Por- Miguel Ángel Sánchez Armas

El lunes pasado se cumplieron 86 años de la expropiación petrolera. Esta fue, después de la Revolución, la gesta más importante en la conformación del país que hoy llamamos México.

Se ha dicho que fue “un rayo en cielo sereno”. Difiero. Creo que lo sucedido aquel viernes 18 de marzo de 1938 fue la descarga inevitable de un cielo que se comenzó a encapotar mucho antes de que el general Lázaro Cárdenas asumiera la presidencia.

En la memoria colectiva mexicana, mientras que las figuras de nuestros dirigentes se diluyen y la obra de sus gobiernos se olvida, el recuerdo del General crece en el afecto y la admiración populares. Se le considera el presidente que recuperó el rumbo que la Revolución extraviara en el tumulto político posterior a la etapa armada.

El legado de su mandato, particularmente la expropiación del petróleo quedó grabado en nuestro ADN y en nuestra genética de nación.

El 6 de diciembre de 1933, cuando Cárdenas fue declarado candidato a la Presidencia de la República durante la convención del Partido Nacional Revolucionario en Querétaro, México era un país semifeudal en donde 13,444 terratenientes monopolizaban el 83.4% del total de la tierra y las clases populares vivían en condiciones de pobreza y desesperanza, con 668 mil ejidatarios en posesión de tierras que representaban apenas un décimo de la que estaba en manos de los hacendados y junto a ellos, 2,332,000 campesinos sin tierras. El analfabetismo, la marginación y la miseria eran brutales. Entre el proletariado, el promedio de ingresos diarios era de 40 a 45 centavos.

El gran historiador Luis González y González dejó una estampa dramática de la situación: “Además de joven, mal repartida y mal agrupada, la población era achacosa por ser su país uno de los más insalubres, desnudos, desnutridos y desabrigados del mundo, donde morían veinticinco de cada mil al año, donde la guadaña de las enfermedades infecciosas y parasitarias mochaba mucha vida, donde una criatura de cada cuatro se convertía en angelito antes de vivir doce meses, donde los más de los niños sobrevivientes crecían esmirriados, estomagudos y con zancas de popote.”

Igual que otras grandes figuras de la historia, Cárdenas tuvo y tiene adeptos y detractores. Hubo quienes lo aclamaron hasta colocarlo en un nivel casi mítico mientras que otros juzgaron su gobierno y su liderazgo un fracaso completo. Veo en Cárdenas a un hombre genial y primitivo cuya vida pública estuvo montada, como agudamente observó Daniel Cosío Villegas, “en el macizo pilote del instinto”. En su trayectoria ascendió desde los orígenes más humildes hasta el pináculo del poder político y después de dejar la Presidencia su prestigio fue en ascenso como conciencia de la Revolución.

La enorme estatura del General fue fundida en bronce por generaciones políticas que se apresuraron a transformarlo en reliquia para el museo de la Revolución. El nombre Lázaro Cárdenas estampado en el granito de ceremonias hueras ha periclitado la sustancia de un modelo de gobierno y una conducta política que, con todas las críticas que se le puedan o quieran hacer, tuvo siempre como principios el bien común y no el provecho personal; el interés de la nación y su defensa inteligente y no el entreguismo; la justicia para las mayorías y no el favor a los pocos. ¿De cuantos gobiernos desde 1940 se puede decir lo mismo?

Me parece que en este entumecimiento ceremonial se diluyó una vertiente del general Cárdenas, la del hombre que tuvo una auténtica compasión por su pueblo, que respetaba a los demás tanto como a sí mismo, que fue de una asombrosa perspicacia política, que supo granjearse la confianza de la nación y que, a la manera de Thoreau, cumplió con su deber por la sencilla razón de que ese y no otro era su camino.

Hay destellos de la dimensión íntima de su temperamento. De niño escribe en su diario: “Siento que para algo he nacido”, y le aflige no tener certeza de cuál será su camino. En uno de sus discursos descubrí una paráfrasis del gran poeta romántico inglés Percy Bysshe Shelley; supe del exhorto de su amigo y mentor Francisco José Múgica para que pusiera orden en su “anarquía amorosa” y conocí el conmovedor episodio cuando después del anuncio de la expropiación, ya casi entrada la madrugada, despertó a su hijo Cuauhtémoc para fotografiarse con él. ¿Pensaba Cárdenas que sería su último recuerdo familiar antes de la invasión inglesa y yanqui que casi todos, inclusive Lombardo Toledano, vaticinaban?

¿Se reconoce en estos episodios a La esfinge de Jiquilpan? Quizá no, pero lo humanizan. Durante su presidencia y después, su carácter hierático y circunspecto se decantó en una suerte de oráculo en el imaginario político. Y como a otros del Panteón mexicano, las nuevas generaciones lo conocen más como estatua que como ese apasionado luchador que fue capaz, en palabras del embajador de Estados Unidos que vivió la expropiación, Josephus Daniels, de hacer sentir al pueblo que “el día de la liberación” había llegado.

Que sigue estando entre nosotros se confirma por que cada poco tiempo aparecen estudios sobre la vida y la obra del General. Su hijo Cuauhtémoc puso en circulación Cárdenas por Cárdenas y Ricardo Pérez Montfort dio a conocer Lázaro Cárdenas: un mexicano del Siglo XX. Yo mismo publiqué El peligro mexicano y Retrato del General y a no dudar que otras páginas que recogen ese momento de nuestro devenir se aliñan ahora mismo en el fogón de los historiadores.

Pero siento que este protagonista del episodio que Luis González y González declarara el más estudiado de nuestra historia, peregrina en busca de un biógrafo que desvele su personalidad compleja, en mucho contradictoria y criticable, que tomó decisiones que hoy podemos juzgar ancladas en el autoritarismo, pero que, como su contemporáneo Churchill, no vaciló en jugársela del todo por el todo para consolidar a su país.

Un estadista comprometido con su tiempo, con sus ideales y con las exigencias del puesto que le fue conferido, que pensó en los demás antes que en sí mismo, que sin duda cometió errores y tuvo limitaciones, pero cuya obra, en conjunto, arroja más luminosidades que miserias. ¿A cuántos conocemos hoy así?

Mientras llega la pluma que a la manera de William Manchester, Gore Vidal o Martín Luis Guzmán, nos adentre en lo más íntimo de la vida y las circunstancias de uno de los forjadores del México moderno, en Retrato del General, además de una instantánea de su trayectoria, recupero textos hoy olvidados que tienen el mérito de haber sido escritos por sus contemporáneos, hombres que lo trataron personalmente y que nos dan una aproximación al Cárdenas cotidiano, al hombre que a mano limpia se entregó a la construcción de un nuevo país, al general misionero, como lo llamara Enrique Krauze.

(DEL PRÓLOGO DE MI LIBRO RETRATO DEL GENERAL. LOS LECTORES INERESADOS PUEDEN PEDIR UNA COPIA GRATUITA EN PDF AL CORREO [email protected].)

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