Rodolfo Higareda Coen.

Un aparato, ya sea informático o electromecánico, funciona en cualquier parte del mundo independientemente del lugar donde fue fabricado.  Los automóviles por ejemplo, arrancan y caminan aquí y en China; al igual que una computadora o un horno de microondas.  Lo mismo ocurre con los sistemas políticos, sean estos capitalistas, comunistas, fascistas o castrochavistas; y desde luego que cada cual tiene sus diferencias dependiendo del lugar en donde son utilizados.  A muchos de quienes usamos productos de Apple, regularmente nos cuesta trabajo manejar plataformas Windows o teléfonos Android; y sin embargo esos dispositivos pueden hacer casi lo mismo que los otros.  Los teclados cambian atendiendo al idioma del consumidor, pero se puede escribir en ellos.  Lo que es cierto es que “once you go ____ you never go back”

Por eso, a mí me causa una gran hilaridad y sorpresa cuando escucho (y lo he escuchado desde el dos mil quince cuando MORENA se perfilaba para ganar la presidencia) que no hay manera de que el “socialismo del siglo veintiuno” pudiera implantarse en el país.  Argumentan con vehemencia que, dado que somos frontera con los gringos, los poderosos vecinos jamás permitirían tal aberración.  Y no conformes, luego se siguen de frente diciendo que eso sería imposible porque estamos matrimoniados por el TLCAN (a mí me gusta más decirle TLC como lo bautizó su creador Carlos Salinas).

Para esos ingenuos, mi respuesta invariable es que los norteamericanos han aprendido a lidiar con independentistas, liberales, conservadores, emperadores extranjeros, dictadores, revolucionarios, nacionalistas, populistas, charlatanes, modernizadores, globalistas, parlanchines, ladrones y autócratas.  Mientras tengan garantizado el suministro de aguacates para el Super Bowl (esto es el comercio); y en tanto el gobierno mexicano medio controle la migración, les colabore para impedir el paso de terroristas islámicos por nuestra porosa frontera y garantice el contrabando de perico y mota, los del piso de arriba no tendrán problema alguno.  ¡Ah claro! y que la economía de esta tierra no les cause dolores de cabeza como en el noventa y cuatro.  Por lo demás, les da lo mismo si nos gobierna un egresado de Harvard o un gorila platanero.

Esos negacionistas del castrochavismo, quienes no se han enterado que éste ya llegó para quedarse un buen rato, insisten en que es una falacia pensar en ello porque aquí siguen hablando y escribiendo “libremente” los periodistas críticos.  Y encima argumentan que la oposición compite en “elecciones libres”, aderezando con ello su batería de alegatos “indestructibles”.  Lo que no terminan de entender es que, al igual que los ordenadores (como les dicen por allá en la madre patria), las maquinarias políticas se adaptan y evolucionan.  Para ilustrar el punto basta con señalarles que en la Habana ya hay tienditas (un avance brutal), que en Venezuela los opositores gobiernan algunos terruños y que los ricos en Caracas pueden hoy hacerse de un Ferrari.

Pero todos tranquilos por favor, que dentro de diez años todavía vamos a poder hacer las compras en Walmart y Liverpool no cerrará sus puertas.  Aún así me pregunto ¿qué los viejos como yo no recuerdan que en los ochentas íbamos tranquilamente al cine, que algunos asistíamos a colegios privados y que nuestros padres podían comprarse sus Chevrolets en Súper Servicio Lomas?  Les refresco la memoria para que tengan presente que en aquel entonces, los industriales mexicanos gozaban de un proteccionismo comercial sin parangón (y por eso nuestras bicicletas eran duras y pesadas como carros de camotes).  Les recuerdo también que muchos nos íbamos de vacaciones a Oaxtepec, Veracruz o Acapulco; y que en general las familias de clase media la iban pasando bien, a pesar de la “dictadura perfecta” del PRI.  Todo eso, no obstante que el Excelsior fue tomado por la fuerza por Echeverría (hoy inspiración divina), y que en la radio se escuchaba al gran Tomás Mojarro.  Igualmente los domingos se vendía el Proceso, adultos y niños leíamos La Familia Burrón, y el Santo peleaban la audiencia televisiva con Custer o Los Locos Addams.

Dentro de una década, es muy probable que sigan gobernándonos los que ganaron el domingo dos de junio; pero aún así la gente seguirá trabajando, comiendo y vacacionando.  Eso no quiere decir que no vayamos a resentir en nuestras libertades personales al “nuevo orden” recién confirmado, sobre todo en los derechos políticos y de expresión.  Los pobres desde luego continuarán incrementando su número como lo han hecho hasta ahora (recuerden que son muy agradecidos), la educación irá por un sendero de deterioro continuo y la delincuencia autorizada aumentará su poderío para desgracia de todos.  Aún así, el disfuncional vehículo caminará hasta que se le pinchen las llantas o alguien se las ponche.  Entre tanto, nos asfixiará con sus contaminantes humos.

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