El regreso de la razón y el inicio de la caída de las utopías

Jorge Miguel Ramírez Pérez

Jorge Miguel Ramírez Pérez.

“Tal como Rosseau, Shelley creía que la sociedad estaba totalmente podrida

y que el hombre esclarecido tenía el derecho y el deber moral de reconstruirla

según principios primigenios con su propio intelecto y sin otra ayuda

Paul Johnson

El escritor Paul Johnson anotó en su libro ya clásico: “Los Intelectuales” esta frase elocuente para explicar un fenómeno que lleva más de dos siglos, socavando paulatinamente las bases de la sociedad como conjunto de individualidades, despojando en nombre de la racionalidad, a ésta misma; sometiendo a la supuesta superioridad intelectual de cualquiera espontáneo, que se ha sentido iluminado incluso para hablar sin ninguna autorización a nombre de la propia humanidad. Para Percy Bysshe Shelley “los poetas son los legisladores ignorados del mundo” lo escribió en 1821. Él era poeta.

Lo insólito no es el renacimiento del viejo romanticismo que motivaba a los literatos de la poesía a imaginar mundos fantasiosos y sueños estériles incluso de su persona; sino la persistencia de potenciar el error propio, en la figura de un neo romanticismo actual, en el que cada quien pretende imaginar con una visión hipertrofiada la realidad de su verdadera identidad y también la del mundo externo, que quiere imponer como si fuera verdad; su respaldo es un Estado insaciable, que a través del aula y la letra de legislaciones sin materia, irracionales y contrarias a las evidencias elementales de la ciencia busca narcotizar a las masas.

No hay sino dos cromosomas, lo aceptes o no. Y no es solo un cuerpo autónomo, es uno que además hospeda a otro distinto, al que lo contiene temporalmente. Dos ejemplos irrefutables de la verdadera realidad.

El optimismo de los que quieren ubicar la utopía en un territorio geográfico concreto, raya en disonancia, pero sigue vigente; y no solo goza de cabal salud como disparate gregario aplicado en nuestro tiempo, sino que se ha reproducido mediante una profusa vaguedad de las ocurrencias, que hoy se han convertido en un síndrome montado en un falaz corcel de la imaginación sin piso. De hecho, insanamente es divisa de una carta de legitimidad de la locura como expresión personal, íntima e inamovible. La gente hoy renuente a respetar la privacidad de la vida íntima, exige, -no solicita- que la perturbación de identidades sea bandera con reconocimiento y homenaje forzado de los demás, bajo el imperativo; que sean no solo los poetas los dictadores como creía el iluso de Shelley, sino los extraviados de su propia realidad corpórea, los que dicten la conducta social de los individuos. No se conforman con obviedad, de cuotas absurdas; sino quieren el mismo poder y que sea total.

Hoy las utopías son materia de un tipo de fascismo centrado en un estado devorador de libertades auténticas que falsamente atribuyen como privilegios discriminadores de las mayorías, que cada vez son menos, porque el código estatista los tilda -a los que consideran a la moral como norma de conducta-, como conservadores en picota.

En esta modernidad rampante la moral y su ejercicio no caben en el estado mexicano; éste se representa como promotor de las clasificaciones de lo absurdo en distintos cajones que hacen de la exclusividad de la aberración, el centro articulador del engranaje tribal de lo que hace cincuenta años se llamaban subculturas o modos alternativos y que hoy son reforzadores de identidades trastocadas que militan contra la verdad. Hasta las recámaras se mete el Estado y sus tentáculos para calificar la moral privada.

El estado no solo es laico por no tener religión oficial, sino es un estado impulsor abierto, propagandístico y patrocinador de las religiones anteriormente denominadas antes de Cristo, como paganas y hoy garante del culto de inmolar infantes como hacían los amonitas con Moloch o los sodomitas con las ciudades del valle del Jordán. México encabeza los óptimos lugares en el mundo, entre los favoritos al ejercicio de la delincuencia, a la cacería humana, a la venta de infantes de ambos sexos con fines perversos, a la trata de personas, y a la renta de esclavos como se ve de las rentas que producen los indocumentados llamadas de remesas, recursos provenientes del trabajo de personas que están laborando sin derechos y bajo persecución. Esclavos, pues. ¿Miento?

Hay hoy, aparentemente, manifestaciones anómicas que no son tan minoritarias, en franco crecimiento apoyadas por organismos bajo la generosidad- no consultada- de rentas del estado que, además, invaden las mentes de las nuevas generaciones haciéndoles creer con la consabida desgracia de oponerse a las leyes naturales, perversiones y estados alterados que se les presentan como única asidera en el entorno social. Grave y mucho, con la adición del desenfado de padres y anuencia de los mismos; que empujan la irracionalidad a pesar que los sentidos les muestran con evidencia el yerro, en un afán de auto justificarse y consentir la iniquidad creciente de los apetitos desviados.

Este diagnóstico social expresa un conjunto donde se auto solazan minorías, que juntos parecen suplantar a la mayoría moral, bajo el contra sobado argumento de inclusión. Asaltan el poder constituido representando un oleaje de errores para ahogar entre tantas subdivisiones no solo sexuales inventadas, sino también ponderaciones erróneas de interesarse más en los perros callejeros que en los humanos en condición de calle; una clientela de un voto cuyo único común denominador es demoler las instituciones sociales: la familia, el trabajo, la libertad religiosa y de pensamiento y el mundo de la justicia con leyes aplicables y no con seudo legislaciones técnicamente imperfectas.

Ese conjunto tribal es la izquierda variopinta que después de demostrar su fracaso en más de 70 países que quisieron y que algunos -los más atrasados como Cuba o Venezuela- porfían en la necedad de hacer un mundo parejo de paupérrimos como bandera de igualdad, y de degenerados como motivación del vacío existencial que es consustancial al socialismo; opta en su versión moderna “autorizada” por las potencias occidentales y por la pervertida -de su sentido fundacional- ONU, que es el mundo progress o woke, que se dicen despiertos pero están mas dormidos que una cobaya en trance amnésico.

Y por eso cuando el mundo donde piensan todavía como humanos no como humanoides, esos sí, despiertan y se dan cuenta que los gobiernos están en una dinámica que produce vómito; deshaciendo las libertades individuales básicas; bajo la argumentación de pobreza y oportunidades a los “vulnerables” refractarios al trabajo, repartiendo el dinero de los contribuyentes para formar clientelas de adictos a los las burócratas en el poder; metiendo en el mismo cajón, minusválidos con practicantes de ritos ancestrales contrarios a la civilización como vender a las hijas, bajo el rollo asquerosos de “usos y costumbres” y a todos los demás desadaptados; porque ya descalificaron los políticos izquierdistas, el concepto de adaptación, que es indispensable para convivir con los demás; y ante ese mar de errores, los ciudadanos que optan por recuperar la razón y a su país, de los fanatismos e incongruencias de las culturas extrañas y nocivas que tienen como objetivo la destrucción de sus anfitriones; entonces, todos, los políticos, casi todos, y casi todos los medios de comunicación les llaman ultraderechistas.

Y así está la reconversión a la realidad constructiva de los pueblos: lo que sucede en Italia, en Hungría, en Argentina y lo de Marine le Pen, en Francia y otros políticos en República Checa y en Alemania es un rescate de las riendas de su país; hasta el mismo Donald Trump tiene claridad de los errores de la izquierda destructiva de los demócratas; pero de inmediato son atacados por las generaciones de parásitos sociales que ha prohijado la izquierda desde que los intelectuales auto empoderados, fincaron un mundo político utópico bajo los antivalores chairos. Odios a los que producen y resentimiento social como única consigna común para esa humanidad; como si en realidad fuera cierto el reduccionismo de miras, donde solo algunos fueran los que no sufren o padecen.

Las utopías operan por los demagogos inspirados en ideas extraviadas de intelectuales falsarios y los dos brazos protectores de su asunción al poder: la tiranía de las mayorías que se asumen como víctimas y se engañan hasta creer que son minorías, más la persecución de los que no son adictos a la religión del estado. En ese mar de confusión, a nuestro país le falta mucho por amanecerse sin tantas lagañas. “Hay mucho por hacer en México” decía un verdadero intelectual y libertario Miguel Ángel Bastos Bouveta.

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