Alejandro Rodríguez Cortés

Alejandro Rodríguez Cortés*.

A la memoria del gran Pedro Sol

 Con el fin de las vacaciones de verano se asoma un septiembre negro.

El último mes del gobierno de Andrés Manuel López Obrador será también el más ominoso periodo de destrucción institucional en México: un congreso mayoritariamente oficialista obedecerá al caudillo para aprobar el fin del poder que les faltaba tener en sus manos, el Judicial.

Durante los últimos seis años, el aún presidente de la República fraguó cuidadosa y meticulosamente su estrategia para acabar con el odioso contrapeso que significaba para él la Suprema Corte y los juzgados. A mí no me vengan con que la ley es la ley, llegó a decir el aspirante a autócrata.

No toleró que los togados retaran su infinita ambición de control absoluto. Los descalificó una y otra vez. Coptó a Arturo Zaldívar y lo convirtió en su lacayo. Lo quiso reelegir -como él mismo intentó, aunque lo niegue- y luego lo utilizó para impulsar el dichoso plan C, que significaba arrebatar la impartición de justicia y perpetuarse él mismo en el poder.

Los últimos treinta días en Palacio Nacional AMLO los vivirá como un monarca, para luego seguir siéndolo desde Palenque. No se puede pensar diferente cuando le impone agenda a su sucesora, cuando le nombra ministros y le recomienda cómplices. Y no se espera mucho de quien parece más vocera presidencial que presidenta electa.

Ello a pesar de que padecerá las consecuencias de lo que hizo la 4T: tomó dinero de muy diversos programas para poder repartirlo entre su clientela electoral y para edificar obras inútiles. Destruyó el sistema de salud y adoctrinó el educativo. Endeudó el país para cumplir su plan y no para apoyar a personas y empresas durante la pandemia. Toleró y cobijó delincuentes a la par de prometer una paz que nunca llegó. Despreció a la ciencia y pontificó viejos modelos que ya han probado su inviabilidad.

Y mientras asume la doctora, en septiembre López Obrador seguirá mintiendo para presumir logros inexistentes y ocultar fracasos ostensibles, mientras que su ejército de fieles jalen el gatillo y disparen a la cabeza de un México que si bien adolecía de muchas aberraciones, caminaba poco a poco hacia una democracia plena, un equilibrio de poderes y a una inserción en el mundo libre, pujante, moderno y competitivo, creador de riqueza y bienestar.

La opción, que parece mantendrá Claudia Sheinbaum a pie juntillas, es la sumisión, la obediencia, la genuflexión a cambio de usar el presupuesto público para comprar voluntades y no para generar desarrollo.

Ojalá y me equivoque, pero hasta ahora no hay elementos para pensar lo contrario.  En todo caso, no queda sino esperar a que llegue octubre, y con él, un poco esperanzador segundo piso del desastre.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista

@AlexRdgz

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