Jorge Miguel Ramírez Pérez.
En todos los medios se ha dado a conocer que Alejandro Moreno Cárdenas se mete literalmente en la bolsa al PRI nuevamente, utilizando a la mayor parte de los consejeros nacionales que había colocado premeditadamente en ese partido para mantenerse de modo indefinido en la dirigencia y consecuentemente con el control de los dineros de un instituto político que vio sus mejores glorias autoritarias en el siglo pasado y hoy, se desmorona con más celeridad por el tipo de liderazgo bajuno que este sujeto representa y por la ola creciente de comentarios que lo identifican como una cabeza de playa embozada del obradorismo.
Por principio, el PRI se quedó sin oferta política desde que los presidentes con buenas relaciones en la Reserva de Nueva York: Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, cancelaron el sistema de beneficios corporativos que mantenía cautivo un electorado institucionalmente maiceado. En ese entonces no se pagaban en abonos bimestrales los votos como ahora, en efectivo y bajo la máscara de la sobada denominación de “programas sociales”.
A los jefes de las organizaciones que por apellido se decían “revolucionarias”, que eran indispensables en el viejo andamiaje político electoral, se le mantenía bajo lealtades condicionadas: concesiones, exclusividad y patentes temporales de monopolios. Para la base, cuando se acabó el reparto de tierras, se les enlistó en los incipientes programas asistenciales, de apoyo agrario a cuenta gotas y con despensas pagadas por evento.
A los migrantes urbanos internos se les daban mini terrenos a precios accesibles como los que los caciques del Estado de México, fraccionaron en el polvoriento lecho del lago de Texcoco y en el valle de Chalco, que en un tiempo fue una próspera cuenca lechera. De hecho, el corporativismo era un laberinto de arreglos paralelo a las leyes que ponderaba como lo sustenta Obrador actualmente, la lealtad por encima de la capacidad y sobre todo una lealtad perruna de los grupos políticos liderados por estrictas jerarquías formales e informales; que por décadas le respondieron al PRI hasta con la vida.
La del PRI era una intrincada red extensa y churrigueresca de favores y complicidades, sobre los cuales se asentaba el poder. Por eso cuando los presidentes tecnócratas referidos le asestaron el golpe de la modernidad a esa Hidra de Lerna, sobre todo Salinas, que traía la consigna de sanear las finanzas públicas y les quitó a los amafiados las empresas y bancos que succionaban totalmente los ingresos públicos del estado mexicano en quiebra y descapitalizado; se le aventaron desde que era candidato y durante todo su gobierno, bajo la bandera de la izquierda usando al hijo de Lázaro Cárdenas.
Esa fue la primera muerte del PRI, forzado por las potencias a derruir el corporativismo se quedó sin ofrecer descuentos, rifas, dinero a fondo perdido, y toda una serie de canonjías. Conste que con de la Madrid ya los habían acalambrado a la vieja guardia, en 1983 cuando en la leída columna de Frentes Políticos de Excelsior, salió una lista abigarrada de nombres de políticos conocidos y los montos depositados en bancos estadounidenses a renglón seguido. Después de esa publicación dejaron un rato en paz al simplón de Miguel de la Madrid.
La segunda muerte del PRI fue en el 2000, cuando Francisco Labastida, al lado del expresidente Jimmy Carter acepto la derrota a la presidencia de México. Zedillo, por su parte a la vez, se adelantó al IFE (la misma mugre del INE “no se toca”) y sin reparo alguno felicitó al montaraz de Vicente Fox, por supuesto que el hoy vanagloriado José Woldenberg, consorte de una incondicional de Zedillo, no osó , vaya ni el mínimo reproche a quien lo había nombrado de la oscuridad de la grilla de una de las secciones del sindicato de los trabajadores manuales de la UNAM, a convertirse de a mentis, el arbitro electoral. Hoy hay candorosos que creen es prócer de la democracia.
A Peña Nieto lo metieron los Clinton por interpósitos personajes entre ellos como aval, Henry Kissinger como un único debut de despedida de un partido en decadencia para firmar el segundo acuerdo comercial. Entonces lo resucitaron, pero artrítico, canceroso, y oliendo a azufre porque desde que llegó Fox, lo mas chafa llegó a las gubernaturas, ¿ejemplos?: todos.
El PRI fue un lamentable zombie muy corrupto en plenitud de la tradición de Atlacomulco. Allí fue la segunda muerte del PRI, la definitiva.
Pero como los grandes politólogos que se quiebran la cabeza, no pueden ofrecer esquema, sin querer agandallarse todo. La propuesta de los mexicanólogos originalmente fue rearmar los vicios del viejo PRI como si fueran las virtudes de Morena y poner para el 2018 al prototipo de lo peor para destruir de un golpe: la democracia ineficaz e improvisada de los panistas, enterrar ese sistema que no pegó; y reagrupar a la masa como lo hiciera Juárez en el siglo XIX o Calles con el Maximato corporativista y fascista.
Por eso el profético Ruiz Harrell, amanuense de Muñoz Ledo creador de una simpática y fatal teoría del poder presidencial en México, publicó dedicado a Miguelito de la Madrid, la “Exaltación de Ineptitudes”, un libro que muestra que el peor del gabinete es nombrado, y cuando termina, hace lo mismo y secula seculorum…
Por eso la política que se impuso con Obrador es abajo de abajo, de lo mero abajo…
Espero que el diagnóstico de Muñoz Ledo, se vea interrumpido en esta ocasión. Porque el tiempo dirá que esa secuela también queda con el peor de todos ellos, enterrada.
El PRI ya no sirve, y tiene un sepulturero leal al que le paró a la impresentable señora Sansores, que ya mero lo mete al bote, pero como hubo arreglo, ella es la que está en picota. Su tarea es hacerlo desaparecer ipso facto.
Y como el PAN ya no es opositor porque andan hasta en las marchas del orgullo torcido, una vez muerto el PRD; lo que queda es el PRIMOR, oficialmente, Morena, un partido que no necesita opositores porque no hay.
La marea rosa, no sobrevivió, era regresar a los causantes originales del daño, embozados en una izquierda light, se dicen “progresistas”, que nunca fueron oposición real sino una intentona de retorno a las nostalgias del poder. Se vieron el fin de semana desangelados, como tribu perdida, en la ensoñación de una invitación para formar un partido, que ya me imagino pensaban que jalaría gente como dijo Santiago Creel, “sin ideologías” o seguramente con inclinaciones progresistas como Acosta Naranjo y Gustavo Madero los convocantes.
El caso es que no sucedió y Xóchitl Gálvez ni siquiera fue a defender la acusación que hizo de la elección ante el Tribunal Electoral. Se echó para atrás, porque le pueden sacar lo de sus ataques infundados y además se sabe que, no jala, no le entiende a la política, ella es del bisnes de los edificios inteligentes; siempre y cuando estén en su demarcación y ya no va a tener una. A la hidalguense no le gusta ser parte de un partido y se negaría formar alguno; porque acuérdense que dijeron sus voceros, que la Coalición era una mesa de cuatro patas: el PRI, el PAN, el PRD y los xóchilovers, punto; no tuvieron mayor imaginación y no se sostuvo la mesa. Nunca.