Carlos Arturo Baños Lemoine.
Llegó al Palacio Legislativo de San Lázaro con su look a la Eva Perón para permanecer en la parte superior de la tribuna. Y, por fin, Claudia Sheinbaum recibió la banda presidencial de Andrés Manuel López Obrador, su mentor, su protector, su caudillo, su promotor, su líder máximo, su timonel, su padrino político, su patriarca… ¡y, desde ahora, su lastre!
Su discurso fue sumamente previsible: loas a su “divinizado” antecesor, defensa a ultranza de la fallida obra de la Cuarta “Transtornación” Mental, exposición de sus principales líneas de trabajo (o “segundo piso” de la 4T) y demagogia populista-feminista.
Está claro que Claudia Sheinbaum se asumirá como la Evita Perón de Petatiux, versión mexicana; siempre en defensa de sus “descamisados explotados por el capitalismo” y de sus “hermanas oprimidas por el patriarcado”. Una nueva versión del redentorismo político.
Punto central de su discurso fue la idea bufa de que en México “es tiempo de mujeres”; idea muy propia del mainstream de la propaganda contemporánea, de clara inspiración feminista. Ya lo saben ustedes: desde las fabulaciones convenientes del feminismo, se asume que las mujeres de hoy han podido superar los límites que “el patriarcado” les ha impuesto a través de la historia. Las mujeres, pues, “se están liberando” de ese “sistema de opresión, dominación y marginación” llamado “patriarcado”, que sólo existe como fantasmagoría en sus mentes desorientadas y victimistas.
Queda claro que las feministas siguen sin entender las grandes pautas de la angustiante evolución de la humanidad, y les encanta ver “opresión” en donde los seres humanos sólo han aplicado, con éxito marginal pero hasta ahora suficiente, el principio de división y especialización de las actividades socioeconómicas, gracias al cual la humanidad ha podido sobrevivir y elevar la productividad colectiva a lo largo de los milenios.
Y por estar tan entretenidas con sus burdas invenciones, las políticas feministas, como la hoy Presidente Claudia Sheinbaum, pasan por alto cosas elementalísimas, entre ellas que la eficiencia burocrática de nuestros tiempos no guarda relación directa alguna con el sexo de las personas, por lo que resulta totalmente irrelevante el sexo de quien ocupe los cargos burocráticos, incluida la Presidencia de la República.
Actualmente, la gestión de lo público es un área del desempeño humano que tiene sus propios indicadores de éxito y la variable “sexo” pesa poco o nada en tales indicadores; casi siempre nada. ¿Qué esperan ustedes, mis amigos, de un burócrata? Obvio… ¡que sea eficiente! Todos esperamos que el funcionario público “funcione”, es decir, que resuelva la tarea que se le ha asignado y lo haga de forma pronta, eficaz y al menor costo posible. Economía pura y elemental. ¿Qué importa el sexo del funcionario en todo esto? ¡Nada!
Pero millones de incautos se dejan engañar con enorme facilidad con eslóganes baratos mientras nuestra gestión de lo público se hunde en la ineficiencia y la corrupción.
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