Rodolfo Higareda.
Tal parece que el mundo está atrapado entre ideologías excluyentes, donde hasta hace poco tiempo las izquierdas lucían imparables en ambos lados del Atlántico. En la Europa mediterránea lograron con bastante “éxito” comerle el cerebro a sus nuevas clientelas; pero esta vez ya no con el rollo invendible del comunismo (porque ahora todos quieren sus iPhones y bajan música en Spotify). Desde luego que los americanos y su “capitalismo rapaz” siguieron siendo los enemigos a vencer; así que moldearon su discurso por uno más progre. Y para financiarse no les faltó la solidaria ayuda del gorila venezolano, del zar de todas las rusias y hasta de la maestra Elba Esther. Un disfraz corriente y barato que de este lado ha servido para instaurar un sistema autoritario; el cual, con algunas variantes, ha dado como resultado una pobreza extendida que hoy luce perpetua.
Los neofascistas por su parte, consiguieron con mucha facilidad recoger agravios, resentimientos y odios pero evidentemente en el sentido inverso de la narrativa política. La seguridad, la migración y los nacionalismos alimentaron prejuicios e intereses que calaron muy hondo en amplísimos sectores. Lucían a punto de meter medio cuerpo dentro y así gobernar al viejo continente con pronóstico reservado; pero Macron logró momentáneamente detenerlos con una jugada que, hay que reconocerlo, a muchos nos pareció imposible. Sin embargo, el costo a pagar no traerá otra cosa que fortalecer la colonización cultural del fundamentalismo islámico con sus inevitables consecuencias. La Francia Insumisa de Mélenchon, por cierto descaradamente antisemita, se prepara para cogobernar a un país totalmente dividido que terminará por implosionar. E Inglaterra —flotando en su pesadilla aislacionista y con un grupúsculo de wokes encabezado por Starmer— confirma el agotamiento del sistema que rigió al planeta desde el cuarenta y cinco.
Hábilmente, Putin ha sabido jugar con los dos extremos para socavar a la democracia liberal; convenientemente moviendo los hilos tanto de los rojos como de la extrema que representan Viktor Orban, Marine Le Pen y Giorgia Meloni. Y ni qué decir de su influencia en el desastroso Brexit y en el ascenso del energúmeno naranja. Los extremos se juntan… y cuando no lo hacen, estiran la cuerda hasta romperla o deshilacharla. En nuestras latitudes, desde los bosques de Alaska hasta la Tierra del Fuego, las pasiones y su consecuente divisionismo han germinado en yerbas malas como Bolsonaro o Trump (Milei se cuece aparte). Por ello es inquietante ver como el mundo se parece cada vez más a aquel de mil novecientos treinta… pero con armas nucleares.
Muchas veces he sostenido que para combatir a un populista en el poder hace falta uno del mismo talante, aunque situado en las antípodas ideológicas del otro. Sin embargo, ahora caigo en cuenta que eso no es necesariamente cierto y mucho menos sano (esto último lo tuve claro siempre). Ahora bien, tampoco sería inteligente caer en sueños infantiles que empujan posiciones moderadas y políticamente correctas. Esos que pretenden la armonía de la humanidad, emulando a aquel inolvidable anuncio de la Coca Cola de los años setenta. En contraste, la alternativa que imagino es más como la hechura de planteamientos audaces que sacudan los inalterables deseos de prosperidad de las personas… sus aspiraciones y no sus complejos.
Acá por ejemplo, durante nuestra última campaña electoral, la oposición cayó en la trampa de tener que defenderse de las infamias del régimen que alertaban sobre la desaparición de los famosos programas sociales; ante un eventual triunfo de Xóchitl. Desperdiciaron cualquier cantidad de tiempo y esfuerzo para tratar de convencer a la gente de que con ellos, esos “derechos” continuarían intocados. Lo que nunca entendieron bien, fue que aquellos que mes a mes reciben esas generosas y apreciadas ayudas no tienen por qué ponerse en disyuntivas. En sus bolsillos ya resuenan los pesitos extras y saben perfectamente de quien es la mano que se los da (sí, con nuestros impuestos y todo eso). Así que haberles hablado al oído para convencerles de su altruismo resultó dramáticamente fútil.
Y las causas… esas que en la mente de muchos de nosotros son irrebatibles, se han quedado estancadas. ¿Quién en su sano juicio protestaría si un buen samaritano se ofrece para ayudar a una viejecita a cruzar la calle? Para nuestra desgracia, la naturaleza humana es mucho más compleja; y además siempre saldrá alguien a proponer la construcción de un puente, o luego otro que ofrezca escaleras eléctricas para el mismo propósito. De ahí que sea más que imperante el cambio radical de discurso y de mensajero. Ese que aunque sea un muñeco de Sololoy, con arrastre y carisma, cuente además con materia gris.
En este momento no contamos con esa figura entre las filas opositoras; y también hay que subrayar que es imposible encontrarla en las ferreterías o construirla sin bases sólidas. Quien quiera que vaya a ser, deberá repensar la forma en que irá a interactuar con su potencial electorado. Twitter X y Tik Tok deben dejarse por la paz, para dar lugar a una larga campaña en tierra que motive al pueblo. De entrada, los apoyos gubernamentales ya han conseguido afianzar muchas simpatías; y tomará tiempo y esfuerzo para que algunos cambien de bando. Ideas vagas se me vienen a la mente, pero todo esfuerzo será inútil sin alguien con magnetismo, ambición y recursos.
De continuar por la misma senda, las limosnas (porque no califican como políticas públicas) solamente darán paso al fortalecimiento de incentivos perversos; que en Venezuela ya han dejado a varias generaciones sin otra alternativa que no sea la de migrar. No soy optimista… y veo que en los próximos años Argentina se verá inundada de escorts y meseros mexicanos.