Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas
Los más letales instrumentos de exterminio humano no están en los arsenales nucleares de las grandes potencias sino en las calles de las ciudades, en las zonas de conflicto de “baja intensidad” y en los feudos de los señores de la guerra. Se estima que en el planeta uno de cada 12 habitantes posee un “arma ligera”, lo que da la escalofriante cifra de 550 millones de estos artefactos de muerte en manos de personas muy posiblemente desequilibradas.
Medio millón de seres humanos muere cada año víctima de balas de calibre que va de pequeño a moderado. La inmensa mayoría de estas víctimas son civiles. En algunas regiones del mundo quienes disparan esos proyectiles son niños de entre diez y 15 años.
Sin ir más lejos, nuestros vecinos del norte ocupan un primerísimo lugar en este escenario. Según datos recopilados por el Gun Violence Archive, el 2023 cerró con 40,167 muertes ocasionadas por “armas ligeras”, 118 al día. En The Land of the Free and the Brave hubo 632 episodios de masacres en iglesias, escuelas, restoranes y centros comerciales. Este es el país del mentecato que quiere poner un muro en su frontera sur para frenar “el peligro mexicano”.
Así es. Hace tiempo que Donald Trump encontró al Gran Satán a quien culpar del cáncer que corroe las entrañas de su país: le puso sombrero charro, botines, chaquetilla, bigote, bandera y nombre: The Mexican Threat. ¡Aleluya! Nos convirtió en la bestia negra del postcomunismo. En el Kremlin, Putin y los camaradas de la nomenklatura se retuercen de envidia.
¿Qué se necesita para neutralizar a un Gran Satán según este político que enfrenta 91 juicios por delitos que van del abuso sexual a los fraudes financieros? Si hemos de creer al acreditado padre Karras, con una solución de agua del Potomac, polvo del cerebro de un republicano, uñas de un demócrata, saliva de un yerno y un pelo naranja, ¡zaz!, el ominoso Belcebú prieto dejará de fastidiar con lo del tratado comercial, vaciará su hacienda para pagar el muro, dejará de creer que el tráfico de drogas es por los adictos de allá y muy probablemente pida la merced de un estatus como el de Puerto Rico.
Pero en el país del güero color mostaza, de los más de 40 mil muertos por la violencia callejera el año pasado, mil 306 fueron adolescentes y 276 niños. Los suicidios con arma de fuego no se quedaron atrás: 22,506; es decir, 66 cada día, incluyendo domingos y días festivos.
El tráfico de armas es una industria que rivaliza con el comercio internacional de drogas. Así como los cárteles no escatiman energía e imaginación para ampliar su base de consumidores, los proveedores de armamentos tienen como meta pertrechar a tantos seres humanos como sea posible.
El movimiento de los arsenales es muy complejo. Comienza bajo la forma de exportaciones legales en los países productores (Estados Unidos, China, Israel, Rusia, otras naciones del ex bloque soviético y casi todos los estados europeos) y se inserta en una red cuasi legal de comercio que desemboca en los mercados “legales” y “negros” del planeta.
El mecanismo que abastece a los talibanes en Asia, a los tutsis y hutus en África y a los cárteles en México, Centro y Sudamérica, es el mismo que facilita un AK47 “cuerno de chivo” en Tepito a quien pueda entregar mil 500 dólares en efectivo.
El mercado de armas representa ingresos de cientos de millones de dólares para los fabricantes y de miles de millones para los traficantes. ¿Cómo creer los encendidos discursos de los representantes del primer mundo a favor de los derechos humanos en los foros internacionales cuando son los países que representan los principales fabricantes de pistolas, ametralladoras, rifles, escopetas y otros instrumentos de muerte?
Hay estados que con una mano entregan ayuda a la Cruz Roja Internacional y al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, y con la otra tecnología y licencias de fabricación de armas a pujantes industrias del tercer mundo.
En el mercado doméstico de Estados Unidos casi cualquier persona puede adquirir un arma en tiendas o por Internet. Y hasta hace poco las balas se vendían en los supermercados a poca distancia de las jaleas, la leche y las verduras.
Los sicópatas que masacran a compradores en centros comerciales, a comensales en locales de venta de hamburguesas, a estudiantes en escuelas o a creyentes de sectas religiosas, compraron “legalmente” las armas y las municiones. Algunos las adquirieron a crédito y no las terminaron de pagar … pues la policía los abatió.
Y mientras la sociedad yanqui llora a sus muertos, los asesinos son defendidos por otros sicópatas agrupados en una llamada “Asociación Nacional del Rifle”, muy temida en Washington por su capacidad de cabildeo y cortejada por una pléyade de políticos crónicamente necesitados de fondos electorales. (El que su presidente de muchos años, Wayne LaPierre, haya sido destituido y esté acusado de birlar unos cuantos millones de dólares, describe bien a esta honorable agrupación.)
El mercado de las armas obedece a las mismas leyes económicas que, digamos, el mercado internacional de chatarra. Los fabricantes venden su mercancía a exportadores “legales” (me resisto a utilizar el término “legítimos”). Estos los entregan a la red de mayoristas, medio mayoristas y minoristas que surte tanto a los clientes “naturales” a quienes se expedirá factura (ejércitos, corporaciones de seguridad pública) como a los “pardos” que recibirán los cargamentos con guías de aduana falsificadas en recónditos puertos.
Pero llega un momento en que los clientes “naturales” se encuentran con un exceso de mercancía en las manos, como sucedió después de la guerra en los Balcanes, o a la caída de la cortina de hierro, y entonces esa mercancía reingresa al circuito económico de la misma manera que los autos robados y presiona los precios a la baja.
Eso explica que en África oriental los ejércitos de niños estén dotados con rifles de asalto Kalashnikov nuevecitos. Y también explica el surgimiento de una red de comercio especializada en abastecer a las pandillas criminales en todo el mundo. Entiéndase, no a terroristas o a traficantes de droga o a movimientos de liberación, que tienen sus propios marchantes, sino a los asaltabancos, a los secuestradores y a los piratas.
Y si a usted le parece que esto es diabólico, permítame decirle que hay otras ramificaciones de este comercio execrable: la producción y distribución del “gran” armamento: aviones, barcos, submarinos, cañones y misiles, y la fabricación de las “minas antipersonal” que han desfigurado a cientos de miles de seres humanos, principalmente niños y niñas, en muchas partes del mundo.