Por. Rubén Cortés
Nadie llegado a la presidencia por los votos, como el que mañana entrega el cargo oficial en México, abusó tanto del poder. Vivió en el palacio donde vivían los virreyes de la Nueva España; bufones cada mañana; jets militares para viajar, vallas alrededor para no ser molestado.
Saltimbanquis, besamanos, odas. “Tan humano, visionario, traigo un nudo en la garganta, ríos de amor del pueblo”: Sansores. “Hoy me he despertado con mucha tristeza sabiendo que mañana ya te vas”, le dedicó Luisa María Alcalde.
Un culto a la personalidad que él promovió. Le fascinó la adulación. Pero por cutre que haya sido ese culto a la personalidad, seguramente traía a su mente los desfiles que concedía Roma a sus emperadores, tras cada batalla ganada.
Sin embargo, hasta en la Roma de los emperadores, a la espalda del homenajeado (que iba parado sobre una cuadriga) un esclavo mantenía en alto una corona de laureles entrecruzados y le repetía una letanía al oído:
Respice post te! Hominem te ese memento! (¡Mira atrás y recuerda que sólo eres un hombre!) Memento mori, memento mori (Recuerda que vas a morir, recuerda que vas a morir).
La cantinela buscaba evitar que “Roma cayera en manos de los que representaban valores opuestos”. Una retahíla actual en estos tiempos, en que las democracias más pobladas son (o han sido) gobernadas por populistas endiosados: Trump, Bolsonaro, Putin, Narendra, Widodo.
Políticos que no creen haber sido electos para administrar el Estado durante un periodo determinado, sino que se consideran próceres llamados a esfuerzos épicos. Y convencidos, además, de que gobernar no tiene ninguna ciencia. Poco instruidos.
La literatura es rica es estos personajes: gobernantes provenientes del campo, como el aún presidente de México, que gobiernan sus países como una palapa, un potrero, un mercado un pulgas. García Márquez los retrató en El otoño del patriarca:
No parecía entonces una casa presidencial sino un mercado donde había que abrirse paso por entre ordenanzas descalzos que descargaban burros de hortalizas y huacales de gallinas en los corredores, saltando por encima de comadres con ahijados famélicos que dormían apelotonadas en las escaleras para esperar el milagro de la caridad oficial.
También Miguel Ángel Asturias en El señor presidente:
En la ciudad continuaba la fiesta en honor del Presidente de la República. En la Plaza Central se alzaba por las noches la clásica manta de las vistas a manera de patíbulo, y exhibíanse fragmentos de películas borrosas a los ojos de una multitud devota que parecía asistir a un auto de fe.
Pero no son literatura. Son el mundo real: de 1990 a la actualidad, han gobernado 56 populistas en 43 democracias. Y todos les hicieron perder a sus países un tiempo irrecuperable.
Políticos de fuego fatuo.