Marissa Rivera.
Hoy, por fin, al terminar el día, entraremos en paz.
Dejaremos de escuchar esa voz falsa, impostada y fastidiosa que uno termina regurgitando.
Se acabó ese ritmo pegajoso que distrajo a los jóvenes y triunfó en los bares.
Finalizó esa campaña orgánica que movilizó a millones de personas inconformes con el actual régimen.
El balance de los tres meses de campaña nos deja varias lecciones.
México, un país que ha transitado en un camino empedrado hacia la democracia y al que muchos no les gusta, les incomoda y les saca ronchas, debe transitar hacia un modelo más pulcro y competitivo al final de la contienda.
La segunda vuelta en las elecciones para que el ganador se decida por una diferencia de ciertos puntos entre los dos punteros sería ideal.
Pero antes, durante los debates se podría buscar la forma de permitir que haya más debates y los últimos sean solo entre los punteros, para que puedan confrontarse.
Así es, confrontar, es decir, un careo entre dos personas sobre sus propuestas, sus trayectorias y porque no sus logros y fracasos.
Tenemos que perfeccionarlo y no caer en una aberrante simulación.
La guerra sucia jamás va a estar exenta de una campaña en la que si no hay reglas, frente a las nuevas tecnologías, todo está permitido.
Desde la mezquindad de meterse con los hijos, hasta señalar a las parejas de lo que sea con tal de desprestigiar.
Antes, eran los periodicazos una o dos semanas antes de la elección.
Hoy son las redes sociales que con información falsa se viralizan para golpear bajo.
O los fichajes bomba que terminan siendo globos desinflados.
El caso más reciente fue Alejandra del Moral quien cuando compitió por la gubernatura del Estado de México el año pasado, aseguraba que Morena destruía todo lo que tocaba.
Hoy, se le olvidaron las injurias y se sumó a la campaña de la candidata del oficialismo.
Lo que no se entiende es la incongruencia de Morena, que traen como muletilla la frase PRIAN y hoy celebran como un logro tener a su lado a una representante del PRIAN.
Lo más lamentable es que todos los morenistas de perfil público empezando por el presidente cuestionan y señalan al PRIAN, pero de las 9 gubernaturas en juego, 8 candidatos de Morena son egresados del PRI, del PAN y del PRD.
Otra lección que nos dejaron las campañas fue la guerra de encuestas.
Unas fueron tan descabelladas, que eran imposible tomarlas en cuenta.
Desde hace mucho las encuestas perdieron confiabilidad, porque la gente teme decir la verdad. Muchos se callan, otros engañan y otros más vacilan.
La encuesta verdadera, la que vale, surge el mismo 2 de junio con el conteo rápido del INE y no con las encuestas de salida que también son falseadas, por gente que teme que les quiten los programas.
Porque hay que puntualizarlo los acosadores de la nación tuvieron la deshonrosa tarea de amedrentar a los adultos mayores con la mentira de que si no votaban por Morena les iban a quitar los beneficios de los programas sociales. Crueldad permitida por una laxa autoridad electoral.
Pues bien, pasaron 90 días y ahora nos toca a nosotros los ciudadanos confiar o castigar a los partidos políticos y sus candidatos.
La responsabilidad es mayúscula. Estamos ante la disyuntiva de seguir con lo mismo que se avizora peor con la destrucción de las instituciones y el sometimiento de los contrapesos.
O aires frescos de cambio de un México que necesita seguridad, certeza, inversiones, transparencia, respeto a la ley y, sobre todo, unidad.
No está difícil. Pero hay que hacerlo. Hay que salir a votar, incitar a familiares, amigos y conocidos que hagan lo propio.
Hace seis años ganó el enojo.
Ojalá que hoy todo ese enojo silencioso que hay en el país se manifieste de manera robusta en las urnas.
¡Salgamos a votar!