Jorge Miguel Ramírez Pérez.
De acuerdo al índice del World Justice Project (WJP), México ocupa en este 2024 el lugar 118 entre 142 países en
los que se mide el Estado de Derecho en el que viven sus habitantes. Debajo de Níger, Angola, Honduras y Turquía está nuestro país, levemente por encima de Guinea, el Congo, Gabón y Zimbawe. Ese es el nivel y no es una novedad.
Este recordatorio de política comparada de entrada, nos ubica para comprender que, ante la nueva presidencia
de Trump, no van a servir las salidas superficiales, tampoco los disparates y bufonadas que se utilizaban en el
pasado reciente ante políticos externos. Los que se anuncian como nuevos interlocutores tienen una agenda de
prioridades muy específicas, en las que nuestro país aparece mucho más como una amenaza a sus intereses
básicos, que como una fuente de oportunidades.
Las diferencias como nunca antes son diametrales. En otras circunstancias México no anhelaba un esquema de
organización tan opuesto a Estados Unidos en lo esencial. Otros eran los asuntos bajo confrontación histórica,
principalmente: ellos impedían nexos vigorosos con Europa a la vez que, urgían de territorios que les acercaran
los océanos. De hecho, en el fragor de las luchas intestinas de nuestro país una de las dos diferentes facciones que
batallaban por imponer un modelo político durante el siglo XIX, era rabiosamente pro estadounidense y la otra
pro europeizante.
Nadie duda que el modelo constitucional de México -es una evidencia- que tiene temas cuyo origen se muestran
claramente inspirados en el sistema político de los Estados Unidos de América.
Lo de ahora, sin embargo, es de fondo: la implantación en México de un paradigma socialista de parte de
gobernantes con cimientos marxistas; suena algo incompatible con el hecho de que arriba en el Norte, el
presidente que más que en la primera ocasión que tuvo ese mandato, hoy, blasona abiertamente una bandera
pro capitalista sin ambages.
Sí, Donald Trump tiene una visión muy clara de marcar y enfrentar con los recursos del poder a los contrarios,
estableciendo muros protectores de personas, productos e ideas que puedan deteriorar la integralidad de su
proyecto de relanzar el formato del amercan way of life, en la visión de full Power y no solamente utilizando el
poder blando, que ha sido una mecánica promovida por la potencia en los últimos setenta años.
Para los estudiosos de Joseph Nye, y para los expertos del tema bilateral esto representa todo un apabullador
cambio, que implicará una ola de acciones con rudeza necesaria e innecesaria.
En la contraparte está, debido a malas decisiones estratégicas o a una insuficiente visión del peso del poder
nacional real, un estado fallido, que no puede demostrar que monopoliza en el territorio mexicano el ejercicio de
la fuerza normativa y lícita.
La impresión del gabinete en gran parte, se percibe como un grupo bisoño que reproduce las hipótesis
unidimensionales -como en lo de la inseguridad-, que insisten en reducir el problema al supuesto origen
generalizado únicamente en la pobreza; y como consecuencia, no pueden y no quieren, usar sustancialmente de
las sanciones imprescindibles; haciendo de México una zona libre a la impunidad en franca y permanente disputa
de las bandas transgresoras, que inciden con fuerza en el entramado burocrático baja la doble ley de la omertá y
la vendeta. Toda una comarca nacional regida por las reglas impuestas y aceptadas del hampa en el ejercicio del
poder real.
¡Vaya asimetría del contexto global!
Porque no se trata de hacer notar las comparaciones en el WJP por sus ideologías, ya que China con un gobierno
autoritario y comunista, por ejemplo, ocupa el lugar 95 de 142 países, mucho mejor posicionado que México, en
instituciones de justicia y estado de derecho; y vaya que allá están consideradas por el gobierno, los enunciados
de derechos humanos como aberraciones respecto a sus aparentes ideales de buen gobierno.
Así es que cada día Donald Trump, al definir las amenazas sistémicas contra su país redefine también el cierre de
oportunidades que son inherentes. En el caso de México los conflictos son de fondo y básicamente son dos: el
auge y fuerza del crimen organizado en el asunto del narcotráfico y tráfico de personas, y su colusión con el amplio
entramado de empleados del gobierno de México, eso incluyendo a los líderes de la administración; y también
ocupan su interés como armas pesadas de presión, los tópicos del tratado comercial, en el que nuestro país se
obligue a limitar drásticamente las operaciones de intermediación comercial con China.
En su cuartel, Trump tiene gente de su misma calaña, rudos, pero también definidos sin rodeos; el vicepresidente
J.D. Vance es un sustituto irremplazable, en cuanto a esgrimir con denuedo las argumentaciones del neoyorquino.
Tom Homan recién nombrado como “Zar de las fronteras” posee una vasta experiencia en deportaciones masivas.
Otro, no menos eficaz, es Elon Musk, quien será el amo de la guillotina contra la burocracia dorada de los
demócratas, muchos de los que han medrado inventando supuestos derechos y políticas antidiscriminatorias, que
han resultado exactamente altamente discriminatorias.
No se diga el nombramiento como Secretario de Estado del senador de la Florida Marco Rubio, descendiente de
la migración cubana que salió a la llegada del régimen castrista; Rubio es un activo que reproduce coincidencias
de política internacional con Trump, detesta las dictaduras de Cuba, de Nicaragua y Venezuela y ahora como jefe
de la diplomacia estadounidense; se le va a recordar con aquellas declaraciones en junio de 2022, en las que
identificaba la política de Obrador entregada a los cárteles de la droga mexicanos.
En México, mientras tanto, crece la violencia delincuencial sin ningún freno, y se derrumba el precario estado de
derecho, al eliminar al poder judicial…. Sencillamente hay una grave incertidumbre porque hoy no se sabe si hay
o habrá pronto jueces en México. El gobierno, los gobiernos del poder verticalizado están inmovilizados y no se
sabe que sigue, después de estas presiones y los palos de ciego, que se auto propinó el gobierno que no acaba de
salir, se fue desquebrajando la vida institucional, que urgía ser reformada no destruida.
Y las alertas requieren de decisiones también como los vecinos, nítidas. En esta coyuntura la presidenta
Sheibaum está urgida por superar los obstáculos que la encadenan, y parece que define mecanismos
liberadores: por una parte, quiere le entreguen el control de la seguridad que se la han negado, y renueva
la carga al intentar coordinar nacionalmente la seguridad de parte de sus cercanos, para construir una
estrategia que tiene que ver con conceptos que rebasan las fronteras nacionales, sí o sí…
Por otro lado, Sheibaum debe intentar gobernar México, todo, no los espacios breves que la constriñen.
De hecho, se ve obligada a detener el albazo caudillista del partido Morena, de parte de subgrupos que
nunca fueron claudistas; y hoy se arropan en el instrumento disgregador que representa Andrés López
Beltrán (a) Andy, que está en los prolegómenos de su hipotética campaña presidencial, para sustituir a
la presidenta si se sale del huacal, del cacique macuspano. En esta operación hay gente capaz que
entiende que se debe fortalecer la figura presidencial como factor de elemental lógica para el grupo
gobernante; está un operador que supera a los obradoristas en manejo político e ideas, Alfonso Ramírez
Cuéllar, que está convocando una espartaqueada sin obradoristas transexenales.
Solo queda para cubrir la fuerte realidad que se plantea encontrar los puntos de coincidencia para
suavizar lo que viene de un puño cierto. Porque Trump no va a recular en lo que le trae fortaleza política
y eleva su imagen internamente. Y eso es la plataforma, ya bien conocida que le dio los votos: la de
apoyar sin limite los valores cristianos y occidentales, la familia y a los trabajadores que desplaza el
moderno maquinismo y las alianzas extrafronterizas. No hay que desdeñar que el nuevo presidente
electo incluye como prioritario acumular en su haber, las represalias en contra de quienes, desde su
perspectiva, han usurpado el poder gubernamental estadounidense, para medrar en compromisos bajo
la mesa, o abiertamente; acciones que han beneficiando camarillas y movimientos anti naturales como
si fueran acciones afirmativas, pero encubiertas en conductas sociales supremacistas de corte
disgregador.