Rodolfo Higareda Coen.
Un buen día de julio del dos mil y estando ya bien afianzado de las riendas del poder, Vladimir Putin citó en el Kremlin a los principales magnates de aquel país; quienes con la caída de la Unión Soviética compraron toda la base industrial que antes era propiedad del Estado. Éstos se habían hecho de esas empresas a precios de regalo; y para entonces gustaban de viajar en yates de ensueño por las costas griegas, vaciaban las joyerías en Paris y conquistaban nuevos amores en Venecia. Enfundados en finísimas batas de seda, contemplaban los hermosos canales desde su balcón en el hotel Danieli, en compañía de alguna espectacular modelo ucraniana. La vida no podía ser mejor, porque en ese momento eran los amos del mundo y el pequeño ex agente de la KGB se los había facilitado todo.
La soberbia, esa actitud tan dañina que hace que algunos miren con desprecio a los demás, se había apoderado de ellos. Sentían como si el colapso de la Cortina de Hierro hubiera sido producto de sus heroicos esfuerzos; algo así como lo que lograron sus añejos compatriotas en el cuarenta y cuatro para romper el sitio de Leningrado. La democracia en realidad les importaba un bledo, y se pensaron que el gobierno también había sido privatizado. ¡Ah, pero se toparon con pared! Diligentemente fueron puestos en orden por el nuevo mandamás, quien sin rodeos les leyó la cartilla. Se hizo su accionista al cincuenta por ciento, convirtiéndose de esa forma en uno de los hombres más ricos del globo. De entrada Mikhail Khodorkovsky, dueño de la petrolera Yukos, fue encarcelado y despojado de su negocio; y poco después le tocó la misma suerte a Vladimir Gusinsky, propietario de NTV Network. Enseguida, los otros que se atrevieron a respingar (opositores políticos incluidos) fueron enviados a Siberia, al exilio pues, o murieron envenenados con algún agente nervioso que les fue administrado por sus servicios de inteligencia. Desde entonces, el resto marcha disciplinadamente por el camino que se les indica.
Tras esa sacudida, el nuevo zar simuló elecciones democráticas con el objetivo de perpetuarse en el poder; y a decir verdad no le han salido nada mal las cosas. Ya lleva casi un cuarto de siglo despachando en el Gran Palacio del Kremlin, más que cualquier otro gobernante de esa fascinante tierra. En algún momento, por ahí del año dos mil ocho, hizo a Dmitri Medvédev presidente y “se nombró” a sí mismo primer ministro. A su achichincle lo enviaba por el mundo entero, vestido de Christian Dior y con pañuelito en la solapa, para marear a occidente con el cuento de una Rusia moderna e integrada al concierto internacional; mientras él se avocaba a poner en cintura a Chechenia y al resto de su zona de influencia.
Pensando en ello, me pregunto cuál será el golpe de mando que dará nuestra recién electa vicepresidenta. Atendiendo a la muy priísta costumbre de arrancar la administración haciéndole ver al sistema quién es el que manda, como Salinas lo hizo con La Quina, me temo que ya en su entorno deben de tener un listado de aquellos que se las van a pagar todas. ¿Será que le retiren la concesión a algún magnate de los medios? ¿Tendrán en mente la detención espectacular de algún multimillonario que hoy consideramos intocable? No lo dudo, a pesar de los efectos negativos que algo así pudiera ocasionar en los mercados. Pero eso creo les tiene sin cuidado (al igual que les importa un sorbete si la Bola de Valores se viene abajo, o si el peso sufre fluctuaciones por su “reforma judicial” en ciernes).
Pero lo que no me puedo quitar de la cabeza, es la idea de que quizás el señor de Tabasco no quiera salirse nunca del palacio que habita. Si yo fuera como ellos, digo un fanático furioso, cambiaría radicalmente al sistema que nos rige, vía un nuevo constituyente y con el aval de una Corte doblegada, para establecer la figura de Secretario General del Partido de la Transformación Nacional: El PATRAN. Y justo ahí, sentado en un trono, colocaría al Amado Líder. Finalmente el castochavismo (eufemísticamente llamado socialismo del siglo veintiuno), es uno de liturgias, de deidades y de símbolos. Y estás figuras perduran por siempre porque son la base que sostiene todo su hacer y deshacer. Ahí tienen a los argentinos que todavía se dicen peronistas, a los cubanos castristas y a los venezolanos chavistas. Con ello se le daría mas categoría a la vice; y quizás el tocado por Dios pudiera seguir gobernando sin moverse de su lugar, o haciendo home office desde su Camp David en Palenque. Ojalá no me lean.