Alejandro Rodríguez Cortés*.
Lo más comentado de la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum han sido un par de dislates. Dedicada a más bien administrar su ventaja, la candidata oficialista no se ha arriesgado y -cuando mucho- ha corregido para no incomodar a su jefe, el presidente de la República.
Sin embargo, en ese recorrido lleno de lugares comunes y repeticiones de lo dicho en las mañaneras, Sheinbaum cometió dos errores ampliamente comentados en el debate público: cuando deseó que prevaleciera la corrupción -quiso decir transfomación- pero sobre todo cuando se atrevió a decir que Andrés Manuel López Obrador había llegado al poder simplemente por una ambición personal.
Sin quererlo, en ambas ocasiones tuvo razón, porque la corrupción sigue y por lo visto seguirá rampante, pero también porque efectivamente los hechos han mostrado que AMLO logró la presidencia más por su obsesión de detentar y ahora conservar su poder, que por un afán de realmente cambiar a México para bien. Pudo más su infinita arrogancia de asumirse como héroe nacional y como el cuarto transfomador de la República que la obligación de velar por los verdaderos intereses de la Nación.
Demasiado tarde para corregir. El peligro para México se exhibió como tal, porque sus acciones y sus resultados de gobieno hablan más de un ambicioso compulsivo y vengativo que como un estadista refomador.
De haber querido ser un parteaguas histórico habría aprovechado la oportunidad histórica de tener el hub aeopotuario más importante de América Latina por él destruído; logra la transición enegética que él mismo truncó; apovechar la opción de capta más inversión en vez de despediciarla con atavismos ideológicos. En fin, vemos y sabemos que se dedicó simplemente a construir su permanencia y abrir con ello el camino a la destrucción de su popio legado.
López Obrador dilapidó las reservas presupuestales en obras inútiles en lugar de usarlas para salir mejor y más rápido de la pandemia; subejerció el presupuesto a costa de la salud y la educación públicas; desperdició recursos de en vez de atender las emergencias de su gobierno; destruyó el entramado institucional para garantizar lealtad política en lugar de eficacia y eficiencia.
Sin quererlo, su heredera política señaló los dos pecados capitales del obradorismo: la ambición llana y perversa de llegar al poder para ejecerlo sin pudor al sevicio de sus popias obsesiones, y la avaricia de familiares y cercanos para servirse del mismo y justamente hace lo que tanto criticaron.
Y como dicen llenándose la boca: no somos iguales. No lo son, poque al negarlo y serlo, son mucho peores.
A votar el próximo dos de junio si no quieres que esto continúe.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz