Boris Berenzon Gorn.
Bajo el espejo, se esconde el alma vacía,
sus ojos brillan, pero nunca miran a los demás,
y en su ego crece la sombra de lo que nunca será.
Las fiestas decembrinas —Janucá, Navidad y Año Nuevo— han marcado de manera significativa tanto las tradiciones religiosas como las culturales de diversas sociedades a lo largo de la historia. Estos momentos de celebración no solo constituyen un tiempo de reflexión y reencuentro, sino también un espacio para el análisis de los valores y las tensiones que atraviesan las familias y las sociedades. Pensemos en estas festividades desde su expresión en la literatura y la música, los símbolos y signos históricos que las acompañan, y las complejidades emocionales que se dan en torno a ellas, incluyendo las crisis y depresiones que pueden surgir durante este período.
Janucá, la Fiesta de las Luces, es una de las festividades más importantes dentro del judaísmo. Esta celebración conmemora la victoria de los macabeos sobre los seléucidas en el siglo II a.C. y la restauración del Templo de Jerusalén. Uno de sus símbolos más emblemáticos es la menorá, un candelabro de ocho brazos que simboliza el milagro del aceite que duró ocho días en el Templo. La celebración tiene un profundo componente histórico de resistencia religiosa y preservación de la identidad judía.
En la literatura judía, Janucá suele ser narrada como una historia de superación frente a la opresión. Los relatos sobre los macabeos y su lucha por la libertad religiosa han trascendido más allá del ámbito religioso, convirtiéndose en un símbolo universal de resistencia. En la música, canciones tradicionales como “Maoz Tzur” y “Sevivon” celebran la victoria sobre el enemigo y la preservación de la fe. La menorá no solo es un símbolo de la luz que ilumina la oscuridad, sino también un símbolo de la esperanza y la permanencia de la cultura judía a través de los tiempos.
Janucá tiene un fuerte impacto en la unidad familiar y la transmisión de tradiciones. La celebración se enfoca en momentos compartidos alrededor del candelabro, en los juegos del dreidel y en la enseñanza de valores como la resistencia y la perseverancia. En sociedades secularizadas, especialmente en Occidente, Janucá ha sido en ocasiones comercializada y adaptada para resonar con las celebraciones navideñas, diluyendo en parte su mensaje original.
La Navidad, celebrada el 25 de diciembre, tiene sus raíces en la conmemoración del nacimiento de Jesucristo, un evento que ha sido el fundamento del cristianismo. Esta festividad no solo tiene un valor religioso, sino que también se ha convertido en un fenómeno cultural global, marcado por una serie de símbolos como el pesebre, el árbol de Navidad, la estrella de Belén y, por supuesto, la figura de Santa Claus. La Navidad es vista como una época de paz, esperanza y renovación.
El lugar común nos dice: “En las frías montañas, la navidad se vive de una manera única. El aire fresco y la nieve cubriendo cada rincón crean un ambiente mágico, lleno de paz y armonía. Las casas, decoradas con luces y adornos, reflejan la calidez de los hogares mientras el aroma a pino y a castañas asadas inunda el aire. Las noches se iluminan con estrellas brillantes, y el sonido de los villancicos resuena suavemente en la quietud del paisaje. La Navidad en las montañas, rodeada de naturaleza y de la calidez de los seres queridos, es una celebración que llena el corazón de alegría y esperanza.”
La Navidad, celebrada de diversas formas en todo el mundo, ha sido un tema recurrente tanto en la literatura como en la música, ofreciendo mensajes de esperanza, generosidad y redención. En la literatura, uno de los ejemplos más representativos es Cuento de Navidad de Charles Dickens, en el que la historia de Ebenezer Scrooge, un hombre avaro y solitario, se convierte en un relato de transformación personal. A través de su encuentro con los fantasmas de la Navidad, Scrooge experimenta un cambio profundo que lo lleva a la caridad y la reconciliación, reflejando el poder redentor de la Navidad. En la música, villancicos como Noche de Paz y O Holy Night han sido himnos que transmiten esperanza y unidad, valores que resuenan en los corazones de las personas. En México, la celebración de la Navidad se mezcla con las tradiciones locales, como las posadas y el canto de villancicos, lo que también da lugar a obras literarias como Navidad en las Montañas de Ignacio Manuel Altamirano, un relato que captura la atmósfera rural de la Navidad en el campo mexicano, donde la simplicidad y la solidaridad se entrelazan con el espíritu festivo. La música mexicana, por su parte, enriquece estas celebraciones con sones, villancicos y música tradicional a esta festividad universal.
La familia, en su complejidad y multiplicidad, puede entenderse como un espacio en el que se transitan experiencias profundas de transformación personal. La semióloga Julia Kristeva, en su reflexión sobre el lenguaje y la experiencia, subraya cómo la creación artística, al igual que la dinámica familiar, no puede reducirse a una mera estructura técnica o dogmática. La experiencia, más que el texto como construcción formal, es el centro de su pensamiento, y en este sentido, la familia puede ser vista como un “laboratorio” en el que las personas se cuestionan, sienten, se transforman. La noción de experiencia, tal como Kristeva la plantea, remite a un proceso simultáneo de transformación interna y externa, un “renacimiento” en el que la vivencia se entrelaza con las prácticas cotidianas, sean estas artísticas, lingüísticas o familiares. Así, en la familia, como en el arte, no hay solo un acto de comunicación externa, sino un constante rigor entre lo vivido y lo expresado, entre el cambio interior y su manifestación hacia el exterior. En este sentido, la familia se convierte en un espacio de constante negociación y poder, donde los individuos, al igual que los creadores de textos, atraviesan un proceso de transformación que, aunque se manifiesta a través de roles y estructuras, nunca pierde su carácter de experiencia única e irrepetible para fortuna de muchos y desdicha de otros.
A ello hay que sumar el reciente trastorno de cierta corriente de psicólogos: “La depresión estacional” es una condición común durante los meses de diciembre, exacerbada por la falta de luz solar y los cambios en los patrones de sueño. Además, las festividades pueden reavivar recuerdos de pérdidas familiares o rupturas, lo que aumenta la sensación de aislamiento. En muchas personas, la idealización de la Navidad como un momento de perfección familiar puede crear un contraste doloroso con la realidad de sus vidas, lo que desencadena una mayor tristeza y ansiedad.
El Año Nuevo marca la transición entre dos ciclos temporales, el fin de un año y el comienzo de otro. Esta festividad, que se celebra en casi todas las culturas del mundo, simboliza la oportunidad de renovación, de nuevos comienzos y de reflexión sobre lo vivido. La idea de comenzar de nuevo es un tema recurrente tanto en la literatura como en la música.
Las obras literarias que reflexionan sobre el paso del tiempo y los nuevos comienzos son innumerables. En algunos párrafos de año nuevo del colombiano José Asunción Silva es un ejemplo de cómo esta fecha invita a la introspección sobre el tiempo que pasa y sobre las expectativas no cumplidas. En la música, canciones como “Auld Lang Syne” (una canción tradicional escocesa) o “Yo no olvido el año nuevo” del colombiano decimonónico José Asunción Silva invitan a la reflexión sobre el pasado, la nostalgia y la esperanza del futuro. Es una celebración de los vínculos humanos y la trascendencia del tiempo.
El Año Nuevo es un momento de celebración colectiva, donde las sociedades suelen reunirse para despedir el año viejo y dar la bienvenida al nuevo. En muchas culturas, las personas hacen promesas o resoluciones para mejorar el próximo año. Pero, esta transición también puede ser un espacio de ansiedad y estrés, especialmente cuando el pasado no ha cumplido con las expectativas o cuando los desafíos del futuro parecen insuperables. La presión por ser “feliz” en el Año Nuevo puede generar estrés en aquellos que no se sienten emocionalmente preparados para las festividades.
A pesar de que las fiestas decembrinas son tiempos de alegría y celebración, también son momentos cargados de emociones ambivalentes. La presión por cumplir con las expectativas sociales de felicidad y unión familiar puede generar sentimientos de angustia y soledad, especialmente entre aquellos que no tienen con quién compartir estos momentos. Las tensiones familiares, las dificultades económicas y las reflexiones sobre lo que no se ha logrado a lo largo del año pueden acentuar la sensación de frustración y desesperanza.
La depresión estacional es una condición común durante los meses de diciembre, exacerbada por la falta de luz solar y los cambios en los patrones de sueño. Además, las festividades pueden reavivar recuerdos de pérdidas familiares o rupturas, lo que aumenta la sensación de aislamiento. En muchas personas, la idealización de la Navidad como un momento de perfección familiar puede crear un contraste doloroso con la realidad de sus vidas, lo que desencadena una mayor tristeza y ansiedad.
Las fiestas decembrinas, a pesar de su trasfondo religioso y cultural, han sido profundamente transformadas por las dinámicas del capitalismo y los intereses comerciales. En la actualidad, estas celebraciones son grandes motores del mercado, especialmente en lo que respecta al consumo de bienes y servicios. La Navidad, por ejemplo, se ha convertido en una festividad cuyo núcleo ya no solo radica en el nacimiento de Jesús, sino en la compra de regalos, ropa, alimentos, decoración y productos tecnológicos. El mercado capitalista ha sabido explotar la universalidad de estas festividades para transformar las tradiciones en un negocio lucrativo, donde el consumo masivo se convierte en una necesidad social, más que en una opción personal o comunitaria. Las grandes marcas aprovechan la Navidad, Año Nuevo y Janucá como momentos cumbres para lanzar campañas publicitarias que apelan al deseo de “pertenencia”, de demostrar amor a través de la compra, y de llenar vacíos emocionales mediante el consumo.
El deseo inalcanzable es uno de los espacios sobre los que el capitalismo edifica sus estrategias comerciales. La constante presión por obtener el regalo perfecto, la decoración más impresionante o la fiesta más grandiosa crea un impulso hacia el consumismo que, lejos de generar satisfacción duradera, alimenta una ansiedad constante. Este impulso hacia el deseo insaciable se ve reflejado en las festividades, que cada vez parecen alejarse más de sus raíces espirituales y culturales. En lugar de ser momentos de introspección y conexión familiar, las fiestas se han convertido en competiciones de ostentación, donde el valor de una celebración se mide en términos de lo que se compra, no en lo que se comparte. Esta invasión comercial, al mismo tiempo que promete felicidad y pertenencia, a menudo solo deja un vacío emocional aún más profundo, pues la promesa de la felicidad comprada nunca se cumple por completo, desencadenando un ciclo de insatisfacción y estrés que afecta a las personas y las familias durante estas épocas.
El mundo digital ha transformado radicalmente la forma en que vivimos las fiestas decembrinas, al integrarlas en una dinámica de constante exposición a través de las redes sociales. Plataformas como Instagram, Facebook y TikTok se han convertido en escaparates virtuales donde se muestran las celebraciones, las compras, los viajes y las reuniones familiares, creando una imagen idealizada y muchas veces distorsionada de lo que significa disfrutar estas festividades. En lugar de ser momentos íntimos y privados, las fiestas se han convertido en eventos públicos, diseñados para ser compartidos, comentados y “likedas” en la terminología del Internet.
Este fenómeno alimenta un ciclo de comparaciones sociales, donde los usuarios se sienten presionados a cumplir con los estándares de felicidad, lujo y perfección visual que dominan las redes. El impulso por crear una “Navidad perfecta” o un “Año Nuevo soñado” en las plataformas digitales puede generar un malestar emocional en aquellos que no logran replicar esas imágenes, intensificando sentimientos de soledad o insuficiencia. Al mismo tiempo, las marcas aprovechan este espacio para hacer marketing dirigido, inundando los feeds con anuncios y promociones diseñados para maximizar el consumo, haciendo que el mensaje de las festividades se diluya aún más en un mar de imágenes comerciales y expectativas irreales. Finalmente, en este momento los intensos vitales seremos acusados de tóxicos para alivianar la esfera de la ‘’pax” decembrina y las facturas de conciencia que no nos tocan. De intensos pasaremos a “amargos” y de ahí a caricaturas de Scrooge para entonar los himnos inmediatos de la época, las apariencias decembirnas vistas en tantas familias de Temascalcingo a Polonia de ahí a Limón y la Ciudad de Mexico. Las promesas anuales y las estrategias afectivas la economía amorosa y las tradiciones que marcan la época. Los sueños oníricos de la pequeña burguesía. El falso traje de la ‘’aristocracia del barrio” escondido en el tapanco de chocolate con sabor a ponche y de guajalote prófugo del mole, pero no del Thanksgiving Day hoy transfigurado en “pavo” que como bien dice La Báez es el único animal que cambia de nombre según la temporada, El pavo también viste a la moda. Vayamos al encuentro de esa masa sin forma que es la familia cada quien elige la suya la “Montesori”, la funcional o la disfuncional, la liberal y la conservadora. Porque la familia esa estructura que en diciembre encuentra sus mejores glorias goza de cabal salud, pues hemos sido incapaces de modificarla ha sido más fácil repensar otras estructuras que la sagrada familia. Los jóvenes se piensan cada más frágiles y propositivos los viejos son incensarios los de la edad mediana ahí en camino al desperdicio. Vamos de nuevo a un ciclo vital llenos de fiesta y melcocha decembrina.
Por lo demás tenga usted unas felices fiestas y un generoso 2025 lleno de alegrías y sabores dulces. Nos encontramos en enero.