“La vida se prolonga hasta mi pluma …”

Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas

Hija de madre tabasqueña y padre español, Josefina Vicens fue una autora mexicana excepcional por múltiples motivos.

Nació en Villahermosa en 1911. Su vida es tan apasionante como su literatura. Estudió filosofía, letras e historia en la UNAM. Su formación universitaria, su participación en organizaciones políticas y su obsesiva observación del mundo que le tocó vivir la llevaron a las páginas de los periódicos en donde sus comentarios políticos se publicaron bajo el seudónimo de “Diógenes García”. 

Y su misma vida desbordante, llena de música, de bohemia y de amor al arte, la llevó a una carrera de cronista taurina con el mote de “Pepe Faroles” en la revista Sol y sombra. Huelga decir que esas actividades entonces eran reservadas de manera casi exclusiva a los hombres. 

En mis conversaciones con Edmundo Valadés en 1985, él no pudo recordar un caso de una articulista contemporánea suya semejante a la Vicens, aparte de las reporteras de fuentes sociales o religiosas. Yo ubico a Sara Moirón como una de las pocas redactoras “políticas” de la época.

Se ha comparado a Josefina Vicens con Juan Rulfo por el hecho de haber sido autora de sólo dos novelas, El libro vacío (1958) y Los años falsos (1982), la primera cuando tenía 47 años -un poco tarde en su vida, dirían los eternos pesimistas- y la segunda 24 años después. 

Las dos son excelentes y por ello mismo no puedo dejar de preguntarme por qué, como en el caso de Rulfo, no produjo más. Acerca de esto John S. Brushwood dice que entre los escritores mexicanos que publicaron novelas notables antes de 1967 hay varios que dieron a imprenta una sola o quizá dos después de ese periodo y lo atribuye a que se trató de novelistas que quizá llegaban al final de su carrera o tal vez a que ésta había tomado otro rumbo. 

También registra el dato de que la mayoría de esas obras se publicó antes de 1975 y destaca el caso de Josefina Vicens como la excepción notable, por la gran calidad de sus libros, así fueran sólo dos.

Pese a lo breve de su producción novelística, las actividades como escritora de Josefina Vicens fueron múltiples. Fue autora de guiones cinematográficos, entre ellos Las señoritas Vivanco, Los perros de Dios y Renuncia por motivos de salud. Fue también presidenta de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de México.

Su trabajo periodístico es interesante más allá de la anécdota. Resulta singular el hecho de que en aquel México de nuestros recuerdos una mujer fuera autora lo mismo de temas taurinos que de políticos y con igual maestría … por más que las similitudes entre ambos oficios sea moneda corriente. No conozco otro caso como el de la Vicens en el diarismo mexicano.

Josefina Vicens también militó en agrupaciones políticas y sindicales. Fue secretaria de Acción Femenil en la Confederación Nacional Campesina y quizá por esa razón el tema de la política le era cercano, pero además conocía el ámbito rural, que en nuestro país históricamente pareciera ser tema exclusivo de varones iniciados.

La extraordinaria calidad de sus libros, la innovación y su aportación a las letras mexicanas siempre me han resultado sorprendentes en el contexto de esa mezcla extraña de actividades que desempeñó. Debe ser el resultado de una convicción que la propia autora un día reveló: “Me importa más mi vida que mi propia literatura…”, pues sin duda la primera es la que enriquece a la segunda.

El libro vacío, su primera novela, aborda la imposibilidad de escribir un libro. “José García”, el protagonista -nombre ensamblado con los dos seudónimos que Josefina usaba en sus textos periodísticos-, se duele por la angustia de no poder escribir aquello que le quema las entrañas.

La obra se publicó en 1958 pero su gestación seguramente puede ubicarse varios años antes, con lo cual Josefina Vicens anticipa características de la novela contemporánea. Brushwood señala que se trata de la primera obra autorreferencial en la literatura mexicana. Es decir, la escritura que se mira a sí misma, el acto de escribir diseccionado en su proceso, desde el punto de vista de un escritor ficticio.

Además de las innovaciones técnicas que presenta, El libro vacío es interesante por el desarrollo de la búsqueda del protagonista en pos de un tema importante para ser plasmado en una novela, y cómo esta búsqueda es al propio tiempo la construcción de la obra de la Vicens.

En la edición francesa que publicó Julliard en 1964, igual que en la de Ediciones Transición en español -y supongo que en otras-, se incluyó a modo de prefacio la carta que Octavio Paz dirigió a la escritora en septiembre de 1958. 

Es una misiva breve y generosa en la que el poeta elogia la novela y dice a la Vicens que “Es admirable que de un tema como el de la nada hayas podido crear un libro tan vivo y tierno. También lo es que logres crear, desde la intimidad vacía de tu personaje, todo un mundo”. Paz confiesa haber experimentado, al igual que José García, al mismo tiempo la imposibilidad y la necesidad de escribir.

Este es un aspecto del libro que me atrapó cuando lo descubrí. Esa sensación de irrealidad que experimentamos en los primeros momentos ante la página en blanco -o frente a la pantalla- quienes escribimos. Esa suerte de distancia entre el yo y el escritor adentro que debe escribir. El sobrecogimiento de que quizá no se podrá redactar una línea más aparece constantemente en la novela y hermana a los escritores con José García, pues éste ha sido un tema recurrente a lo largo de la literatura contemporánea. Muchos autores han puesto en palabras de sus personajes el angustiante misterio que entraña el oficio de escribir.

“La única forma de apoderamos hondamente de los seres y de las cosas y de los ambientes que usamos, es volviendo a ellos por el recuerdo, o inventándolos, al darles un nombre”, dice el protagonista de El libro vacío. Estoy totalmente de acuerdo: muchas veces la mejor manera de escribir exige que primero cerremos los ojos para hurgar en nuestro interior.

La contraportada de El libro vacío en Ediciones Transición ofrece un texto de Josefina Vicens en el que relata que Emmanuel Carballo le pidió responder en tres cuartillas a las preguntas “¿Por qué escribo?”, “¿Para qué escribo?” y “¿Cómo escribo?” 

La escritora, después de confesar que sufrió con tales interrogantes ya que sólo había escrito un libro y dudaba que la vida le alcanzara para terminar otro, decide responder desde la perspectiva de José García, el personaje de su novela: 

“Mi mano no termina en los dedos: la vida, la circulación, la sangre, se prolongan hasta el punto de mi pluma. En la frente siento un golpe caliente y acompasado. Por todo el cuerpo, desde que me preparo a escribir, se me esparce una alegría urgente. Me pertenezco toda, me uso toda; no hay un átomo de mí que no esté conmigo, sabiendo, sintiendo la inminencia de la primera palabra. En el trazo de esa primera palabra pongo una especie de sensualidad: dibujo la mayúscula, la remarco en sus bordes, la adorno. Esa sensualidad caligráfica, después me doy cuenta, no es más que la forma de retrasar el momento de decir algo, porque no sé qué es ese algo; pero el placer de ese instante total, lleno de júbilo, de posibilidades y de fe en mí misma, no logra enturbiarlo ni la desesperanza que me invade después”.

Los años falsos, la segunda y última novela de Josefina Vicens, es quizá menos innovadora, pero igualmente imaginativa. Narra la conversación imaginaria entre un hijo y su padre muerto cuatro años antes. El deceso del hombre da lugar a que el hijo ocupe su lugar en la familia, entre los amigos, en la política -porque hereda el puesto del progenitor- y aliado de la amante. La novela comienza cuando el hijo llega con su madre y sus hermanas a visitar la tumba del padre y termina con un amén, el así sea de las oraciones, en una especie de resignación ante el hecho de no tener una vida propia sino una vida biológica y social que le debe al hombre que yace en el sepulcro.

La conversación imaginaria es un reclamo del hijo ante la circunstancia de vivir a la sombra del autor de sus días, de no poder escapar ni siquiera por la similitud del nombre. Luis Alfonso Fernández se llama el protagonista que conversa con su padre, Alfonso Fernández. El hijo intercala el reclamo al papá machista por haber tenido una doble vida con una concubina, pero al mismo tiempo acepta ese machismo cuando decide tomar como amante a la misma mujer. Reclama a su difunto padre haberse involucrado en un sistema político corrupto, pero acepta ocupar el puesto de su progenitor.

Es interesante la crítica que el personaje hace de una forma de ser eminentemente masculina que ha pasado por el tamiz de la visión femenina de una escritora que además resuelve realistamente esta confrontación, pues Luis Alfonso Fernández no lleva muy lejos sus cuestionamientos y se conforma con tener un enfrentamiento silencioso con un muerto que le ha arrebatado gran parte de su vida, en una fusión de identidades de la que difícilmente podrá escapar.

Josefina Vicens murió seis años después de que apareció su segunda novela, el 22 de noviembre de 1988, y fue sepultada el mismo día en que hubiese cumplido 77 años. Pese a los temores que expresó a Emmanuel Carballo, La Peque, como la llamaban sus amigos, sí alcanzó a terminar su segundo libro. Y como dijera Octavio Paz a la muerte de su amiga y colega, Josefina Vicens perteneció a la tradición de escritores mexicanos con “obra reducida mas no limitada”.

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