Jorge Miguel Ramírez Pérez.
A la memoria y gratitud a mi amigo Enrique Menéndez García estudioso de
la geopolítica, materia de la que fue un incisivo y destacado especialista
Los sistemas políticos no son eternos se corresponden a un tiempo y a sus circunstancias, de tal suerte que como decía Karl Deutsch, se agotan, porque de acuerdo con el autor del texto clásico: “Los Nervios del Gobierno”, dichos sistemas se identifican también como una serie de tácticas, que una vez puestas en marcha cubren la totalidad del sistema que se trate; pero por su uso intenso dejan de tener vigencia en la política real y hay que volver a plantear un nuevo estadio filosófico, integrado con nuevas tácticas para hacer el periplo de nuevo.
La hipótesis nos muestra que en la escala de la hegemonía planetaria la potencia que la encabeza es Estados Unidos, que ha mantenido al menos dos diseños en los últimos 80 años. Dos proyectos geopolíticos muy específicos y complejos, cuyas prioridades han sentado las líneas de poder directo y también indirecto o cultural, no solo en Occidente, sino en el orbe; aún cuando hay que advertir que la vertiginosidad de su materialización, los ha desgastado en sus diferentes componentes como lo señalaba el maestro Deutsch bajo la denominación de tácticas.
De 1945 -obviamente un poco antes- hasta 1989 con la caída del Muro de Berlín, se estableció el sistema bipolar de la guerra fría con dos cabezas EUA y Rusia. Después, hubo un interregno tal como lo interpreta el historiador internacionalista Arnold Toynbee, durante dos años hasta 1991 – año en el que se derrumba el Partido Comunista de la Unión Soviética- y surge un paradigma hasta 2016, el que se empezó a desquebrajar; coincidiendo con el primer arribo de Donald Trump a la presidencia de EUA, tiempo en el que intentó una transición hacia un nuevo orden, que se vio suspendido en el 2020 por el breve interregno que abarcó la presidencia de Joe Biden.
En ese esquema lógicamente en el 2025 seguramente experimentaremos directa o indirectamente un liderazgo geopolítico que tiene sustancialmente diferencias muy marcadas con la etapa anterior.
Este análisis es muy revelador porque la potencia hegemónica no se va a comportar transitando por los mismos rieles que duró la transición 1991-2016. Al finalizar esa era, un sobresaliente geopolítico Zbigniew Brzezinski, autor de “El Tablero Mundial” entre otras obras estratégicas, y quien fuera asesor de Seguridad Nacional del Presidente Carter, habría escrito de modo póstumo, en “The American Interest”, que Estados Unidos debía abandonar la idea de querer gobernar el mundo, porque perdería su liderazgo mundial; no obstante que su filiación era demócrata; el experto, no proponía algo novedoso, incluso insistía en seguir los modelos fallidos de democratizar a los islamistas, pero reconocía que estaba agotado el sistema que tanto los Bush, pero principalmente Hillary Clinton lideraban.
Ese año 2016, Trump arribó a la presidencia, pero sus objetivos no estaban suficientemente claros y tampoco tenía un grupo de políticos que pudieran comprender a cabalidad el grado de cambio que pasaba por la mente del neoyorquino. Consejeros como Steve Bannon y los de Heritage Fundation, habrían esbozado solo una parte del proyecto del tipo reaganiano muy secularizado, sin los ingredientes del cristianismo, eje del pensamiento occidental, satisfactorios para la gente con raigambre ética con aprecio por la vida de fe y fuertes convicciones de la necesidad de tener quien los representara con apoyo al respeto de la familia y sus valores.
En estos últimos cuatro años después de su primer mandato, Trump entendió meridianamente que para conservar la hegemonía en juego, Estados Unidos tenía que recuperar sus fortalezas históricas y es ahora sin lugar a dudas, va a tratar de implantar con notables probabilidades de éxito una administración de “revival” con otros estándares, muy diferentes a los que el enfoque precario de la teoría de las relaciones internacionales ofrece, que únicamente se centra en definiciones peyorativas, como las de concluir con la superficialidad de que el fenómeno del arribo de Trump es un populismo.
Otras serán las amenazas en el orden de atenciones prioritarias y otras las oportunidades que se desprendan. Su lectura puntual de parte de México ya sea sobre la discursiva o de las decisiones que se produzcan, debe ser muy exhaustiva y analítica y obliga ser entendida incluso desde los enfoques que combinan esencialmente tanto las doctrinas mackinderianas, como las de Alfred Thayer Mahan, del poder marítimo. Es decir, en el marco de la seguridad, de la distancia con Rusia y China, como en el entorno del comercio internacional por lo que toca a México.
Eso no significa que los asuntos de crimen organizado y de migración indeseada desaparezcan, al contrario, ocuparán la máxima atención como epicentro de los temas de seguridad nacional hemisférica. Probablemente con definiciones muy advertidas desde las vocerías de los medios, y también por la experiencia de su gabinete en dicha temática, principalmente de parte de: Marco Rubio secretario de Estado, Tom Homan, zar de las fronteras y Cristy Noem, secretaria de Seguridad Interna.
Lo que conlleva a poner énfasis sobre estos temas en la agenda de la Casa Blanca que normalmente desdeñaba, de modo tradicional posicionarlos como prioritarios y que en ese orden de ideas, confluirían en la muy inequívoca reclasificación de México, como país en el que radican elementos centrales de la reproducción del terrorismo internacional, y como resultado, se desplegaría una consecuente propuesta de una estrategia de larga duración, para limitar la expansión de estas amenazas en el arco de seguridad de la potencia.
Por ello quienes no analizan la transición geopolítica precedente (1991-2016 y del 2020 al 2024) con su forzada promoción del sistema de valores que se impuso en ese tiempo a nivel mundial: globalismo, democracia franquiciaria, proliferación de bloques comerciales, junto con la cultura de género y otras limitaciones a la vida humana; contenidos que ya no puede sobrevivir en este contexto, tampoco podrán entender el próximo alineamiento sui generis de las demás potencias aliadas, incluso las que rivalizan como China, que como señala el maestro Peter Taylor, históricamente sí tienen la capacidad de entender el orden que se establece, y tanto su gobernantes como sus élites, poco dudan en reacomodarse a las nuevas exigencias que como se muestra anticipadamente, están conformadas por una escala axiológica diametral, a la que dragoneaba Biden y aquí, Ken Salazar.
Eso significa que un nuevo “estadio filosófico” arranca con altas probabilidades de moldear una perspectiva del efecto Trump por implantarse en los próximos doce años como estrato base, y no como dicen los comentaristas vernáculos que, en su mayoría, lo limitan a cuatros años, pensando que el sistema viejo el de los Clinton y sus testaferros: Obama y Biden puede regresar. Me parece que es un planteamiento simplón, que desconoce los datos a la vista, J.D. Vance, Rubio, o incluso una evanescente Ivanna Trump, creo que no podríamos encajonarlos como si fueran cartas efímeras.