Alejandro Rodríguez Cortés*.
Como un fatal relato bíblico, el viernes negro que acabamos de pasar fue un viernes de crucifixión. Sí, este 23 de agosto la democracia mexicana fue clavada en el madero de los afanes autoritarios y vengativos de quien finaliza su trágico gobierno al mismo tiempo que abre un ominoso episodio de autocracia.
Se les dijo y se les advirtió desde hace años: Andrés Manuel López Obrador sí era un peligro para México. El mismo que se dio por muerto antes de asumir el poder y seguirá ejerciéndolo después de dejarlo. Quien prometió no hacer lo que sí hizo: cancelar un aeropuerto, no endeudar al país, polarizar a la sociedad, exacerbar la violencia, proteger al narcotráfico, destruir los sistemas de salud y educativo, acabar con los contrapesos constitucionales.
La 4T transformó una democracia imperfecta pero funcional en un régimen que se dice diferente y lo es aunque no por ser mejor. Al contrario: destruye tras de sí el camino por el que llegó a Palacio Nacional para quedarse ahí indefinidamente, con un Congreso que le aprobará lo que le plazca, empezando por destruir un Poder Judicial que es la última línea de defensa contra la barbarie del totalitarismo, la intolerancia y la soberbia de una falsa superioridad moral que en realidad es mezquina ambición de perpetuidad.
A pesar de las voces de advertencia y de los atroces engaños mañaneros, millones de mexicanos vendieron su futuro por unos cuantos pesos, los más; por privilegios políticos y económicos, algunos, y por rancios e ingenuos ideales justicieros, los menos.
Algunos olvidaron el pasado o ignoraron la historia real, aunque muchos más prefirieron adoptar la narrativa oficiosa, ramplona, engañosa de buenos y malos, ricos y pobres, chairos y fifís, víctimas y victimarios.
Lo que pasó el viernes en el INE y en el Congreso de la Unión quedará marcado como el antes y después de México, que no será más Tlatelolco, Ruffo, Cárdenas, Fox o el propio López Obrador de antes, sino el AMLO de hoy y los rufianes Batres, Noroña, Taddei, Zaldívar, Alcalde, Durazo, Bartlett, Padierna y muchos priístas, panistas o izquierdistas convertidos en auténticos fachos.
La suerte está echada para la Suprema Corte de Justicia de la Nación y para los organismos autónomos condenados a morir, aunque en su corta vida hayan repesentado beneficios para todos. No habrá ya molestas exigencias de transparencia o rendición de cuentas, ni esfuezos antimonopólicos, garantes de equidad en la competencia o emparejadores económicos. Vaya: ni siquiera votos que cuenten y se cuenten.
Está puesta la mesa para que los poderosos de hoy se atasquen y su líder reparta migajas al resto de sus efebos. Lo seguirá haciendo, aunque se vaya a la Chingada y deje en Palacio a la primera mujer vicepresidenta -o vicedictadora- de la historia nacional.
Qué pena. Sólo queda la pregunta, también bíblica: ¿resucitará nuestra democracia? Ojalá y no sea a la tercer década.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz
