El derrumbamiento del Woke. La última máscara de los derechos humanos

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

La cultura Woke una especie de marxismo cultural que domina desde el pensamiento de líderes políticos y sobre todo de comunicadores, hasta los libros de texto con aberraciones que compiten en bajezas, por primera vez se ve amenazada estructuralmente por Donald Trump desde hace muchos años desde que la impusieron visiblemente -como una forma integral de poder blando- el proto musulmán Barack Obama junto con Hillary Clinton, para corromper lo poco que quedaba de la sociedad ética del occidente.

El argumento era utilizar la referencia de la teoría del choque de las civilizaciones idea original del historiador Arnold Toynbee, que retomó con fuerza en 1993 Samuel Huntington, que publicó su libro en 1996 sobre este mismo tema, en el que ampliaba las diferencias de las religiones en el mundo como raíz e influencia mayor de las civilizaciones. Halford Mackinder el geopolítico británico desde 1919 ya le había dado el peso real de influencia a las grandes religiones entonces, Toynbee y Huntington solo lo enfocaron con mayor difusión.

El propósito del despegue del woke era montar por encima de las religiones y en especial sobre el cristianismo, un mecanismo que supuestamente las rebasara, una superestructura cultural de light power para generar una comunidad que, a falta de asideras comunes, fuera una nube política cultural para afiliar a diversos, en una especie de religión encaminada a inventar derechos supranacionales (derechos humanos a modo del derrumbamiento de la moral) para recrear clases políticas bizarras y deformes socialmente, propugnadoras de una cultura que le dio carta de legitimidad al libertinaje.

Esta promoción en su faceta de los derechos humanos desde hace tiempo no encontraba una aceptación en los andamiajes jurídicos mundiales, porque en muchos países sí se atendían asuntos legítimos como el de los individuos minusválidos, pero Estados Unidos y sus aliados fueron urdiendo formas desde los años sesenta del siglo XX, porque querían en esa etapa de la guerra fría, manejar una especie de tribunal mundial contra los excesos de los soviéticos dentro de las fronteras de Rusia; y la ONU no tenía la amplitud de esas pretensiones.

De esa era, arranca la venta de los derechos humanos como rollo variopinto para esgrimirlo internacionalmente, tomando desde los documentos del siglo XVIII hasta lo que tenemos hoy: cátedras y doctorados de una argumentación de tipo neo romanticista, -donde cada soñador puede ser supuestamente lo que quiera ser incluso de modo supremacista en deterioro de los derechos de los demás- aunque, como trato de explicar, su main course estaba dirigido contra el comunismo originalmente.

El woke ha sido una derivación todavía más voluntariosa de unos derechos humanos que representan la ortodoxia de las bases de la religión del hombre (Michael, Burleigh “Poder Terrenal”) como la concebía el desquiciado de Maximiliano Robespierre, el amo del terror en esa etapa malhadada de la llamada revolución francesa, que fue un teatro infernal de crímenes de odio.

En el estercolero del woke está la destrucción de la vida humana como prioridad: se apoya institucionalmente cualquier intento o acción encaminados a reducir la población mundial: abortos, eutanasias, sexo sin el menor riesgo que encamine a la reproducción como política central y limitar al estado de modo creciente en su obligación de usar los medios que obligan a la defensa de la vida y bienes de las personas.

En ese sentido es una estratagema de la lucha de clases, por eso un marxista culto o uno de la realidad, el inculto, son woke. Políticos, escritores, profesores y muchos líderes de opinión acomodan en la penuria moral del woke, sus intereses viciosos y la carta de identidad del woke es una confirmación plena y de la consciencia por sobreponer a la paz y tranquilidad social, la veneración de los caprichos gregarios.

Ya Trump dijo que llegando al poder va a socavar las estructuras de financiamiento y promoción de atrocidades como el cambio de sexo y hormonal, de menores indefensos; pero son muchos los rubros y negocios atrás de esta moda diabólica que invade toda la sociedad occidental.

Toca a Estados Unidos y a su mando resolver el grave daño a la niñez y a la juventud, no solo de los crímenes encubiertos bajo el manto de derechos humanos o hasta la cínica expresión de “derechos reproductivos”, como les suele llamar al abuso y matanzas de fetos, sino a toda esa nube de políticos atrás de ese modelo que ha servido como epicentro ideológico de las izquierdas en el mundo y también de los partidos y grupos que se suponían con valores consolidados, que se han sumado a una tolerancia hacia todo tipo de intereses intolerantes.

Esta transición será muy interesante porque no se puede ir hacia atrás porque se repite lo mismo que da nauseas. Es hacia adelante donde no aparece por ahora cabalgando a la justicia…

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