Jorge Miguel Ramírez Pérez.
Lo que sucede con el despliegue y conflictos por las hegemonías del crimen en Sinaloa, Chiapas, Michoacán, Jalisco y Zacatecas, por mencionar las entidades que más destacan en los medios de manera frecuente, no impresiona a nadie.
La conciencia social de los mexicanos parece cauterizada. La propuesta de la abolición del poder judicial que solamente parece afectar a los que la van a padecer y casi nadie ubica este intento de golpe de estado, como una desestructuración de la República Mexicana; son síntomas de una descomposición de profundas proporciones que muy pocos entienden.
Algo está pasando que asoma como prolegómenos visibles de una guerra moderna que tiene en su forma terminal de negociación, casi un sexenio de socavar las conexiones de la unidad nacional que antes era una fortaleza de México. Y todo también, se puede reducir insospechadamente a la defensa a ultranza de los vástagos sobreprotegidos de la inutilidad y de la ausencia de méritos propios, pero adoctrinados a una propensión al caciquismo aldeano.
Nadie podría haber pensado que viviríamos en estos días una espiral tan pronunciada como la que se está presentando en México. La estrategia para definir la dirección del país de parte de quienes toman las decisiones es confusa y las evidencias marcan las convulsiones que serían impensables en otra época.
En lo que se puede calificar de ideológico, desde el siglo pasado los socialistas orgánicos por generaciones de nepotes estuvieron socavando la vocación integral de nuestro país, la consigna que han difundido por lustros ha llevado a algunos hasta a publicar una falacia en la que ponen a México enredado en una disputa irreconciliable.
Muestran al país entre dos fuerzas algo fatalmente dicotómico y maniqueo, donde los autollamados izquierdistas o progresistas se inventan cíclicamente enemigos irreales que suponen tienen agarrado al país bajo su control. Este discurso de polarizaciones supondría que son pobres injustamente tratados por los ricos, o supuestamente los buenos ciudadanos agobiados por los criminales se opondrían a estos.
Pero no es así, los ricos han sido tratados exacerbadamente mejor que nunca en este régimen izquierdista y proto socialista. Esa es la verdad; y en cuanto a los criminales, éstos han sido beneficiados con un régimen excepcional de la instauración de la opción preferencial a una impunidad institucionalizada. De tal suerte que los fantasmas de la maldad, ¿quiénes son? ¿Si los malos no son los magnates como se supone o los grandes gangsters?
Acertó mi estimado lector, los enemigos del régimen son las clases medias y los buenos ciudadanos. Así de contundente. Los que aspiramos a mejorar nuestro país y aspiramos a mejorar la convivencia social elevando expectativas educativas económicas. Pero no nada más los de esta demarcación axiológica, sino centralmente también se lucha encarnizadamente bajo la mesa por heredar poder a los parientes.
Basta ver las maniobras de Obrador para asignarle un empleo de poder como correa trasmisora de sus ocurrencias, a su hijo favorito en la cargada construida en grandes dimensiones para únicamente lograr ese propósito caprichoso.
O los malabares y estigmas de Yunes Linares por ponderar a su hijo como un púber que no se puede defender ante los manejos malísimos de sus aduladores, que fueron promovidos a cargos por su abyección y manipulación de egos de cristal y no por sus capacidades. De pasadita encontrando culpables, rayándole el cuaderno vacío al cacique del PAN, Marco Cortés.
Y ya lograron todos contra todos, hacer evidente la guerra que se gesta en México, castigando toda forma pacífica y verdaderamente política en esta tómbola de odios.
La siembra de la tirria ya llegó a los sectores más demoledores entre los hijos de los clásicos de la violencia, pero también la ola se ha extendido y ya se apoderó de las instituciones que se han difuminado ante nuestros ojos, con una frialdad y gusto con las que las grandes masas de México las han recibido y que parecen solazarse de todo lo que signifique una quiebra a la nación.
Cada discurso de los nepotistas en todo el andamiaje de las burocracias senatoriales, de las mafias parlamentarias, ya sea de los hijos de Obrador experimentados en coyotaje o los parientes de los jueces, lo que manifiestan; es la plenitud de las injusticias y la obcecación de esos estamentos rancheros precivilizatorios de carácter tribal.
Esa es la verdadera guerra de hoy. Nada ha cambiado como lo argumentara en “México de carne y Hueso” el historiador y periodista Ayala Anguiano. La lucha por los cargos y las concesiones sigue siendo el motor de México, desde la independencia: la única razón es sentarse en el poder por el poder mismo, sin proyectos reales, a cambio de una alta inclinación por lo destructivo; solo motivados por el ocio de la presunción de arrebatarle a los lisonjeros profesionales tan bien nepotistas, un reconocimiento que el talento político les negó.