No hay forma de escapar de una reacción inusitada de parte de EUA

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

Se publica por encuestadoras acreditadas que la pelea por la Casa Blanca está muy cerrada y dejan la idea de que el resultado de la elección Harris-Trump, será conocido prácticamente al último minuto.

La ventaja -según Reuters/Ipso- que tenía Kamala del debate de septiembre de 5 puntos por encima de Trump de 47% sobre 42% se ha ido esfumando. El Universal ayer en primera plana publica de acuerdo con RealClearPolitics, la diferencia solamente de 7 décimos entre los dos candidatos: 49.2% de Harris y 48.5% de Trump.

El asunto se centra en la resultante de lo que puede suceder con un posible mando u otro en la presidencia de Estados Unidos correlacionado a los intereses de México. Se piensa sobre todo en torno a la necesaria pregunta de: ¿cómo nos irá a los mexicanos con Kamala o Donald?

Y en ese sentido me parece que hay dos versiones de análisis de acuerdo con el marco conceptual en el que nos hagamos la pregunta.

Creo que la mayor parte de los comentaristas especializados y experimentados se muestran inclinados a considerar de modo sobresaliente el marco analítico de las relaciones exteriores en su modalidad bilateral, dando por hecho los esfuerzos de carácter diplomático y legal por encima de otros factores. Este enfoque que, si bien es importante en lo formal, a la vez deja de lado el medio de los alcances de la lucha del poder de parte de los políticos estadounidenses tanto en lo estructural interno, como en el ámbito de las reglas de un orden mundial en permanente disputa que es el factor esencial en la política de las potencias.

Esa forma de abordar las relaciones de tipo bilateral bajo la idea de dos países con supuestas soberanías en las que se pretende un trato igualitario y respetuoso es muy limitada, y confiere incluso ciertas diferencias para ser resueltas esquemáticamente en plataformas diplomáticas multilaterales, que tienen muy poca efectividad.

Por eso las suposiciones de un mejor o peor trato no sobrepasan lo anecdótico y si se leen los comentarios en ese tono poco definido de la diplomacia, tendremos papeles impecables sin adjetivos pero que destinan a lo sorpresivo lo que por demás es evidente.

En ese punto la geopolítica es la otra visión que pretende ser una visión más objetiva porque parte en principio, no de un formato que se ambienta en un ideal pacífico de suyo, sino de una atmósfera natural de las rivalidades del poder como esenciales.

Y en ese sentido más allá de los estilos personales que agradan mucho a los lectores que gustan del colorido folclórico que le impregnan los actores políticos de cualquier país; habría que revisar los hechos de las políticas no digamos estrictamente públicas, como también les agradan analizar a los progresistas en particular; sino las políticas de la reproducción de poder que son las que emanan de las potencias de carácter mundial.

En ese sentido hay que señalar que, en cuanto a la relación de México con EUA, existen dos hechos que expresan realidades concretas que tienen su propio eje: uno, un asunto vital que borda en torno a la frontera con la complejidad que entraña estar ubicado dentro del perímetro de seguridad de la primera potencia del mundo; y dos, el asunto de sobrevivencia en términos de competitividad del mercado mundial, en la que México juega la  posición de socio en un tratado comercial que hoy por hoy, es el esquema más importante económicamente hablando del orbe.

Ambos asuntos constituyen una misma política en la que se configura un trato específico de carácter institucional en el que participan los intereses estructurados, los servicios civiles de carrera, los negocios y los enseres de las alianzas, que son innumerables solo hay que mencionar  que a la vez, el paquete incluye el listado de oportunidades con sus consiguientes consideraciones también de amenazas, que se intercalan en la toma de decisiones ya programadas y suficientemente discutidas, ante las cuáles México poco puede hacer a menos que amplíen su perspectiva y puedan entender de sus interlocutores los rieles sobre los que transitan a nivel planetario.

En pocas palabras sea con Trump o con Harris lo primero que se debería no confundir es el mecanismo de la identidad del sujeto que se tiene enfrente, un aliado dispuesto a ver las amenazas del tamaño que las ven los estrategas de mayores recursos y en seguida, tener un panorama que concuerde en tomar partido sin lugar a dudas por definirse con el socio, no con otros que son competidores que socaban la fuerza y liderazgo del mercado. En ese tema hay notas en las que Sheibaum concretamente sí lo entiende y ha expresado su obvia predilección con EUA y no con China. El anterior presidente nunca lo entendió meridianamente como lo es, un asunto integral que incluye decisiones específicas.

Eso quiere decir que la inclusión no es masiva y no es extensiva por lo que México no tiene derecho a colar invitados a un evento y en el que los demás sencillamente sobran. No es tópico de amigos, es de socios y es de defensores de la seguridad regional, ésta última como la negociación complicada que también falta o no parece bien delineada.

El deterioro del sexenio anterior llevó a México a desandar mucho. Empezó con la preponderancia diplomática ya lastimada en las formas por el bandazo abrupto de Peña Nieto, que saltó de la cobertura de Bill y Hillary Clinton, a buscar en el yerno de Trump la vertiente principal de los arreglos geopolíticos, sin entender su magnitud.

Con Obrador a mediados de su gobierno la relación ya estaba en la mesa de justicia, la penal, aquí el Fiscal estadounidense Mr. Garland y las agencias desplegaron sus amenazas al crimen mexicano. Para terminar el sexenio, la relación se conformaba en una agenda ubicada en los linderos del Pentágono, como formalmente se encuentra en este momento. De hecho, solo falta la aprobación del Senado para sacar a México de las coordenadas del Comando Norte.

Por esas razones que aparte sumarían las características de cada líder estadounidense en disputa por la presidencia de su país, es muy difícil que se mantenga el caso de México bajo una estabilidad relativa como la que ha imperado desde que terminó la segunda guerra mundial. Por una parte, las interrelaciones en todos los terrenos se han incrementado, la población de origen mexicano allá, ha crecido mucho y también la gentrificación a incorporado muchos estadounidenses que habitan de modo permanente en nuestro territorio. Por supuesto que somos quienes más les vendemos productos a los vecinos y coparticipamos de identificaciones sumarias que sería innecesario enumerarlas.

Pero electoralmente y estratégicamente México está siendo señalado en un modo en el que el ciudadano medio de Estados Unidos, es convencido de que hay que remediar males como los migratorios y los de seguridad, que implican decisiones con el tono de la violencia como medio resolutivo.

Esa coyuntura implica que el discurso agresivo en contra de los males que aquejan a México y a Estados Unidos, no puede ser evadido y va a requerir evidencias de dureza que, aunque puedan ser dirigidas a los transgresores del orden social, se les va calificando a los integrantes de la estructura de gobierno y a los liderazgos sociales con carencias graves en el interés por la defensa de las amenazas geopolíticas incuestionables. Por eso el juicio a un García Luna no puede verse como un hecho aislado sino como un ejemplo que configura ante la población estadounidense la existencia del poder del crimen y su persistencia como una representación que evidencia a un narcoestado, en pleno movimiento ascendente.

Sea quien elijan los ciudadanos del vecino del Norte, no hay forma que permita una escapatoria de un proceso que implicarán decisiones más que incómodas incluso dolorosas para todos y demoledoras para los que tuvieron en el pasado canonjías excepcionales.

La sociedad mexicana debe ser madura y entender que, sembrando vientos, se cosechan tempestades. Los daños exigen una reparación manifiesta y tal parece que mucho trabajo de la antes prestigiada planta diplomática (si se quiere para consumo interno), ya no es un valladar efectivo para limar diferencias.

Habrá que esperar mejores escenarios de los que se vaticinan como una andanada de golpes.

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