Jorge Miguel Ramírez Pérez.
En otras ocasiones he escrito que Zbigniew Brzenzinski quien fuera asesor de seguridad nacional del presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter, escribió en 2016 una carta en la revista especializada The American Interest, que pudiera calificarse como un mensaje póstumo después de una larga carrera en la toma de decisiones estratégicas sobre la política internacional de su país; en la que afirma la necesidad de cambiar o más bien evolucionar hacia otro paradigma: un “nuevo marco geopolítico” para no perder la primacía como potencia en el orden mundial.
El especialista y autor del best seller “El Tablero mundial” de origen polaco, no dudaba que Estados Unidos pudiera mantener su liderazgo como primera potencia mundial, siempre que sus objetivos de controlar el mundo se diluyeran en aras de retener esa primacía. En pocas palabras se entendía que desde su perspectiva había que abandonar numerosos frentes abiertos para concentrarse en los de mayor interés estratégico.
Paradójicamente en su ensayo mantenía un esquema similar al de las últimas décadas antes de esta publicación en lo concerniente al Medio Oriente. En otros escritos Brzenzinski, había deslizado la idea de que Estados Unidos debía seguir “aprovechando” el terrorismo islamista como forma de acotar a Rusia y a los nacionalismos en la región. En concreto, aunque recomendaba teóricamente limitar el esquema territorial de alguna manera, nunca abandonó la idea de persistir en los frentes que aparentemente debían renunciar.
Lo relevante del mencionado artículo y de muchos comentarios similares de las relaciones internacionales del enfoque multilateral, es que no consideran con suficiente peso el carácter del islamismo de suyo frenéticamente disruptivo en su esencia antioccidental. No analizan que siempre se altera radicalmente esa tendencia anti modernidad violenta, en los países donde surge inusitadamente con fuerza derivado del poder que se desprende del éxito de la élite musulmana en los negocios. El fenómeno se repite en tanto aumenta el potencial económico de sus territorios, entonces lateralmente empieza la recuperación de las prácticas acendradas de esa religión política intolerante.
Por eso las declaraciones recientes de Donald Trump contra Barack Obama y contra Hillary Clinton como operadores del ISIS, el grupo radical islamista que estuvo atrás y posteriormente en su versión de Hayat Tahrir al Shams (HTS) al frente de la caída del régimen autoritario de Bashar al Assad en Siria, y de otras conspiraciones algunas de ellas disfrazadas en el pasado como “primaveras árabes”, publicitadas en los medios de occidente como intentos de democratización de países árabes; es una revelación que va a impactar la política estadounidense y sobre todo el manejo excesivamente comprometido en las rencillas internas del islamismo, como en los intereses mayúsculos militares y de la industria energética.
En el discurso de Trump mencionó que el creador del esquema de ISIS fue el propio Zbigniew Brzenzinski, lo cual embona y explica cómo el estratega de los gobiernos demócratas concebía la presencia de la potencia en los escenarios del Medio Oriente, que coincidentemente siendo tan encontrados sus objetivos estadounidenses con la forma de vida comunitaria plena de intolerancias con el mahometanismo, en el alto nivel invariablemente se encuadraban en concordar con enemigos comunes sobre todo en lo que respecta al partido de corte nacionalista Baaz un partido árabe de tipo socialista, que aglutinaba intereses contrarios a Occidente.
Esa política validando el islamismo radical en la cuenta final, no solo arrasó con mandos tradicionales no fanatizados, que en sus conflictos intramuros buscaban la anuencia de la Rusia de parte de algunos de ellos, sino que socavó el esquema diplomático de tipo occidentalizado que se buscaba implantar después de la guerra mundial; desembocando en muchas formas la vida internacional de tipo medieval.
Lo que sucedió en Afganistán es una muestra que clarifica que el proyecto modernizador que había prendido a mediados del siglo XX como en Irán quedó relevado por el fundamentalismo alentado en Europa o bajo espectro informal por el propio Estados Unidos.
No parece claro que la red política y militar que estableció esta insurrección a la dictadura de los Assad haya fructificado formalmente en Washington, más bien lo que va a quedar en descubierto es una estructura radical que tiene que combatir el Pentágono, por su composición terrorista de origen con Al Qaeda, independientemente de que aparenten no imponer de inmediato las medidas radicales que son su factor de cohesión. Lo que resta es una relación específica de políticos que han actuado tanto en las oficinas del Departamento de Estado de los Estados Unidos, como por personajes que habrían tomado decisiones en el amplio esquema de inteligencia de sus agencias jugando un doble juego, intentando que las fuerzas del ISIS contaminen mediáticamente menos en esta etapa.
La solución de echar al dictador sirio no es sino el resultado del debilitamiento de las fuerzas de apoyo que tenía Al Assad: Hezbolá y Hamas, por su prolongado enfrentamiento con Israel, y por supuesto el interés prioritario de Vladimir Putin en mantener el conflicto con Ucrania, que no le permite una distracción mayor.
En el terreno de la estrategia afecta notablemente a Irán que era un bastión decisivo para acorralar por medio de Siria a Israel. No pudieron ayudarle al gobernante depuesto después de esta guerra civil de trece años. Habría que anotar que la coalición islamista que estructuraba la Guardia Revolucionaria desde el asesinato de su comandante el general Qassim Suleimani, en un ataque de Estados Unidos en enero de 2020, forzó que Irán dejara en manos de Hezbolá la defensa de sus intereses en Siria.
Por lo pronto Israel desplegó un ataque de misisles en la zona de Tartus, donde estaba instalada la infraestructura militar que dejó Rusia, con el fin de que los islamistas radicales que se hicieron de Damasco no puedan hacer uso de esas instalaciones a su favor en esta coyuntura.
Todo indica que Turquía uno de los patrocinadores de un grupo contrario a Al Assad sea uno de los países beneficiados tanto para poder devolver refugiados sirios que ahora permanecen en territorio turco como para mantener posiciones estratégicas cuidando que los kurdos también beneficiarios pudieran animarse a una ofensiva si el equipo de Donald Trump definiera su apoyo. Por supuesto que Estados Unidos pensaría no chocar con los turcos en estas condiciones.
En ese tenor una conclusión en la superficie del análisis fortalece la beligerancia del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, que tiene metido en el Líbano una ofensiva de la que ha declarado no hay límite para asegurar que tanto Hezbolá como Hamas en la zona de Gaza, intenten una recuperación de su poderío hoy mermado. Hoy también con el ataque a las bases rusas en Siria les cierra la puerta a las ansias del islamismo radical, independientemente que sus patrocinadores jueguen doble.