Marissa Rivera

Marissa Rivera.

Concluyó la tan esperada madre de todas las elecciones con más dudas que certezas.
Los resultados sorprendieron a tirios y troyanos, menos a Mario Delgado, quien se adelantó al INE, dos horas y media, para anunciar al país que habían ganado 2 a 1.
El presidente de Morena se adelantó al equipo del INE que realiza el infalible conteo rápido. Ellos se retrasaron tres veces, Mario lo resolvió en dos minutos.
Los resultados fueron tan contundentes y abrumadores que no hay manera de revertirlos a pesar del sinfín de anomalías e inconsistencias propias de una elección presidencial.
Lo que me queda claro es que fuimos engañados.
Nos engañó el INE que reprimió a ciudadanos con citatorios, pero se sometió y fue omiso frente a las desmedidas intervenciones del presidente durante la campaña.
Nos engañaron cuando dijeron que no era una elección de estado, pero utilizaron todos los recursos operativos y sobre todo los financieros a favor de la candidata del oficialismo.
Nos engañaron los siervos de la nación que amenazaron a las familias advirtiéndoles que les retirarían los beneficios de los programas sociales si no votaban por Morena.
Nos engañaron quienes dijeron que sería una elección tranquila, pero permitieron que el crimen organizado actuara sin contemplaciones en diversas regiones del país donde ellos decidían al ganador.
Nos engañó el estado que dejó al crimen organizado operar sin ningún control, para amenazar, asustar, imponer y mostrar su poder con violencia y asesinatos, antes, durante y después de las elecciones.
Nos engañaron los ciudadanos de las casillas, no los que se equivocaron y cometieron un error, no, ellos no. Nos engañaron los que hicieron trampa al modificar las actas finales con números que favorecieron o perjudicaron a quienes ellos decidieron.
Nos engañaron las encuestas que daban hasta 9 puntos de diferencia entre Claudia y Xóchitl.
Nos engañó Massive Caller y México Elije.
Nos engañó el equipo de Xóchitl que salió a cantar la victoria presidencial y el triunfo en cuatro gubernaturas Yucatán, Puebla, Morelos, Veracruz y en la Ciudad de México.
Nos engañó esa euforia de la sociedad que provocó una extraordinaria afluencia en todo el país con largas filas para emitir su voto y que no llegó ni al 60 por ciento de la lista nominal. La más baja curiosamente de una elección presidencial y de la primera elección de una mujer presidenta.
Nos engañó ese gran movimiento ciudadano de molestia y enojo contra la actual administración que se contagió en el país, pero no se reflejó en las votaciones.
Nos engañó el INE que retrasó tres veces el anunció de los resultados del conteo rápido y solo generó desconfianza.
Nos engañaron los medios que nunca fueron equilibrados con las coberturas cuando los porcentajes fueron de 48.5 por ciento para Claudia, 33.6 para Xóchitl y 17.9 para Jorge.
Nos engañó Jorge Álvarez que no fue competencia de Claudia, sino un respetuoso admirador de quien llamó doctora durante los debates.
La desazón que viven millones de personas en el país no es normal, pero ahí están los datos y ahí la operación de unos y otros.
Los románticos pensaron que el enojo y la marea iban a provocar el triunfo como en el 2018.
Los del poder trabajaron incansablemente para no perderlo y hayan hecho, como le hayan hecho, ahí están los resultados.
Ayer iniciaron los cotejos de actas que revelarán de qué tamaño fueron las inconsistencias.
No se puede hablar de fraude, no hay argumentos sólidos. Solo se  puede decir que el poder hizo lo que tenía que hacer con todos sus recursos, incluso desmedimos, pero lo logró. El fin justifica los medios.
Quienes votamos hicimos los que nos correspondía.
Ni triunfadores ni vencidos, terminó la contienda y México nos necesita unidos.

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