Trump y la mexicana

Carlos J. Pérez García

Carlos J. Pérez García.

En 48 horas un personajazo tan radical como amenazante ocupará de nuevo la oficina más poderosa del planeta, ahora con menos contrapesos e inhibiciones que nunca. Es, a su vez, nuestro interesado vecino, que viene más agresivo, más suelto, más obtuso y más determinado.

Resaltan sus anuncios de deportaciones masivas y tarifas arancelarias a nuestras exportaciones. Esta segunda presidencia de Trump se suma al hecho de que México ha adoptado políticas públicas contraproducentes a partir de numerosas equivocaciones y ocurrencias.

Tampoco se trata sólo de Trump. Como en otras ocasiones en nuestra historia, mucho es culpa de nosotros los mexicanos, al desatender los graves riesgos de malos gobiernos y pésimas decisiones. La presidencia de López Obrador nos dejó más expuestos de lo que habíamos estado en un siglo, sobre todo en migración y narcotráfico o decaimiento económico, así como en vulnerabilidad energética y alimentaria.

No falta tanto para que sepamos hasta dónde será capaz de llegar. Y no olvidemos que se parece mucho a AMLO en su habilidad para dividir, mentir y hacer su voluntad… Aunque, ojo, nunca pudimos detener al de acá.

Frente a Trump está la mexicana alegría del “pueblo” de México, de la que Sheinbaum habla en ocasiones. Los obradoristas que tanto nos han dividido, piden ahora unidad en torno a la presidenta… Y habrá unidad a favor de México, pero no de los narcotraficantes y sus cómplices en la política.

Frente a la demagogia populista se requiere democracia, estado de derecho, transparencia… Además, el Estado debe cumplir con sus responsabilidades de educar a la población; garantizarle una buena atención a la salud; proporcionarle seguridad; construir infraestructura para atraer inversiones; convocar a entes privados a invertir en lo que más urge pues el gobierno no tiene los recursos ni las capacidades que se necesitan.

* ES EL PLAN MÉXICO una intentona de esbozar diferencias básicas con respecto a graves errores de López Obrador, al delinear ciertas aspiraciones económicas del país con instrumentos para alcanzarlas en un esquema de planeación que no ha existido en México desde 2019, en que fue sustituida la propuesta de Plan Nacional de Desarrollo (PND) del secretario de Hacienda, Carlos Urzúa. Se presentó entonces un panfleto ideológico de frases al gusto del presidente.

Este nuevo ejercicio incluye buenas intenciones y algunos puntos alentadores: reconoce que son fundamentales la inversión (privada) y el crecimiento económico, lo mismo que las empresas que los hagan realidad. Sin embargo, la ilusión sería demasiada cuando un gobierno continúa con tantas ideas malas, todavía en un ánimo protagónico de ser rector y operador. Ojalá que finalmente no sea así.

Es muy sencillo. Nunca serán viables estas elevadas pretensiones mientras prevalezcan las condiciones tan negativas que generan la 4T en lo interno y Trump en lo externo, con promiscuidades entre ambos niveles.

Para 2030, la primera meta es que México esté en el “top 10” mundial de economías en cuanto a tamaño. Pero eso será imposible ante una realidad que no resulta favorable a los negocios: la vital certidumbre jurídica se pierde con la reforma judicial, y el piso parejo para la inversión se ve afectado sin los órganos autónomos. Hay también ocurrencias que limitan la participación privada en petróleo y en electricidad con un tope de 46% a la propiedad (54% para la CFE).

Me temo que, además de que no alcanzaremos tasas de crecimiento que nunca hemos tenido y otros países seguirán creciendo, la meta anual de 100 mil millones de dólares de inversión extranjera directa tampoco se lograría ni con el nearshoring. Las contradicciones son evidentes en este compendio de buenos deseos, sin una articulación de objetivos alcanzables. Así no se modifican las perspectivas.

Los propósitos de creación de empleos y desarrollo tecnológico difícilmente se alcanzarían al revivir viejas ideas de “sustitución de importaciones” o de contenidos nacionales y compras públicas. Las esperanzadoras tendencias a corregir barbaridades del sexenio pasado mejoran el panorama, pero tendrían que concretarse.

Miren, se trata de recuperar buena parte de lo que —aun con fallas— México había logrado en décadas. Tenemos que aspirar de nuevo a niveles que superen lo construido incluso en siglos de desunión dominante y simulación política con los conservadores, los liberales, el porfirismo, los revolucionarios, el PRI y el PAN.

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