la intolerancia, el autoritarismo y la manipulación política. La película es un recordatorio de cómo las sociedades pueden verse seducidas por ideologías extremistas en tiempos de crisis, y cómo la fragilidad de la democracia puede ser aprovechada por fuerzas oscuras. En el mundo actual, donde resurgen el totalitarismo, el nacionalismo y la polarización política en diversas regiones, El huevo de la serpiente sigue siendo una advertencia sobre la necesidad de mantener vigilante y fortalecida la democracia, promoviendo la tolerancia, el respeto a los derechos humanos y el compromiso con las libertades individuales. Su mensaje es claro: la complacencia y el silencio ante las amenazas al orden democrático pueden tener consecuencias devastadoras, y la historia nunca debe ser olvidada para evitar que se repitan sus errores, pero dicho como una estrategia del conocimiento no un sofisma disciplinario.

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca trae consigo un renovado peligro de resurgimiento de tendencias autoritarias. En este contexto, el uso del lenguaje se convierte en una herramienta clave en la generación de un pensamiento dominante. La fase inicial de los regímenes totalitarios siempre comienza con la manipulación de su narrativa, pues el cerebro humano es particularmente vulnerable a las ideas repetidas que se presentan como verdades absolutas.  De ahí la máxima de que al oír o pensar ideas nuestro pensamiento primero escucha y  con el tiempo actúa.

La argumentación, cargada de demagogia, polariza y deshumaniza, sembrando semillas que poco a poco se desarrollan en lo que accidentalmente se convierte en propaganda de Estado. Las ideas, cuando son aceptadas en un ámbito social, tienen el potencial de crecer y transformarse en movimientos masivos que destruyen las bases democráticas, como se vio en la historia con el ascenso de Hitler en Alemania. El regreso de Trump y su trama divisiva es un recordatorio de cómo las palabras, cargadas de ponzoña, pueden arrastrar a sociedades enteras hacia un camino peligroso, tal como las serpientes que emergen lentamente de su huevo, llevando consigo una ideología que, si no se enfrenta a tiempo, puede arrasar con la democracia.

El discurso de Donald Trump sobre la migración, aunque cargado de exageraciones y acusaciones infundadas, es un modelo clásico de cómo las ideas, aunque extremas, van tomando forma y alimentando la narrativa de exclusión y miedo. Al calificar a los migrantes como “criminales” y culpar a quienes explotan las fronteras por los problemas del país, Trump no solo crea una división evidente, sino que también incita a la creación de un ambiente hostil hacia quienes buscan refugio o mejores condiciones de vida. Al declarar una emergencia nacional en la frontera sur y su retórica sobre la “invasión” de migrantes refuerzan la imagen de un enemigo que debe ser repelido, algo que resuena con el uso del lenguaje como herramienta de control y manipulación en los primeros estadios del totalitarismo, que, aunque hoy se queden en la enunciación como lo ha hecho en otras ocasiones, las propuestas quedan ahí para ser usadas cuando se necesite. El uso de la amenaza ya es una regresión para las formas políticas. Queda la prudencia y la vigilia permanente como recurso.

Si bien estas medidas pueden quedar limitadas a acciones políticas y no avanzar mucho más allá de la retórica, lo cierto es que están cultivando una simiente peligrosa que va tejiendo una narrativa cada vez más polarizada.

El problema de la migración ha sido abordado tanto por conservadores como por liberales, el uso del lenguaje agresivo y simplista de Trump permite que la germinación de un pensamiento retrógrado se fortalezca, alimentando la construcción de un nido que puede tener consecuencias a largo plazo. Aunque sus acciones puedan parecer limitadas, el impacto de sus palabras y la ideología que promueven sigue desarrollándose, abriendo caminos hacia una política que puede debilitar la democracia y los principios de empatía y solidaridad.

En El huevo de la serpiente, Bergman ofrece una profunda reflexión sobre los peligros del ascenso de regímenes totalitarios y la manera en que una sociedad puede ser arrastrada hacia el autoritarismo. La película muestra cómo, en medio de una época de incertidumbre y desesperación, las personas pueden sucumbir a ideologías extremistas que prometen soluciones rápidas. La pragmática le gana a los valores éticos de la condición humana sin ver el peligro que estas conllevan. La figura de la serpiente, cuyo huevo simboliza la gestación de la perversión del poder, es una alegoría enérgica de cómo un pensamiento distorsionado y peligroso puede empezar a desarrollarse de manera tenue y casi imperceptible. Un buen indicador son las formas distorsionadas y abruptas en como se presente. A medida que los personajes se ven atrapados por un sistema de opresión, la trama de la película refleja cómo, en tiempos de crisis, la manipulación del miedo y la promesa de un orden “mejor” pueden llevar a la humanidad a traicionar sus propios valores y principios democráticos. Hoy, más que nunca, esta imagen sigue siendo relevante, ya que observamos el resurgimiento de discursos autoritarios en diversas partes del mundo, donde los líderes apelan al miedo, a la polarización y a la promesa de restaurar un orden supuestamente perdido.

Los diversos significantes de la serpiente en la película de Bergman, con su mensaje sobre la amenaza latente que acecha a la sociedad, se puede entender hoy en el contexto de cómo las ideologías extremistas, aunque a menudo disfrazadas de soluciones a problemas complejos, tienen el potencial de desmantelar las estructuras de los valores republicanos. La película muestra cómo, bajo la apariencia de un orden social restaurado, las fuerzas dominantes pueden crecer a través del uso de la palabra y la manipulación de los temores colectivos, algo que vemos reflejado en la política contemporánea.

En tiempos de polarización y crisis, el ascenso de líderes que recurren a tácticas divisivas y a la deshumanización del otro se convierte en un espejo de cómo el huevo de la serpiente se va incubando. Así como Bergman nos mostró los primeros pasos hacia el desastre, hoy podemos ver cómo, bajo la superficie de un discurso simuladamente inofensivo, las semillas de un autoritarismo peligroso siguen creciendo, amenazando con socavar los principios de libertad, igualdad y fraternidad que sostienen a las democracias.

La serpiente se convierte en una metáfora de racismo y veneno, representando al fascismo que, aunque inicialmente parecía una amenaza pequeña o incluso risible, terminó siendo una fuerza destructiva e imparable. Esta figura de la serpiente, que nace en el seno de una sociedad vulnerable, es capaz de conquistar las mentes de millones, tal como Hitler, Mussolini o Franco lograron movilizar a una buena parte de la población de Europa. Su discurso manipulador, seductor y arrebatado aparentemente inofensivo o incluso atractivo en sus primeras fases, se fue transformando en una maquinaria que arrolló a todo el mundo, llevándola a apoyar la construcción de un régimen de opresión, violencia y destrucción. Esta comparación resalta cómo las ideologías extremistas pueden parecer inofensivas al principio, pero, al no ser detenidas en su fase temprana, crecen rápidamente hasta convertirse en una amenaza global de consecuencias devastadoras.

La famosa frase del doctor Vergerus en la película, que compara el futuro con el huevo de la serpiente, ilustra perfectamente cómo, aunque se pueden prever los peligros del autoritarismo desde su fase embrionaria, es extremadamente difícil erradicarlos antes de que se conviertan en algo grande e incontrolable. La idea de que el conocimiento no se transmite a través del ADN, sino que debe ser aprendido y comprendido por cada generación, subraya la importancia de la cultura, la educación y la historia como herramientas para evitar la repetición de las mismas caídas del sistema democrático.

El conocimiento y la sabiduría acumulada debe ser preservada en libros, en relatos, en las lecciones de las generaciones pasadas, para que la sociedad pueda avanzar y evitar las tragedias del pasado. pero, aquellos que desprecian el estudio de la historia, los “analfabetas históricos”, que prefieren ignorar los horrores ya ocurridos, están condenados a ser partícipes involuntarios o voluntarios de su repetición. La paradoja del mal social es que, a pesar de las señales claras y las advertencias evidentes, la sociedad a menudo es incapaz de actuar a tiempo, y es solo cuando las acciones extremistas ya han eclosionado que se revela su poder destructivo.

Un camino fundamental para enfrentar los fenómenos de odio, autoritarismo y olvido es la memoria histórica. La traza del tiempo. Recordar lo vivido, comprender lo ocurrido y reflexionar sobre los errores del pasado es esencial para evitar que la historia se repita, pero no solo como la doctrina latina de Cicerón en su De Oratore: Magistra vitae, si no en la reflexión firme de la interpretación de la cultura y las civilizaciones Estamos, como sociedad, a tan solo dos generaciones de la Segunda Guerra Mundial, un período marcado por la devastación, la pérdida y el sufrimiento de millones. Si bien el olvido ha sido, en muchos casos, una forma de sobrellevar el dolor de tantas diásporas y tragedias, hoy más que nunca debemos estar atentos al rumor que creciente del peligro que se avecina en el tiempo de la larga duración. No solo debemos mirar al presente, sino también pensar en el futuro, en el legado que dejamos a las próximas generaciones. Honrar a nuestros abuelos, como los míos, que salieron de Polonia y Rumania con heridas que jamás sanaron, significa recordar y transmitir su historia. Lo que podemos hacer por ahora es ser conscientes de nuestra responsabilidad: escuchar, reflexionar, y nunca permitir que el olvido borre las lecciones del pasado. En la conciencia de cada uno de nosotros se construye la barrera contra el regreso de aquellos males y perversiones del poder que creíamos olvidados. No es un momento de egoísmos ni de falsas diatribas; es un relámpago de inclusión y memoria. No pensemos solo en las acciones inmediatas, valoremos la cascada que se forma. La ansiedad paraliza o moviliza ahí está una primera pregunta. Hay momentos en los que el relativismo y la tolerancia no tienen cabida.

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