El inconsciente tiene permiso…

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

A pesar de las prohibiciones sociales impuestas por la cultura, la educación y la civilización —promesas eternas pero fallidas de un mundo mejor— nuestras pulsiones y deseos reprimidos siempre encuentran formas de manifestarse. Emergen, permean y fluyen con toda la fuerza que queda por existir, mostrándose en las marañas de nuestra vida cotidiana, tanto a nivel individual como colectivo. El pasado 23 de septiembre se recordó el 85.º aniversario de la muerte de Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis moderno. Sus teorías sobre el inconsciente siguen siendo relevantes para comprender la psique humana y sus dinámicas en contextos de la permuta social. Freud planteó que el inconsciente alberga deseos y pensamientos que, aunque no son accesibles a la conciencia, influyen en nuestras acciones y decisiones.

A veces, podríamos imaginar un cuento narrado por juglares shakesperianos de la época victoriana. La literatura de ese período mostró una transición del romanticismo al realismo, con escritores que buscaban representar la vida cotidiana de manera más fiel —titulado El susurro del inconsciente: en una pequeña aldea, una joven quizá llamada Dora descubre un diario antiguo que revela secretos olvidados de su familia — hablando del poder del inconsciente y de los deseos reprimidos. A medida que Dora lee, comienza a experimentar un intenso conflicto entre su vida —sin duda, plana, tranquila, segura pero aburrida— y la vibrante intensidad de vivir sin certezas que el diario despierta. Siente la presión de cumplir con las expectativas familiares mientras anhela seguir su propio camino. Finalmente, Dora decide explorar sus deseos — emprendiendo un intrépido viaje de autodescubrimiento que la lleva a reconciliar su existencia con el ímpetu de vivir. Permite que su inconsciente se exprese libremente y transforma su vida en una celebración. Así, en el eco de sus deseos liberados, Dora encuentra la melodía de su vida— una danza entre el inconsciente y la autenticidad que ilumina su psique. Pero el final no fue ese. No hubo final feliz. Apareció la neurosis y el cuento siguió generación tras generación, y fueron infelices por toda la vida.

El legado de Sigmund Freud se mantiene vigente porque nos ofrece utillajes para explorar los conflictos internos que surgen en la vida moderna y contemporánea. En un mundo en constante transformación, donde las normas y valores están en flujo, el papel del inconsciente se vuelve aún más significativo. Comprender el inconsciente es esencial en momentos de cambio social, especialmente en las grandes pasiones humanas: el amor y la política. Estos sitios de la memoria existencial son campos fructíferos para la manifestación de deseos reprimidos, donde las tensiones entre lo personal y lo colectivo se vuelven palpables. El amor puede ser un refugio de intimidad, pero también un espacio para proyectar inseguridades y anhelos inconscientes. En el ámbito político, las ideologías y movimientos pueden ser impulsados por deseos profundos de reconocimiento y pertenencia, a menudo ocultos bajo la superficie de la razón.

En El malestar en la cultura, Freud examina el conflicto entre los intereses individuales y las exigencias de la sociedad. En su análisis, la “cultura” no se refiere solo a tradiciones o costumbres, sino a una civilización compleja y tecnificada que impone normas estrictas sobre el comportamiento humano. Freud sostiene que, en la búsqueda de la civilización, surgen rigideces inherentes; las necesidades instintivas deben ser reprimidas para mantener el orden social. Esta represión, aunque necesaria para la convivencia, puede llevar a la angustia y la neurosis, generando un malestar persistente en el individuo.

Freud también destaca que, aunque la represión de instintos sexuales ha sido fundamental para la construcción de la civilización, el costo psíquico de esta represión es muy alto, por no decir impagable. Los seres quedamos atrapados entre el consciente y el inconsciente, enfrentan un conflicto interno que se traduce en ansiedad y frustración. Por ejemplo, alguien puede desear la libertad sexual, pero al mismo tiempo sentirse culpable por esos deseos, creando un dilema moral que puede manifestarse en trastornos psicológicos. Aunque la represión sexual ha disminuido en ciertas sociedades contemporáneas, el malestar persiste en nuevas formas.

La tecnología y las nuevas dinámicas sociales, lejos de liberar a las personas, han dado lugar a nuevas fuentes de angustia. Las relaciones interpersonales se han transformado, muchas veces mediadas por plataformas digitales, lo que puede generar rupturas emocionales y aumentar la sensación de soledad. La era de la comunicación constante no ha erradicado el malestar; más bien, ha añadido capas de complejidad a nuestras interacciones. Freud argumenta que la cultura y la civilización, aunque diseñadas para combatir la infelicidad, a menudo se convierten en la fuente misma de nuestra miseria psíquica. En este sentido, su obra resulta decisiva para entender el impacto que la sociedad ejerce sobre el sujeto y cómo este enfrenta la frustración de sus deseos.

La respuesta a este malestar podría radicar en una mayor aceptación de nuestras naturalezas instintivas. Desde la década de 1960, se ha visto un auge en la búsqueda de alternativas a la vida urbana y las presiones culturales: desde el yoga hasta prácticas como la meditación o el uso de sustancias que prometen un reencuentro con el “ser interior”. Esta búsqueda de autenticidad resuena con la idea freudiana de que, para aliviar el malestar, es necesario reconciliarse con los deseos reprimidos. Como dijo Freud: “No hay nada más humano que la búsqueda de la felicidad, pero tampoco hay nada más humano que la destrucción de la misma”. Esta reflexión nos lleva a examinar cómo podemos encontrar un equilibrio entre nuestras necesidades individuales y las expectativas sociales. ¿Estamos dispuestos a explorar nuestro inconsciente y aceptar nuestras pulsiones más profundas? ¿Qué papel juegan las nuevas tecnologías en la manifestación de nuestro malestar? ¿Podemos, como sociedad, encontrar un camino hacia la autenticidad y el bienestar? Mientras tanto, el inconsciente tiene permiso…

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