Boris Berenzon Gorn.
Ignacio Osorio, desde que se casó con mi madre, fue para mí un segundo padre, si es que en los recovecos del corazón existe la capacidad de jerarquizar el amor. En octubre de 1989, siendo director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México y en el marco de las conmemoraciones del quinto centenario del viaje del Almirante Cristóbal Colón, organizó una exposición documental, bibliográfica, cartográfica e iconográfica titulada Colón en la Biblioteca Nacional de México. Esta exposición reunió un centenar de testimonios conservados en nuestra Biblioteca sobre el ilustre navegante, sus viajes y las consecuencias de estos. Al mismo tiempo, los organizadores la concibieron como un homenaje a uno de los más destacados estudiosos de la empresa colombina: Edmundo O’Gorman, el mexicano que más honda e inteligentemente penetró en la enmarañada historiografía en torno a la figura del Almirante del Mar Océano hasta ese momento.
En esa ocasión, se rindió un breve homenaje a don Edmundo O’Gorman, en el que participaron figuras como don Rubén Bonifaz Nuño, uno de nuestros poetas mayores y el gran constructor de los estudios filológicos del México actual, quien ya entonces llevaba varios años dirigiendo su seminario sobre la descolonización. Recuerdo ese momento como si fuera ayer, ya que la madre de Ignacio se encontraba grave, y viajamos a su amado pueblo, Temascalcingo. Fue en ese viaje donde escuché por primera vez, de labios de Ignacio, la idea del México profundo de Guillermo Bonfil. Como solía hacerlo, me recomendó leerlo, sabiendo que en una o dos semanas tendría un “examen” sobre el libro en alguna de nuestras conversaciones. Durante esos días, cada dos o tres días, él manejaba de ida y yo de regreso en la madrugada. En uno de esos viajes, me compartió lo que planeaba hacer en esas jornadas. Reímos y reflexionamos mucho.
Ignacio inició su intervención en la exposición con la frase: “¡Colón al paredón!”, que en esos años muchos críticos de la conmemoración gritaban en la famosa glorieta de Colón como muestra del rechazo a la colonización. Al escuchar esto, tanto O’Gorman como Bonifaz Nuño soltaron carcajadas, cada uno en su estilo, y su profunda picardía, pues la frase creo yo, reflejaba el sentir del inconsciente colectivo ante la colonización y la imposición del mestizaje y la risa era el emergente de esa “verdad” .
El 12 de octubre es una fecha cargada de significados diversos y, a menudo, contradictorios en la historia de América y Europa. Este día conmemora la llegada de Cristóbal Colón al continente americano en 1492, un evento que, desde una perspectiva eurocéntrica, se presenta como el “descubrimiento” de un nuevo mundo. Sin embargo, esta narrativa ha sido puesta en duda en las últimas décadas, ya que oculta un contexto de violencia, explotación y resistencia que ha marcado las relaciones entre los pueblos indígenas y los colonizadores.
El concepto de “encuentro de dos mundos” ha sido tradicionalmente entendido como un intercambio cultural enriquecedor entre las civilizaciones europeas y las nativas americanas. No obstante, la realidad de este encuentro fue profundamente asimétrica. La llegada de Colón y la posterior colonización resultaron en la imposición de estructuras sociales, económicas y culturales que devastaron las sociedades indígenas. La historia se ha contado desde la perspectiva del conquistador, mientras que las voces y experiencias de los pueblos originarios han sido relegadas al silencio. Este “encuentro” no solo trajo consigo el intercambio de productos y saberes, sino también la introducción de enfermedades devastadoras que diezmaron a las poblaciones indígenas. En este sentido, la “conquista” se puede ver como un proceso de despojo que no solo involucró la toma de tierras, sino también la destrucción de culturas enteras.
El mestizaje, considerado por muchos como un símbolo de la identidad latinoamericana, representa una mezcla de culturas que, si bien puede haber enriquecido la vida cultural de la región, también conlleva un legado de opresión y marginación. La narrativa del mestizaje se ha utilizado a menudo para promover una identidad común que ignora las diferencias y desigualdades entre grupos étnicos. Este ideal de unidad, en muchas ocasiones, ha llevado a la invisibilización de las culturas indígenas y afrodescendientes, que continúan luchando por su reconocimiento y derechos en sociedades que aún arrastran el peso del colonialismo.
Las ideas de la descolonización y las epistemologías del sur cobran relevancia. Los conocimientos del sur, un concepto desarrollado por pensadores como Boaventura de Sousa Santos, Walter Mignolo o Aníbal Quijano buscan visibilizar y revalorar las epistemologías y formas de conocimiento que han sido sistemáticamente marginalizadas por la modernidad occidental. Estos conocimientos no solo comprenden las tradiciones y saberes de los pueblos indígenas, sino también las formas de resistencia que han emergido ante el colonialismo. El proceso de descolonización intelectual implica una revisión crítica de las narrativas históricas que, por siglos, han privilegiado las perspectivas coloniales. En este contexto, el mestizaje, más que una simple mezcla de culturas, puede ser interpretado como una herramienta de control social utilizada para diluir las diferencias y someter las identidades no occidentales.
Edmundo O’Gorman, en su obra La invención de América, plantea que América no fue simplemente descubierta, sino “inventada” por los europeos a través de un proceso de construcción de significados. Esta invención implica que el continente fue concebido en un contexto de narrativas que privilegiaron la perspectiva europea, relegando a las culturas indígenas a un rol secundario. Al ver a América como un espacio vacío que debía ser colonizado y definido, los europeos negaron la riqueza y complejidad de las civilizaciones que allí existían. O’Gorman nos invita a cuestionar la forma en que se ha narrado la historia, sugiriendo que las imágenes que se han construido sobre América son reflejos de las necesidades y deseos de los colonizadores, no de la realidad vivida por sus habitantes originales. Este enfoque crítico no solo cuestiona la visión eurocéntrica, sino que también abre la puerta a la revalorización de las historias indígenas, en línea con las propuestas de los conocimientos del sur.
El 12 de octubre se ha convertido en un punto de encuentro para el debate y la reflexión. A medida que el reconocimiento de los derechos indígenas y la diversidad cultural cobra fuerza en muchos países de América Latina, la celebración de este día ha evolucionado. Algunos países han decidido renombrarlo como “Día del Respeto a la Diversidad Cultural” o “Día de la Resistencia Indígena”, buscando visibilizar el sufrimiento histórico de los pueblos originarios y reconocer su resistencia frente a siglos de colonización. Estas reformas en la conmemoración del 12 de octubre han generado tensiones en algunas sociedades, donde aún persisten sentimientos nacionalistas que idealizan la colonización. La lucha por una memoria colectiva que incluya todas las voces sigue siendo un desafío, ya que implica confrontar legados de racismo y desigualdad que aún perviven.
La famosa frase atribuida a Colón, “He encontrado un nuevo mundo”, puede ser interpretada de múltiples maneras. Desde una perspectiva colonial, representa una declaración de conquista y dominación; sin embargo, también puede ser vista como una muestra de ignorancia sobre las civilizaciones ya existentes en el continente. Esta idea, en el contexto de la colonización, sugiere un proceso de construcción de significado que no toma en cuenta la realidad de los pueblos indígenas. La propuesta invita a la reflexión sobre cómo se han narrado los eventos históricos y cómo estas narrativas han moldeado la identidad y la memoria colectiva. En lugar de un simple descubrimiento, lo que ocurrió en 1492 fue un encuentro marcado por la violencia y la resistencia, que continúa resonando en la actualidad.
El 12 de octubre es una fecha que invita a una reflexión crítica sobre el pasado colonial y sus repercusiones en el presente. A medida que se reexaminan las narrativas históricas, y con la inclusión de los conocimientos del sur, se abre la posibilidad de construir una historia más inclusiva y representativa que reconozca y valore la diversidad cultural de América. La memoria histórica, al incluir todas las voces, puede convertirse en un vehículo para la reconciliación y la justicia, permitiendo que las experiencias de los pueblos indígenas y afrodescendientes sean reconocidas y celebradas. Esta revalorización no solo es un acto de justicia, sino un paso hacia la construcción de sociedades más equitativas y diversas.