Boris Berenzon Gorn.
La figura de Leni Riefenstahl sigue siendo una de las más fascinantes y contradictorias dentro de la historia del cine. Considerada una de las cineastas más innovadoras de su tiempo, su vinculación con el régimen nazi ha generado una profunda reflexión ética y política que aún perdura. Riefenstahl es, por un lado, una pionera del cine documental y un referente técnico en la historia de la cinematografía, pero, por otro, es una figura cuya relación con el Tercer Reich ha sido fuente de controversia y debate. Esta dualidad es el núcleo de la biografía que Jérôme Bimbenet, historiador de cine, presenta en su obra Leni Riefenstahl: Una biografía, una de las pocas y más exhaustivas aproximaciones a la cineasta en el mundo francófono, que explora esta paradoja que no solo involucra su vida, sino también su legado en la historia del cine. Bimbenet autor de Deuxiéme Guerre Mondiale y Libre á elles entre algunas de sus obras destaca por sus análisis de la historia desde el cine, como una reflexión en donde las grandes invitadas son la cultura y la memoria.
Riefenstahl nació en 1902 en Berlín y comenzó su carrera como actriz en los años 20, pero fue su transición a la dirección y la producción lo que la consolidó como una figura única en la historia del cine. Su salto a la fama llegó con la realización de Triumph des Willens (1935), un documental sobre el Congreso del Partido Nazi en Nuremberg, que se ha considerado uno de los trabajos cinematográficos más emblemáticos del Tercer Reich. A pesar de que Riefenstahl siempre defendió que su trabajo fue únicamente artístico y no político, Triumph des Willens es, en efecto, una obra profundamente vinculada a la propaganda nazi, que exaltaba el poder del Führer, la fuerza de la juventud alemana y la superioridad de la nación alemana.
La película es conocida por su tratamiento estéticamente sublime de la imagen. Tomas majestuosas de multitudes, una meticulosa puesta en escena y una dirección de arte que refleja una visión casi mítica de la política nazi. La manera en que Riefenstahl utilizó la cámara para capturar la imagen de Hitler, para crear un aura de poder y legitimidad, es el resultado de una gran destreza técnica y un sentido artístico sin igual. Esta destreza técnica no puede separarse de su contenido propagandístico. La obra fue vista por Hitler como una herramienta esencial para difundir la ideología nazi, y Riefenstahl, a pesar de sus afirmaciones de neutralidad, se convirtió en una pieza importante dentro de la maquinaria de propaganda del régimen.
Aunque la cineasta sostuvo a lo largo de su vida que su trabajo en el régimen nazi fue puramente profesional y no estuvo influenciado por sus creencias políticas, Triumph des Willens y sus otros trabajos con los nazis revelan una colaboración que, en retrospectiva, resulta innegable. Esto plantea una pregunta esencial que persigue la figura de Riefenstahl. ¿Es posible separar su arte de su contexto político? Este tema ha sido abordado por numerosos estudiosos del cine, incluido Bimbenet, quien sostiene que la relación entre el cine y la ideología es inseparable cuando se trata de una figura tan profundamente integrada al aparato de propaganda del régimen nazi.
A pesar de las connotaciones políticas de sus obras más conocidas, la contribución de Riefenstahl al cine, especialmente en términos de técnica y estética, es innegable. Como cineasta, Riefenstahl estaba a la vanguardia en el uso de la cámara y la luz. En Olympia (1938), su documental sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, se aprecia una maestría técnica que hasta el día de hoy es estudiada por cineastas y críticos. La película no solo documenta los eventos deportivos, sino que lo hace con una profundidad visual que fue revolucionaria en su momento. Las tomas de los atletas en movimiento, el uso del primer plano, el slow motion y la manera en que capturaba la belleza del cuerpo humano elevaban el documental a un nivel artístico sin precedentes. Muchos consideran a Olympia como una de las obras más influyentes de la historia del cine documental, y la forma en que Riefenstahl inmortalizó el cuerpo atlético en movimiento ha dejado una marca duradera en el cine deportivo.
El estilo visual de Riefenstahl también influyó en el cine moderno. Su innovador uso de la cámara para capturar perspectivas únicas, su atención al detalle en la composición y su capacidad para transformar la acción en algo visualmente excelso son elementos que se pueden rastrear en películas contemporáneas, especialmente en el cine de acción y en los documentales deportivos. A pesar de la controversia que rodea su obra, no se puede negar que su dominio de las técnicas cinematográficas transformó la forma en que se hacían los documentales y abrió el camino para nuevas posibilidades artísticas en la cinematografía.
El análisis de Bimbenet no se limita a la revisión técnica de la obra de Riefenstahl, sino que también explora la paradoja moral de su figura. Como miembro del círculo íntimo de Hitler, Riefenstahl disfrutó de privilegios especiales dentro del régimen nazi, lo que le permitió realizar sus películas. Sin embargo, su cercanía con los líderes del régimen nunca fue completamente esclarecida. Si bien Riefenstahl se defendió durante toda su vida afirmando que su trabajo no tenía ninguna intención política, su relación con figuras clave del nazismo, como Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda, y su participación en eventos que exaltaban el poder del régimen, son difíciles de ignorar.
A lo largo de los años, Riefenstahl intentó distanciarse de su pasado, a veces minimizando su vínculo con los nazis y, en otras ocasiones, tratando de redefinir su legado como cineasta. Después de la Segunda Guerra Mundial, se la acusó de ser cómplice de la maquinaria propagandística nazi, y fue sometida a un proceso de desnazificación que, a pesar de no resultar en una condena formal, sí dañó gravemente su reputación. Su rechazo a reconocer la implicación ideológica de su trabajo y su insistencia en que su cine era únicamente una búsqueda estética fueron vistas por muchos como un intento de exonerarse de las graves responsabilidades de haber sido parte de una propaganda que contribuyó a la legitimación de uno de los regímenes más sangrientos de la historia.
La película Riefenstahl (2024), dirigida por Andres Veiel, se adentra en este dilema de manera sutil pero contundente. A través de un enfoque narrativo que combina la recreación de eventos históricos con el testimonio directo de la cineasta y sus allegados, Veiel busca comprender cómo Riefenstahl pudo ser una artista brillante, pero a la vez una colaboradora del régimen nazi. Veiel no intenta juzgar a Riefenstahl de manera unilateral, sino que presenta una visión compleja y matizada de su figura, reflejando las tensiones internas que atravesaron su vida.
En la interpretación de Veiel, Riefenstahl aparece como una mujer atrapada entre su deseo de reconocimiento como cineasta y la brutal realidad de las consecuencias políticas de su obra. A través de entrevistas y escenas que exploran su vida personal y profesional, la película busca entender las motivaciones y contradicciones de una mujer que, en el fondo, siempre se vio a sí misma como una artista, pero cuya obra se utilizó para fines muy diferentes a los que ella pretendía.
La historia de Leni Riefenstahl es un ejemplo extremo de cómo el arte y la política pueden entrelazarse de maneras complicadas. La contribución de Riefenstahl al cine es indiscutible, pero su vínculo con el nazismo nos obliga a preguntarnos si es posible admirar el arte sin reconocer la historia que lo acompaña. La obra de Riefenstahl, especialmente sus documentales de los años treinta del siglo XX, nos invita a reflexionar sobre las implicaciones de la colaboración artística con sistemas autoritarios. A través del análisis de Bimbenet y las representaciones contemporáneas, como la película de Veiel, podemos ver que el legado de Riefenstahl no es solo un tema de técnica cinematográfica, sino también un recordatorio de los peligros de la instrumentalización del arte para fines políticos. La política es un deporte de alta peligrosidad para la cultura pues la segunda siempre será un manjar para la primera porque tiene el ropaje de la legitimidad desde la identidad y la historia.
Manchamanteles
En 1934, durante el régimen de Stalin, algunos funcionarios del Kremlin se vieron obligados a entrar en la vasta oficina de Stalin para leerle un poema que resultaba sumamente incómodo. Los versos decían: “Sus gordos dedos son sebosos gusanos / y sus seguras palabras, pesadas pesas / De su mostacho se burlan las cucarachas, / y relucen las cañas de sus botas… Sólo él parlotea ya todos, a golpes, / un decreto tras otro, como herraduras, clava: en la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo. / Y cada ejecución es una dicha / para el recio pecho del oseta”. Aunque no se sabe con cuánta certeza afectarán estos versos la susceptibilidad de Stalin, sí está claro que no le gustó oír el nombre de su autor: Osip Mandelstam. A pesar de que Mandelstam compartía nombre con Stalin (Osip es la versión eslava de Iósif), y que el poeta era uno de los favoritos del líder soviético, tal vez esa coincidencia de nombres tuviera algo que ver con la reacción.
Narciso el obsceno
El narcisismo es la incapacidad de ver más allá de uno mismo, una obsesión por la propia imagen que distorsiona la realidad y ahoga la empatía.