Raúl Flores Martínez.
La reciente reelección de Rosario Piedra Ibarra como presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos ha generado una profunda preocupación y encendido una fuerte polémica entre sectores de la sociedad mexicana.
Su designación para un segundo período enfrenta críticas por la percepción de una falta de imparcialidad y de eficiencia en su gestión, así como por cuestionamientos respecto a su cercanía con López Obrador.
No es un secreto que la gestión de Piedra Ibarra ha estado rodeada de controversias, su nombramiento original estuvo marcado por señalamientos de opacidad en el proceso y disputa de un claro favoritismo hacia el gobierno federal, lo que, según los críticos, podría haber consolidado la independencia de la institución.
La CNDH, organismo constitucionalmente autónomo, debe servir como contrapeso y vigilar las violaciones de derechos humanos en el país, algo que no sucedió, todo lo contrario, se han cubierto muchas violaciones por algunas corporaciones y fuerzas armadas.
A lo largo de su primer período, la CNDH ha sido objeto de cuestionamientos por la falta de respuestas contundentes ante las constantes denuncias de abusos de las fuerzas de seguridad, la militarización de la seguridad pública, y la alarmante cifra de desapariciones en el país.
En varias ocasiones, se ha criticado la falta de acción y contundencia en casos graves de derechos humanos. Mientras organizaciones y colectivos exigen respuestas y una postura crítica de la CNDH, Piedra Ibarra fue señalada por minimizar problemas o incluso defender la postura del gobierno federal.
Uno de los puntos más críticos que plantea esta reelección es el riesgo de una “captura institucional”.
La CNDH debería ser una voz fuerte e independiente que ponga a los derechos humanos por encima de cualquier interés político, pero, bajo el liderazgo de Piedra Ibarra, esta independencia ha sido cuestionada, su cercanía con el gobierno actual y su renuencia a confrontarlo en temas fundamentales hace temer que el organismo se haya convertido en una entidad que, lejos de defender a las víctimas, ayuda a la cuarta transformación.
Esta reelección también envía un mensaje preocupante a las víctimas y colectivos de derechos humanos, quienes ven cómo sus demandas quedan desatendidas y su voz ignorada en un país donde la violación de los derechos humanos sigue siendo un problema persistente, resulta crucial que la CNDH tenga un liderazgo fuerte, crítico y transparente.
Continuar con una dirección que ha demostrado carencias y falta de independencia no solo erosiona la confianza en el organismo, sino que también puede tener graves consecuencias para la protección de los derechos humanos.
La reelección de Rosario Piedra Ibarra representa una oportunidad perdida para devolverle a la CNDH su esencia autónoma y crítica. México merece un organismo defensor de derechos humanos que vele por las víctimas y alce la voz contra cualquier abuso, independientemente de las simpatías partidarias.