Alejandro Rodríguez Cortés*.
Como opositor, durante 18 años Andrés Manuel López Obrador se dedicó a hacer campaña. Como presidente de la República, empleó la mayor parte de su sexenio en seguir haciendo proselitismo por él mismo.
Ahora, del último cuatrimestre de su sexenio 3 meses se fueron en afinar la embestida final contra las instituciones democráticas de México y consolidar su reelección de facto. Ha atrapado todo, incluida la presidenta electa y el próximo equipo de gobierno, donde él seguirá mandando.
Pero los últimos días, Don Tutupiche los dedica a la comunicación. Mejor dicho, a la propaganda: ante los nulos resultados de un gobierno que en realidad fue campaña política, trata de vendernos la idea de que la mal llamada Cuarta Transformación en verdad transformó algo para bien.
No fue así, en modo alguno. Las cifras no mienten.
Lo que dijo el mandatario en su sexto informe fueron fundamentalmente mentiras, ya adelantadas en los anuncios de radio, televisión, redes sociales, espectaculares, carteles y demás.
Dice que la economía mexicana está mejor que nunca, cuando su comportamiento es el peor en cuatro décadas: menos de 1 por ciento de crecimiento anual, inflación acumulada de 30 por ciento y el espejismo de un superpeso que dejó de serlo por la necedad presidencial de destruir el entramado institucional mexicano.
Dice también con increíble desfachatez que hay menos homicidios, en un México que registra récord de muertes violentas: casi 200 mil, sumadas a las más de 800 mil muertes producto de una fatal gestión de salud pública que no se parece siquiera un poco al sueño danés que se atreve a decir que ha sido cumplido.
Los spots presumen lo insostenible del embuste de “primero los pobres”, cuando la pobreza extrema aumentó a pesar de la transferencia de recursos públicos. Y en educación, pues lo importante es tener contentos a los maestros en lugar de invertirles para que eduquen mejor.
Para cerrar con broche de oro, la corte real de Palacio Nacional se organiza un encuentro de pseudoperiodistas leales, cuya supuesta independencia es sinónimo de abyección, lambisconería y loas al poder y a quien lo tiene y lo seguiá ostentando.
Aplausos, consignas, porras al líder, en un vergonzoso acto mañanero en donde -hay que reconocer- se consumó el único resultado verdadero y verificable de la 4T: transformar el chayote en huevito con catsup y bolillo.
¡Felicidades!
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz
