Raúl Flores Martínez.
Tabasco, conocido por su riqueza cultural y natural, enfrenta hoy una crisis de violencia que amenaza con desdibujar su esencia, los grupos criminales se disputan el control de la entidad, dejando tras de sí un rastro de inseguridad y dolor para la población.
No es un secreto que este escenario, lejos de ser un fenómeno aislado, es parte de una tendencia nacional que hunde sus raíces en la estrategia federal adoptada durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador: “abrazos, no balazos”.
La premisa de esta estrategia, presentada como una alternativa humanista al enfoque belicista de administraciones anteriores, ha demostrado ser ineficaz para contener la escalada de violencia.
En Tabasco, los homicidios, extorsiones y secuestros se han convertido en parte del paisaje cotidiano, los grupos criminales, envalentonados por una política que evita la confrontación directa, han encontrado terreno fértil para operar con relativa impunidad.
El estado, que alguna vez fue un bastión de paz y desarrollo en el sureste mexicano, ahora es escenario de enfrentamientos armados, ejecuciones y actos de intimidación contra comunidades enteras. Los ciudadanos viven con miedo, mientras las autoridades locales parecen desbordadas y las federales adoptan una postura que raya en la indiferencia.
La estrategia de “abrazos, no balazos” parte de la idea fue atacar las causas estructurales de la violencia, como la pobreza y la falta de oportunidades; Sin embargo, su implementación careció de un plan integral que tenga medidas sociales con acciones contundentes contra los grupos criminales. El resultado es un estado de derecho debilitado y una sensación de abandono entre la población.
En Tabasco, el legado de esta política se traduce en comunidades aterrorizadas y una economía local afectada por la extorsión y el desplazamiento forzado. Los jóvenes, en lugar de encontrar oportunidades de desarrollo, son reclutados por el crimen organizado, perpetuando un círculo vicioso que parece no tener fin.
La población demanda un cambio. Es necesario que las autoridades reconozcan que la estrategia actual no está funcionando y adopten medidas que combinen el combate frontal al crimen con programas sociales efectivos y sostenibles. La seguridad no puede ser un lujo ni una promesa vacía; es un derecho fundamental que debe garantizarse para todos los tabasqueños.
La lucha por devolver la paz a Tabasco es también una lucha por el futuro del país. El gobierno federal y estatal deben dejar de lado las excusas y asumir su responsabilidad. La historia no juzgará por las intenciones, sino por los resultados, y hasta ahora, estos han sido alarmantemente insuficientes.
La preguna ¿Dónde está López Obrador? Seguro no vive en Tabasco, si vive ahí será en medio de un reforzado operativo de seguridad con elementos castrenses, porque es sabido que el miedo no anda en burro.