Por. Rubén Cortés
La Marea Rosa juntó a casi 100 mil ciudadanos: la candidata opositora habló alto y claro, la bandera fue izada. Pero los aliados del presidente hicieron por nota el trabajo sucio de hacer pasar aceite a quienes asistieron: golpearon, hirieron, obstaculizaron…
El estilo del presidente a todo dar, que consiste no en encarcelar o reprimir; es más elaborado: vengarse de los agravios que considera recibir, consumiendo a quienes culpa, actuando como enjambre de moscos, que no aniquila un caballo, pero amarga su existencia.
Jamás estuvo en su ánimo que María Amparo Casar perdiera su pensión de viuda en Pemex: el único dinero que interesa al presidente es el que da poder político. Sólo quería, anularla públicamente, exhibirla, desmoralizarla. No más. No era un asunto de lana.
Tampoco quería que no se realizara la Marea Rosa: no podía impedirla. Pero si usó a sus aliados para que les dieran pretexto de amurallar su Palacio y cercar el asta bandera y ocupar medio Zócalo. Primero a los normalistas con sus petardos y después a la CNTE.
Ya cumplida su tarea de vándalos, los de la CNTE se volverán a Oaxaca para que la candidata del presidente pueda usar el Zócalo a placer. Vamos, hasta la Contingencia Ambiental mandó levantar el presidente a Batres, después que acabó la Marea.
Pero, a fin de cuentas, una cualidad del presidente: es una ventana abierta, jamás oculta sus sentimientos ni engaña, desde que se sabía que Claudia Sheinbaum sería su candidata hasta que la Suprema Corte de Justicia sería el Poder al que buscaría defenestrar.
Sí, tan temprano como en la campaña electoral de 2018 advirtió en Colima y el Estado de México: “¿Saben de algo que hayan hecho los de la Suprema Corte en beneficio de México? ¿Se han enterado de algo que hayan resuelto a favor del pueblo? Nada”.
Pocos le creyeron, pero él no engañó. Aunque el jurista Ignacio Morales Lechuga enseguida se alarmó en Twitter y adelantó que el entonces candidato iba a “hacer a un lado la SCJN” y buscar “un golpe de estado para adueñarse de los tres poderes”.
La mayoría pensó que nuestras instituciones eran sólidas, imposibles de cambiar de un plumazo. Pero las instituciones no se protegen a sí mismas. Caen, escribe Timothy Snyder, unas tras otra a menos que cada una de ellas sea defendida desde el principio.
Es verdad que el presidente tuvo mucha suerte de que fue apenas en las postrimerías de su mandato, que hasta la mayoría de sus más duros críticos le creyeron lo que advertía. Siempre pensaron que era pirotecnia del lenguaje. Lo pensaron durante casi 20 años.
Y, él, ni genio ni figura. Pero el mismo…
Hasta la sepultura.