Si yo fuera mapache electoral

Rodolfo Higareda Coen.

Los mapaches son unos de los mamíferos más simpáticos del reino animal. Van por el bosque comiendo de todo; y su bello pelaje les hacen parecer como pequeños bandidos escondidos detrás de un curioso antifaz. Pero en el léxico de la política mexicana, su nombre aplica para aquellos que hacen trampa en las elecciones. Esos que son conocidos por alterar la voluntad ciudadana, a través de mecanismos con nombres muy curiosos como el embarazo de urnas, la operación tamal, el ratón loco y el carrusel. Y es que solamente en una democracia tan disfuncional como la nuestra, se explica que puedan surgir tantas variantes de fraude en lo que debiera ser un ejercicio de civilidad sagrado.

El dos de junio, López Obrador logró imponer a Claudia Sheinbaum como su sucesora. Pero eso no fue otra cosa que el producto del golpe que recibió en las intermedias del 2021; lo que lejos de debilitarlo le imprimió nuevos bríos. Aquellos resultados adversos le provocaron una inyección de ímpetu que se vio reflejado en la paliza histórica que el castrochavismo le propinó a la oposición el pasado domingo. El tabasqueño montó en cólera por el avance de sus enemigos en la capital y en el resto del país; y reprendió severamente a sus colaboradores por haberse descuidado de esa manera, en virtud de estar disfrutando de los placeres del poder en lugar de concentrarse en preservarlo. De ahí que tan solo dos años después, el mandatario haya tomado las riendas de la estrategia electoral para que Delfina Gómez se hiciera del Estado de México. Y lo logró, nada más y nada menos que por dieciocho puntos de diferencia.

Desde Palacio Nacional, el mapache mayor dividió a aquella entidad en cuatro rebanadas, cual si fuese un pastel. Después, a cada uno de sus principales lugartenientes le asignó la tarea de ganar un terruño específico. La estrategia seguida, no fue otra que aquella que él mismo había ideado e implementado desde que en el año dos mil asumió las riendas de la Ciudad de México. Y tan era efectiva, que durante un cuarto de siglo nadie le había podido disputar el mando sobre esos desdichados a quienes tanto desprecia. El uso faccioso de programas sociales, acompañado de la movilización de personas hacia las casillas, fueron las piedras angulares de su plan de batalla. Y con el éxito obtenido, los conminó a redoblar esfuerzos para el gran desafío que supondría la subsecuente contienda presidencial.

Evidentemente le funcionó de forma impecable, al grado de meterle un escandaloso dos a uno a Xóchitl Gálvez. Sin embargo, allá afuera en las redes sociales se escuchan un sin número de voces que sospechan de un gran fraude, muy al estilo del priísmo que nos gobernó durante ochenta años. Para hacerle el caldo gordo a esas teorías conspirativas a continuación, expongo las trampas que yo hubiese hecho como mapache electoral.

Y para aclarar la mente de los aficionados, merece la pena explicarles que un fraude cibernético (esto es la modificación de resultados por la vía informática) no lleva a ninguna parte; dados los controles que el INE y los partidos tienen en ese rubro. Sin embargo, es a la antigüita, con el relleno de urnas, como de manera más fácil yo lo haría.

Empezaría por seleccionar estadísticamente aquellas secciones electorales que históricamente reflejan una baja participación; particularmente las ubicadas en poblados y barrios donde a la oposición se le ha complicado designar representantes de casilla. De las 170 mil instaladas, elegiría también las que se encuentran en municipios gobernados por MORENA (que son muchísimos). Paso seguido, también haría lo posible para que los funcionarios seleccionados por el INE, al azar y de acuerdo a sus apellidos, fueran diligentemente visitados para ofrecerles un incentivo económico que no pudieran rechazar. Sería en extremo cuidadoso para que en caso de negativa (porque nunca falta el patriota que cree a pie juntillas en su responsabilidad cívica), esa persona sintiera tal miedo de denunciar que mejor optara por renunciar a su encargo. Una vez hecho eso, procedería a la capacitación de los mapachitos; siempre acompañados de los representantes de mi partido tanto dentro como fuera de los lugares de votación.

Dado que se tuvieron que imprimir cerca de cien millones de boletas, de acuerdo al padrón nacional de electores, no vería necesidad alguna de producir papeletas de más; a sabiendas de que en el peor de los casos treinta millones de mexicanos no acudirían a votar. Pero igualmente tomaría mis previsiones, porque no fuera a suceder que la condena a mi terrible gobierno despertara un entusiasmo fuera de lo común; y que los despreciables conservadores se me dejaran ir en desbandada. Como quiera que sea, y aún con una participación del ochenta por ciento como sucedió en esa del “voto del miedo” del noventa y cuatro, me quedarían veinte millones de boletas para hacer y deshacer.

Las acciones se llevarían a cabo por la tarde, teniendo en consideración que los fifís salen a votar temprano, para después irse a desayunar opíparamente; y acto seguido tirarse en la cama a ver alguna serie en Netflix, preferentemente de narcos producidas por Epigmenio y que tanto disfrutan de mirar. Ah no, esa costumbre mañanera de alcurnia queda descartada porque mi plan aplica exclusivamente en regiones empobrecidas; pero igual la consideraría para fines de procedimiento. Sé bien que las largas filas de más de una hora al iniciarse la jornada irán menguando de a poco, de tal suerte que mis muchachos podrán operar con toda tranquilidad y sin mirones.

En virtud de que lo primero que hacen los ciudadanos al acudir a votar es entregar su credencial al funcionario a cargo (quien los busca en los listados para marcar su participación con un sello y sin registro electrónico alguno), sería en ese preciso momento cuando daría inicio la fase final de mis marrullerías.

Veinte por ciento de boletas estarían ahí sentaditas esperando a ser tachadas por mis diligentes empleados; los que al final volverían a casa con unos pesitos de más para disfrutar de un muy bien ganado “San Lunes”. Así, me saltaría el proceso sucio de tener que alterar resultados en las actas; y al INE se le reportaría un apoyo fuera de serie para mi sucesora favorita.

Una genialidad tan simple y tan básica, que al finalizar el conteo los pobrecitos opositores no sabrían en qué momento fueron violados por todo el ejército troyano. Por su parte los nefastos líderes partidistas, que no sirven para maldita la cosa, festejarían su triunfo con antelación (basados en una encuestadora que los engañó todo el tiempo y a la que debieran demandar para que devolviera los millones recibidos). Inmediatamente después, los derrotados pondrían cara de circunstancia con la invaluable presencia de Germán Martínez y otros impresentables artífices del desastre.

Salud y disfruten del país que ya cambió para siempre, y cuyo régimen desde hoy les dictará hasta lo que deben de comer por cuando menos veinticinco años más; al igual que en la antigua y desastrosa Ciudad de México.

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