Boris Berenzon Gorn.
“La vida es un proyecto estúpido y sin ningún tipo de sentido. La única manera de sobrevivir es contarse mentiras.” W.A.
Woody Allen, cineasta, guionista, actor y cáustico neoyorquino, cumple 89 años esta semana. Nació el 1 de diciembre de 1935, aunque él mismo afirma haber nacido el 30 de noviembre. Y que sus padres le quisieron ganar tiempo a la vida, lo que mostro “lo masoquistas que eran”. A lo largo de su carrera, se ha destacado por su estilo único, caracterizado por diálogos rápidos, agudos e irónicos, fusionando comedia, drama y reflexiones vitales e ideológicas. Su cine retrata a individuos atrapados entre sus deseos y las presiones sociales, explorando temas como el vacío existencial, el amor y la enajenación. Allen, profundamente enraizado en la cultura estadounidense, ha influido tanto en Europa como en América Latina, donde sus reflexiones sobre la identidad y la desconexión humana resuenan con dilemas universales con casi sesenta películas desde 1966 con Lily, la Tigresa hasta Golpe de suerte en 2023 aparecen en las pantallas serias reflexiones de la sociedad occidental desde el humor como vehículo de catarsis. Estamos hablando de una producción constante en casi ya sesenta años.
Con su inconfundible y obsesivo humor intelectual y su mirada crítica hacia la sociedad contemporánea, Woody Allen ha creado una representación del ser moderno, atrapado entre sus deseos y el deber ser de la sociedad —el fantasma de vivir feliz en sociedad— sus personajes parecen enfrentarse a un vacío existencial que refleja las contradicciones de la vida urbana y la búsqueda de sentido en un mundo materialista. Como él mismo lo expresó en Broadway Danny Rose (1984), “¿Sabes cuál es mi filosofía? Que es importante pasarlo bien, pero también hay que sufrir un poco, porque, de lo contrario, no captas el sentido de la vida”. Meditación que sintetiza la ambivalencia en sus obras, donde el sufrimiento y la comedia son dos caras de la misma moneda, esenciales para comprender la existencia humana en toda su complejidad.
Uno de los aspectos más destacados en la obra de Woody Allen es su crítica hacia la burguesía y los valores occidentales dominantes conviviendo con ellos. En películas como Annie Hall y Manhattan, sus personajes —evoca a la clase media y alta— enfrentan inseguridades profundas y vicios existenciales, lo que desmantela la imagen idealizada de una vida exitosa y feliz. Estos personajes, en lugar de ser los modelos de estabilidad que se esperaría de individuos pertenecientes a clases acomodadas, son mostrados como profundamente insatisfechos, buscando sentido en sus vidas de manera errática y confusa.
Allen derriba la vida burguesa al poner de relieve sus contradicciones internas. Como pone en el guion de Bananas (1971), “Nos enamoramos. Bueno, yo me enamoré, ella simplemente estaba allí”, capturando la superficialidad y el lugar siempre disponible de las relaciones en una sociedad que antepone las expectativas sociales a la autenticidad. Podemos sumar Edipo reprimido, episodio de Historias de Nueva York, Poderosa Afrodita,
Su crítica tiene una específica repercusión en regiones que históricamente han sido influenciadas por las estructuras de clases y la creciente presión por alcanzar un nivel de vida asociado a la burguesía. En México, por ejemplo, un sector de sociedad continua lucha por un ideal de vida que se ve reflejado en el consumismo y el materialismo occidental, una realidad que el cine mexicano ha abordado en sus propios términos, pero la visión de Allen proporciona una perspectiva externa e irónica que hace que la reflexión sobre estas rigideces sea aún más profunda.
Allen también se muestra en contra de los valores convencionales asociados al “sueño americano”, especialmente en el contexto del consumismo y la búsqueda incesante de la felicidad a través del éxito material. En sus películas, la búsqueda del éxito, la estabilidad y la felicidad tradicionalmente vinculada a este sueño se presenta como un espejismo, del mundo ocioso que los personajes intentan alcanzar sin éxito. Esta sátira, que señala la contradicción entre el ideal de bienestar y la realidad de la vida cotidiana, se encuentra de forma natural con la crítica social que se encuentra en el cine latinoamericano, donde las estructuras sociales y económicas también a menudo parecen ofrecer más promesas sin sentido que soluciones efectivas. En su obra, Woody Allen pone en tela de juicio la supremacía cultural y social de Estados Unidos.
El cine de Allen tiene eco en América Latina, un continente que históricamente ha sido moldeado por una relación ambigua con los EE. UU. La influencia cultural de Estados Unidos ha sido innegable, pero también ha generado críticas y una resistencia creciente hacia los valores impuestos por el país del norte. En México, especialmente, la invasión de la cultura estadounidense en la vida cotidiana —a través de la televisión, la música, y el cine— El cine nacional ha respondido con una fuerte afirmación de identidad propia. Las películas de Allen, con su crítica sarcástica y mordaz hacia el materialismo y el vacío existencial de la sociedad estadounidense, resuenan como una crítica indirecta a los efectos de esa influencia.
En Zelig (1983), la transformación del protagonista en rabino es tan real que algunos sectores sugieren enviarlo “a la Isla del Diablo”, una crítica a la superficialidad de las identidades y la imposición de figuras culturales sin autenticidad propia. Estas reflexiones también se pueden ver reflejadas en la forma en que la cultura estadounidense ha permeado en América Latina, a veces de forma forzada o sin una integración genuina con las realidades propias de nuestra identidad.
Uno de los elementos fascinantes de la obra de Woody Allen es su interés por el psicoanálisis, que se refleja en muchas de sus películas. Desde sus inicios, Allen ha explorado la psique humana a través de sus personajes, quienes frecuentemente recurren a terapeutas y psicoanalistas en un intento de comprenderse a sí mismos y sus relaciones. El psicoanálisis se convierte en una herramienta de conocimiento de sí mismo, pero también en un medio para mostrar cómo los individuos se encuentran atrapados en patrones de comportamiento que son, en muchos casos, producto de su historia personal y de las presiones sociales que los rodean.
La psicoterapia en sus películas, como en El dormilón (1973) o Maridos y esposas (1992), se convierte en un medio para cuestionar los valores contemporáneos. En el caso del psicoanálisis, Allen se aproxima a la idea de que la mente humana, a pesar de todos los esfuerzos por comprenderla y mejorarla, permanece enredada en las mismas angustias existenciales. En El dormilón, el personaje dice: “No he visto a mi psicoanalista en 200 años. Era un freudiano estricto y si le hubiese visto en todo este tiempo ahora estaría casi curado”. Esta frase refleja la frustración existencial de sus protagonistas, que, a pesar de vivir en una sociedad saturada de soluciones terapéuticas, siguen sin resolver sus inquietudes más profundas.
En América Latina y México, el psicoanálisis ha tenido un lugar fundamental en la cultura intelectual y social, particularmente en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, cuando muchos escritores y artistas latinoamericanos comenzaron a integrar las ideas psicoanalíticas en sus obras. Allen utiliza el psicoanálisis de forma crítica, sugiriendo que, incluso con todas las herramientas disponibles, los interlocutores siguen atrapados en los mismos dilemas humanos. Esta crítica refleja una postura compartida por muchos pensadores que, aunque influenciados por las teorías psíquicas, también ponen en duda su eficacia y la forma en que la sociedad moderna trata los problemas humanos individuales o sociales como sucede con el llamado “complejo de Edipo” Freudiano. Podemos mencionar también una constante pregunta en Allen: ¿Qué hacer con la libido? A la que responde en muchas de sus películas y como se ve en la icónica Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar de 1972.
Su legado cultural es muy amplio, habiendo influido en generaciones de cineastas y creadores que han seguido su ejemplo en términos de tono, narrativa y tratamiento de los temas sociales. Su crítica a la burguesía, a la cultura estadounidense y a los valores occidentales ofrece una mirada mordaz y realista sobre las contradicciones y complejidades de la sociedad moderna. Finalmente, su exploración del psicoanálisis como una herramienta para la autocomprensión y la crítica social refuerza la idea de que la búsqueda de sentido en la vida, aunque nunca resuelta de manera definitiva, sigue siendo uno de los grandes motores de su obra y de su impacto cultural, que continúa resonando en América Latina, especialmente en México, donde su trabajo ofrece una perspectiva externa y crítica que invita a una reflexión profunda sobre la sociedad y la identidad.
Manchamanteles
En Alice (1990), Woody Allen ofrece una reflexión profunda sobre la naturaleza del amor a través de la frase: “El amor es la emoción más compleja. Los seres humanos son imprevisibles. No hay lógica en sus emociones. Donde no hay lógica no hay pensamiento racional. Y donde no hay pensamiento racional puede haber mucho romance, pero mucho sufrimiento.” Esta declaración captura la dualidad del amor como un sentimiento irracional que, a pesar de su capacidad para generar grandes momentos de pasión, también puede desencadenar confusión y dolor. Allen destaca cómo la falta de lógica en las emociones humanas, esa imprevisibilidad, lleva a las personas a actuar de manera contradictoria, lo que puede resultar en sufrimiento. Allen nos recuerda que el amor, en su complejidad, no solo es fuente de placer, sino también de conflictos internos, que se intensifican cuando intentamos racionalizar lo que escapa a la razón.
Narciso el obsceno
“Yo me crie en la confesión judía, pero al hacerme adulto me convertí al narcisismo.” Woody Allen.