Alejandro Rodríguez Cortés*.
Andrés Manuel López Obrador es un hombre rencoroso, como lo es un narcisista convencido de que el mundo y la vida misma giran sólo en torno a él. Su historia es la sucesión de revanchas en contra de quienes se le han puesto enfrente de una u otra manera, más o menos.
Cometío parricidio político en contra de su impulsor, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, para apoderarse del PRD y servirse de él. Luego traicionó a sus propios compañeros para fundar un partido que fuera exclusivamente de su propiedad: Morena. En el inter, pasó por encima de tirios y troyanos, aún aquellos que fueron piezas clave en su ascendente carrera.
Al llegar al poder, prometió solemnemente no servirse de él para usarlo contra sus adversarios e hizo justo lo contrario: todas las mañanas, ha empleado sin pudor recursos públicos del Estado mexicano para disparar a discreción contra todo intento de crítica y disidencia, desde compañeros de partido o adversarios priístas o panistas, hasta periodistas, analistas, intelectuales y científicos.
La bajeza y ruindad de sus acusaciones desde el atril mañanero han ido de menos a más, y llegaron al punto límite apenas este viernes último cuando -ya francamente fuera de sí- AMLO arremetió brutalmente contra la presidenta del organismo Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, uno de sus odios más acendrados.
María Amparo Casar es una académica y activista que ha contribuido decididamente a combatir la corrupción gubernamental, no solo en este gobierno sino desde hace muchos más años. Pero su labor no encontró verdugo en las supuestamente más perversas y represoras administraciones del PRI y del PAN.
No, la guadaña cae en el patíbulo mañanero de quienes juran que son diferentes y resultaron mucho peores por su incapacidad, su inddolencia, intolerancia y en su afán autoritario. López Obrador se atrevió a lo impensable: exhibir públicamente datos personales de Casar y su familia, para justificar una dura, injusta e implacable venganza contra una de las difusoras de la rampante corrupción obradorista, incluida la de los más cercanos colaboradores del presidente de la República y de sus propios hijos.
No es la primera vez, porque lo ha hecho con personajes como Carlos Loret o contra empresarios que osaron oponerse a sus designios. Pero me parece que sí es la más rabiosa, mezquina y canalla.
Revivir un trágico episodio familiar, exhibirlo y usarlo como justificación para vengarse de María Amparo Casar ha expuesto a Andrés Manuel López Obador como lo que es: un sujeto sin escúpulos que estuvo dispuesto a todo para llegar al poder y que lo está para no dejarlo.
La historia lo juzgará y lo hará severamente, quizá desde tan pronto como el siguiente mes, cuando vea que los votos en su contra no sean tan endebles como su infinito complejo de superioridad se lo sugiere frente al espejo.
Y mientras tanto, mi solidaridad a María Amparo.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz