Carlos Arturo Baños Lemoine.
En el ocaso de su fallido sexenio, Andrés Manuel López Obrador está dando sus últimas patadas dictatoriales, con el rostro desencajado y la quijada convulsa. Las últimas semanas lo han sacado de quicio como nunca antes: mucho le ha pesado la fuerte sospecha de que al menos sus campañas de 2006 y 2018 recibieron dinero malhabido, específicamente del narcotráfico.
Y si bien es cierto que no existen pruebas fehacientes de tal acusación, también es cierto que el Tirano de Macuspana ahora tiene que tragarse su propio veneno: cuántas veces, a lo largo de su gestión, López Obrador ha acusado a sus enemigos de cuanta cosa se le ha ocurrido sin presentar prueba fehaciente alguna.
También habría que recordarle a AMLO que la reciente condena a Genaro García Luna tuvo como principal sustento los dichos de “testigos protegidos”, es decir, de delincuentes condenados que se vuelven “soplones” a objeto de conseguir beneficios de ley para, al menos, salir de prisión en unos cuantos años a fin de gozar los millones de dólares que generaron gracias a sus actividades delictivas. Vaya, todos nos quedamos con ganas de ver a Genaro García Luna recibiendo maletines llenos de dinero, como René Bejarano, o recibiendo sospechosos sobres amarillos, como Pío López Obrador. Pero nada.
Lo peor es que, en su enojo y desesperación, López Obrador siempre exhibe lo peor de su psicopatía megalómana: la semana pasada, incluso fue capaz de dar a conocer el teléfono particular de Natalie Kitroeff, corresponsal del periódico The New York Times en México, sólo porque ésta se atrevió a formularle algunas preguntas con respecto a las acusaciones sobre el posible financiamiento oscuro de sus campañas.
Con dicho desplante dictatorial, el Tirano de Macuspana no sólo violó distintas disposiciones legales en materia de protección de datos personales; también colocó a dicha periodista en una situación de extrema vulnerabilidad, ya que ahora puede ser objeto de acciones de intimidación, hostigamiento, persecución, amenaza y maltrato en un país que se ubica dentro de los primeros lugares de agresión a la labor periodística.
Andrés Manuel López Obrador es, pues, un miserable dictador. Ya lo sabíamos y ya lo habíamos dicho. Sólo volvemos a confirmarlo.
Para colmo, el Tirano de Macuspana justificó su reprobable e ilegal proceder apelando a su dizque “autoridad moral y política”, o sea, que él se siente por encima de toda ley humana. Lo dicho: el tipo es un psicópata megalómano. Y hasta se atrevió a recomendarle a la periodista agredida “cambiar su número telefónico” para evitar molestias. Por cierto, las feministas de la Cuarta “Transtornación” Mental han callado con respecto a la “violencia de género” ejercida por AMLO contra Natalie Kitroeff.
Volvemos, pues, a constatar la esencia miserable de la dictadura que busca perpetuarse.
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