Boris Berenzon Gorn.
El seguro de vida de cualquier especie es la diversidad… La diversidad garantiza la sobrevivencia
Isabel Allende
A finales de los noventa y principios de los dos mil, comenzaron a triunfar los discursos que daban por sentado el surgimiento de una nueva era marcada por la globalización, su modelo, el neoliberalismo, y la homogeneización de todas las personas del mundo basada en la interacción constante de unas con otras.
Las personas que sostenían los discursos más pesimistas veían el fin de la historia como Francis Fukuyama y algunos más osados como Carlos Reynoso plantearon el fin de la antropología e incluso de las culturas y la diversidad que cederían ante el predominio de un consumidor al que todos nos pareceríamos tarde o temprano. Alessadro Barrico (1958), en su libro Los bárbaros (2006) se pregunta: ¿Qué tipo de calidad ha sido generada por el mercado que hoy vemos en auge? Podemos ser optimistas no era el fin de ninguna disciplina, se trató el uso pragmático del saber humano, que al responder dialécticamente como siempre lo ha hecho, fulmino la sombra de tantos finales hegemónicos para dar cabida a muchos comienzos heterogéneos y por ello vitales.
El triunfo de la globalización, pero sobre todo del modelo capitalista ante la caída del bloque socialista, era una verdadera representación simbólica del futuro, y entre esperanzas y miedos, daba algunas ideas sobre lo que vendría después para un sistema productivo que se convertía en hegemónico y frente al que cualquier tipo de resistencia había caído junto con el muro de Berlín. O al menos eso era lo que se creía por entonces, que el camino hacia la homogeneización de la experiencia humana era inevitable y que lo que seguía a partir de ahora era posicionarse en el equilibrio de fuerzas donde definitivamente unos países llevarían la batuta y otros se alinearían a ellos.
De pronto cual baúl de los deseos daba igual la apuesta al comunitarismo que al cosmopolitismo o se buscaba asemejar el nacionalismo con el patriotismo y así sin el menor recato y pudor teórico se analizaban lo universal y lo particular sin ningún rigor. La posmodernidad y sus valores pretendieron adueñarse del quehacer antropológico, histórico filosófico.
Las transformaciones llegadas con el triunfo de la idea del neoliberalismo y la globalización han sido profusamente examinadas sobre todo desde la experiencia política, social y económica. Sin embargo, aquí quiero destacar el problema de la homogeneización frente a la diversidad cultural que se ha sostenido como modelo discursivo y ha tenido que ceder ante las resistencias de las últimas décadas, que demuestran que las culturas, al estar arraigadas en la larga duración y funcionar como base estructurante del universo lingüístico y simbólico, no pueden ser eliminadas mediante mecanismos pragmáticos ni borradas de la memoria colectiva como consecuencia de actos voluntaristas. Hoy se impone una relectura de fondo desde los más amplios márgenes conceptuales de la antropología en sus diversas ramas a la par de la historia y la filosofía sin pragmatismos.
Con el predominio de las ideas de globalización, se ponía un ejemplo básico para referirse a la homogeneización creciente que se pensaba que existiría en todo el mundo y que generaría un único modelo de ser humano más allá de la diversidad. Se pensaba que los jóvenes de todo el mundo querrían usar los mismos tenis de moda, vestirse de la misma manera y escuchar exactamente la misma música sin importar que se encontraran en Asia, África o América. El aspiracionismo de marca sería la mejor representación de la eliminación de los rasgos de diversidad cultural, en busca de convertirse en el ideal de lo nuevo y lo igual.
Este ejemplo básico ha demostrado no ser suficientemente sostenible. En primer lugar, aunque habría quien objetara que es verdad que la aspiración de las marcas influye en grupos poblacionales de todo el mundo, con intereses y edades análogos, esto no bastaría para suponer la eliminación de la diversidad cultural más allá de la imposición de hábitos de consumo global. Pensemos en ello desde la perspectiva de los consumidores de las marcas de tenis más populares en el mercado. Un gran nicho es el de los jóvenes que escuchan música cuyos representantes utilizan ciertas marcas de zapatos y se convierten en elementos de promoción del producto sin necesidad de admitirlo abiertamente.
Es bien sabido, por ejemplo, que juventudes que escuchan música urbana prefieren las marcas empleadas por los cantantes de moda, sin importar si se encuentran en Europa o América, y que muchos de ellos basan su preferencia, consciente o inconscientemente, en este modelo de promoción del producto. Pero esto no es suficiente para admitir que la diversidad ha sido minada. Si bien es cierto que la estrategia de mercado influye en los hábitos de consumo de las mayorías, no siempre lo hace en el modo de apropiación de los mismos, y además suele escapar a ciertos grupos que actúan de manera consciente como resistencia a la imposición.
Por ejemplo, aunque la promoción de ciertas marcas influye en la decisión final del consumidor, el uso y representación que este hace de ellas generalmente escapa al modelo vertical desde el que el producto se vende y se promociona. La aspiración de formar parte de un grupo con intereses musicales compartidos, o de una clase social, no siempre es determinante en la manera en que se abraza el uso de lo que se consume, y por lo tanto el propio consumo tiene que ceder ante las necesidades de la diversidad.
Los mismos zapatos pueden representar estilos alternativos de música y subculturas urbanas, formas de resistencia ante el pasado o ante grupos que promueven o desdeñan un producto frente a otro. Los jóvenes también están optando por emplear productos de segunda mano provenientes de bazares o tiendas sobre ruedas, en un afán por generar un contrapeso ante el consumismo tan avasallante de la industria de la moda que se ha convertido en una de las más contaminantes y peligrosas del mundo. Toda esta serie de significados se representa en los hábitos de los jóvenes que toman la decisión de emplear un producto o servicio.
Lo que parece quedar claro es que no hay un solo tipo de consumidor, como se pretendía afirmar a principios de los noventa. A diferencia del anhelo capitalista de imponer un modelo de representación frente a las masas considerándolas grupos uniformes y desdeñando las diferencias culturales, a la vez que se fomentaban las diferencias de clase social; la realidad nos demuestra que en las prácticas los consumidores adaptan y someten aquello que les es funcional. De tal suerte que se niegan a convertirse en sólo eso, consumidores, y demuestran que, a pesar de la adaptación a un sistema de producción capitalista de imposición de valores y representaciones hegemónicas, siempre queda espacio para la diversidad y la resistencia.
Este reconocimiento no pretende minimizar el problema de la creación de narrativas que se promueven a través del consumo de productos y servicios en todo el mundo, cuyos efectos nocivos son bastante bien conocidos y afectan sobre todo a los grupos más vulnerables. Tampoco se trata de ignorar el hecho de que la producción en sí misma encierra una serie de prácticas de abuso y explotación que se basan en la diferenciación de los espacios de producción, venta y creación de ideas. Debemos concientizar el daño que la industria de todo tipo ha hecho a las poblaciones más vulnerables, sobre todo en países que todavía no cuentan con suficientes mecanismos legales para proteger a su población, como ocurre, por ejemplo, con la industria del fast fashion que se ha convertido para muchas personas en una cuasi esclavitud y el único espacio de oportunidad para sobrevivir.
De lo que se trata, poniendo en su lugar la responsabilidad de las empresas y de la producción capitalista, es de valorar el poder de la diversidad cultural como una herencia histórica universal, que demuestra que las diferencias son mucho más profundas que los hábitos de consumo. Lo que creemos del entorno, la manera como nos relacionamos con los demás, el espacio que concedemos a nuestra propia persona frente al entramado social y natural, los valores provenientes de la ética y de la tradición están arraigados más allá de las necesidades del mercado y se resisten a ser oprimidos por ellas. Por el contrario, parece que la diversidad cultural encuentra la manera de asimilar aquello que viene de fuera dentro de su propio universo, es capaz de darle nuevos significados e incluso de modificar su contenido, convirtiendo una producción de la imposición en una de las resistencias.
A todos nos viene a la mente el famoso atuendo de los pachucos, que se ha convertido en un icono de rebeldía frente a la raigambre conservadora que tuvo la manufactura misma de la indumentaria en su momento. Lo mismo ha ocurrido con el caso de las botas militares, que representan a los movimientos obreros y a las resistencias políticas; los pantalones de mezclilla tan importantes para los movimientos feministas, e incluso la reivindicación de la minifalda como un acto de oposición ante el conservadurismo. En todos estos ejemplos, la diversidad ha triunfado frente a la opresión del unívoco y deja lejos el sueño homogeneizador del gran capital.
Manchamanteles
Iniciamos marzo con la conmemoración del natalicio de Gabriel García Márquez, quien llegó al mundo un 6 de marzo, pero de 1927. Recordemos su poema “Si alguien llama a tu puerta”:
Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en tu tallo de agua, temblorosa,
la fuente es una líquida de armonía.
Si alguien llama a tu puerta y todavía
te sobra tiempo para ser hermosa
y cabe todo abril en una rosa
y por la rosa desangra el día
Si alguien llama a tu puerta una mañana
sonora de palomas y campanas
y aún crees en el dolor y en la poesía
Si aún la vida es verdad y el verso existe.
Si alguien llama a tu puerta y estás triste,
abre, que es el amor, amiga mía.
Narciso el obsceno
Era un hombre diferente, exactamente igual que todos los demás.