Rubén Cortés.

Le explicaron después

que toda donación resultaría inútil

sin entregar la lengua

Heberto Padilla

La emigración y la pobreza dejaron a Cuba sin futuro posible: en un año, entre quienes se fueron y quienes murieron, la isla perdió al 18 por ciento de su población. No hay un caso parecido en el planeta, del mal que infringe un gobierno a sus gobernados.

Para ese régimen, que ya dura 65 años dirigido por una familia, el presidente de México propone que sea declarado Patrimonio de la Humanidad, porque es un ejemplo de resistencia. Lo dijo el cuatro de julio de 2021. Y no lo dijo con ironía.

Un estudio del economista y demógrafo cubano Juan Carlos Albizu-Campos, revela que la población de Cuba disminuyó, de 2022 a 2023, en un millón 79 mil habitantes, debido a la migración a Estados Unidos; y a que hubo más muertes que nacimientos.

Pero, estos cataclismos de la historia los traducen los escritores, con una emoción que rebasa la aparente frialdad de las cifras. Una de las voces que más lo ha logrado con Cuba es Eliseo Alberto, quien este 31 de julio cumple 13 años de haber muerto en el exilio.

Ya en 1988, Lichi el más grande escritor de la diáspora de los 90, escribió en Informe contra mí mismo:

“Estoy cansada de las mentiras repetidas, de las verdades a medias machacadas, de las consignas iguales, de las manipulaciones burdas, de las pancartas optimistas, de los titulares exaltados de la prensa, de los increíbles planes económicos. Estoy cansada del maltrato diario por gusto, de la grosería espontánea de la vulgaridad oficial. Estoy cansada del ‘no hay’, del ‘se acabó’, del ‘no te toca’. Estoy harta de las guaguas fantasmas, de las colas por todo, de las tiendas sucias y vacías, de la extenuada ciudad que se desploma. Estoy cansada de que me digan quiénes son los buenos y quiénes son los malos”.

Y muy poco antes de morir, en el Hospital General de la CDMX, soñó en el documental En un rincón del alma, de Jorge Dalton:

“Que se acaben las diferencias entre un cubano y otro cubano, que pueda regresar a su país quien quiera; sin revanchas, sin espíritu vengativo, que regrese a invertir, hacerla crecer y a desarrollarse, como esa pequeña isla merece. De ese encuentro, no político, sino real, que haga saber que ésa es tu casa, que puedes entrar todas las veces que quieras, y regresar a vivir y regresar a invertir y regresar a trabajar y a soñar por esta isla”.

Pero es tragedia peor para quienes se quedan, como en el poema de Raúl Rivero:

Por qué, Adelaida, me tengo que morir/ en esta selva/donde yo mismo alimenté/las fieras/

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