Desensibilización posmoderna: cultura de la violencia

Boris Berenzon Gorn

Boris Berenzon Gorn.

Toda reforma impuesta por la violencia no corregirá nada el mal: el buen juicio no necesita de la violencia.

León Tolstói

Uno de los grandes problemas de nuestro tiempo es el de la violencia, no porque se trate de un fenómeno nuevo, pues es bien sabido que la violencia nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia como especie. Lo que la hace diferente en estos días, sin embargo, es el nivel de desensibilización que hemos alcanzado como sociedad y que no nos permite asimilar la dimensión que está juega dentro del entramado social y el peligro que representa para las relaciones presentes y futuras.

En México tenemos los sugerentes trabajos de Santiago Genovés (1923–2013) a quien conocí siendo yo muy joven en el Instituto de Investigaciones Antropológicas y además de tener fecundas y divertidas platicas, tuve la dicha de ser editor de algunos de sus trabajos sobre la violencia. Genovés dejo una escuela importante en este análisis del que recuerdo a José Luis Vera. Hoy en el mundo se habla de la antropología de la violencia como un tema interdisciplinario en el que trabajan juntos psicólogos, historiadores, filósofos. Lingüistas, y todas las ramas de la antropología

Vemos a la violencia con una naturalidad que asusta, pues lejos de asimilarla como parte de nuestras culturas, como ha ocurrido en otros momentos de la historia de occidente, la posmodernidad la ha invisibilizado hasta el grado en que hemos llegado a creer que no constituye un problema.

Como prueba de ello basta con encender la televisión en el noticiero de la noche, lugar donde, a diferencia de las redes sociales, se dedica una hora completa al conflicto y la violencia fragmentaria algunas veces hasta sádica por no decir más. No se exploran los problemas sociales que la generan, y tampoco se presenta un examen integral de la misma: los noticiarios mantienen esa forma clásica del siglo XX de coleccionar eventos catastróficos que llaman la atención por el morbo que generan en la audiencia y de presentarlos aleatoriamente, disfrazándolos de “noticias importantes del día”.

En estos espectáculos desagradables desfilan imágenes de la tragedia que se convierte en parte sustancial de la vida, y que por lo tanto se despoja de significado y contenido, en nombre de la ficción de “estar informado”. Personas siendo asesinadas, violaciones a mujeres y niñas, mutilaciones, ataques del crimen organizado, guerras internacionales, escasez, enfrentamientos entre manifestantes y policías prácticamente por cualquier razón, asaltos a mano armada, linchamientos, maltrato a infancias y animales, inseguridad en calles y casa habitación, y la lista sigue y sigue. La violencia de estas representaciones se nos presenta como el pan de cada día y deja de generar indignación o sorpresa.

He elegido el ejemplo del viejo noticiario televisivo porque es la expresión más descarada de la normalización de la violencia, pero seamos sinceros, dista de ser la única. Las redes sociales también la explotan y normalizan, si bien, con criterios nuevos y hasta diferenciados. La información aparece fragmentaria e intercalada, en medio de todo el contenido que se presenta y que en su mayoría está dedicado al entretenimiento banal. Pero es cierto que hay redes mucho más crudas que otras, X, por ejemplo. Desde su creación, la plataforma ha aplicado poca censura al contenido delicado, por lo que es posible acceder a violencia gráfica todavía más cruda que en la televisión.

En la red la violencia también es el pan de cada día, pero además de nutrirse de los eventos externos, se inserta en una narratividad corrosiva que posibilita la democratización llegada con la web 2.0. A diferencia de los medios de comunicación masiva, las redes sociales están diseñadas para expresar la opinión, para que todas las personas puedan intervenir y dejar reacciones y comentarios en torno a los eventos. Y es ahí, en las secciones de comentarios, donde podemos presenciar lo más irracional de la sociedad posmoderna, nos sorprende el nivel de insensibilidad y el absurdo sobre los supuestos que se convierten en dogmas del presente, esos que podíamos calificar de prejuicios en el pasado.

Las redes sociales están plagadas de comentarios donde unos usuarios se enfrentan con otros y no reparan en violencia verbal, misoginia, racismo, discriminación, discursos de odio, llamados a la violencia física, denostación de la forma de pensar y del cuerpo, maltrato animal y a infancias, maltrato psicológico, gaslighting, burlas de todo tipo, desacreditación del derecho de los demás, atentados contra la libertad de expresión y otros derechos fundamentales. Es decir, que en el espacio virtual la violencia no solo se representa, sino que además se reproduce y se normaliza desde las narrativas, donde predomina el poder de las hegemónicas, y se oprime al otro sin importar que no se coincida físicamente con él.

La desensibilización ante la violencia, sin embargo, es un problema real que tenemos que empezar a combatir, y lo primero que debe hacerse es visibilizarlo. La exposición repetida a la violencia no significa que esta deba promoverse, que deba tomarse como parte esencial de la vida y que se renuncie a tomar acciones colectivas para encontrar otros mecanismos de resolución de conflictos. De hecho, es necesario admitir que ciertos aspectos de nuestra cultura, en occidente al menos, están encaminados a la glorificación de la violencia.

A la violencia en el mundo del entretenimiento se asocia una serie de valores que las personas admiten sin filtros ni capacidad crítica. Las series, las películas, la música y hasta la literatura; en todos los espacios se narran historias marcadas por la violencia y por arquetipos repetidos desde hace siglos sobre la forma de lidiar con el conflicto. La idea de un héroe pacífico o racional no cabe en los modelos de expresión posmoderna, pues la valentía casi siempre se asocia a enfrentar la violencia con más violencia y la guerra o el enfrentamiento físico es representado desde la diversión y el encumbramiento de los personajes. Se produce entonces una desconexión hacia la víctima, pues ésta parece estar obligada a triunfar ante su agresor, o de lo contrario, estará condenada a hundirse en la desgracia y el olvido.

Pero en la vida real, la víctima no siempre triunfa contra su agresor. Enfrentarle directamente es prácticamente imposible, la mayoría de las veces. En cambio, el agresor cuenta con

estructuras donde respalda su ejercicio de la violencia y la reproduce no contra una, sino contra varias víctimas. A esto se agregan procesos judiciales complicados donde se suele revictimizar y penas que no corresponden con la gravedad de los delitos cometidos. La corrupción y la impunidad son los motivos más frecuentes por los que las víctimas no denuncian, pues tienen miedo. Esta cara de la moneda difícilmente se ve en los noticiarios.

Poner el acento en el victimario y no en la víctima es otro aspecto de la desensibilización ante la violencia. Desafortunadamente no solo los medios de comunicación, sino también los sistemas educativos nos educan para la falta de empatía y de solidaridad. El individualismo posmoderno es todavía más crudo que promovía el liberalismo clásico. Mientras este último se enfocaba en nutrir el poder del ciudadano frente al Estado, y pensaba, paradójicamente, en el ciudadano desde la colectividad; el individualismo posmoderno se basa en el supuesto de que la libertad de acción es absoluta y para alcanzar metas y objetivos es precisa la competencia contra el otro y contra uno mismo, desarticulando la acción colectiva como valor de transformación.

El ser humano como ente de dignidad cuya vida es el valor fundamental, ha perdido representación en la posmodernidad y en las narrativas hegemónicas. Ha sido reemplazado por ficciones en torno a la libertad y la capacidad de elección, que, peligrosamente suponen que los seres humanos podemos afectar al otro siempre y cuando no haya consecuencias y esto se haga en función de nuestros propios intereses y los de los seres cercanos. En las instituciones primordiales, la ética del respeto y la acción colectiva también han pasado a segundo término.

En este panorama que parece tan desalentador, quedan todavía acciones para abordar el conflicto de manera no violenta. Aunque se nos ha convencido de que la única manera de enfrentar la diferencia es mediante la violencia y la destrucción o el sometimiento del otro, la educación debe bastar para promover la negociación y el diálogo como valores fundamentales, con el fin de impulsar la transformación que requiere nuestra sociedad.

He de decir que no estoy inventando el hilo negro. Desde el inicio de nuestra cultura occidental contamos con propuestas de resolución pacífica del conflicto, para los griegos, el diálogo llevaba a la política, y de ahí a diversos modelos por medio de los cuales se podía estructurar el conglomerado humano, al menos al interior, porque es bien sabido que también promovieron la guerra. Sin embargo, haciendo un examen pormenorizado, podemos ver que la historia de la teoría política se basa en el abordaje del conflicto por medio del entendimiento racional. Y aunque hoy la irracionalidad parezca haber triunfado, la capacidad crítica se resiste a morir.

 

Manchamanteles

El último poema del mes es de amor y anhelo a cargo de Alfonsina Storni:

LA CARICIA PERDIDA

Se me va de los dedos la caricia sin causa,

se me va de los dedos… En el viento, al pasar,

la caricia que vaga sin destino ni objeto,

la caricia perdida ¿quién la recogerá?

 

Pude amar esta noche con piedad infinita,

pude amar al primero que acertara a llegar.

Nadie llega. Están solos los floridos senderos.

La caricia perdida, rodará… rodará…

 

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,

si estremece las ramas un dulce suspirar,

si te oprime los dedos una mano pequeña

que te toma y te deja, que te logra y se va.

 

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,

si es el aire quien teje la ilusión de besar,

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

en el viento fundida, ¿me reconocerás?

 

Narciso el obsceno

¿Crianza positiva? Mis padres me daban palizas épicas y ¡mírame!, estoy de maravilla.

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