Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas
Se cumplieron 127 años del natalicio y 53 de la muerte de Louis Fischer, el periodista y explorador estadounidense que dio a la profesión brillantes momentos el siglo pasado.
Quienes son aficionados al cine sin duda identificarán el nombre con la extraordinaria película de Richard Attenborough, Gandhi (1982), basada en el libro homónimo de este hijo de un vendedor de pescado y fruta nacido el 29 de febrero del bisiesto 1896 en Filadelfia, Estados Unidos.
En un tiempo de gigantes del periodismo y la literatura, Fischer fue una cumbre. Al igual que John Reed, Arthur Koestler y George Orwell -por mencionar a sólo tres- fue arrastrado por la ola de entusiasmo que la revolución de octubre levantó en el mundo, y como otros de sus contemporáneos un día abrió los ojos al terror estalinista y puso distancia con el paraíso de los trabajadores.
En su día fue acusado de propagandista y compañero de viaje que hizo todo lo posible para justificar las purgas de Stalin y las campañas genocidas del padrecito en su construcción del paraíso de los trabajadores.
Pero un día abrió los ojos y su desencanto se vertió en uno de los capítulos de El Dios que fracasó, en donde André Gide, Ignazio Silone, Stephen Spender, Richard Wright y Arthur Koestler, también plasmaron su denuncia y su condena del sueño socialista.
Fischer, hasta su muerte, se vio a sí mismo como “un liberal de centro-izquierda, antiimperialista y promotor del cambio social”. En 1933 en la Alemania que ya asomaba al horror del nacionalsocialismo, los estudiantes azuzados por Goebbels para purificar a las universidades del Reich arrojaron a las llamas con particular entusiasmo El imperialismo petrolero: la lucha internacional por el petróleo, de Fischer.
La de Louis fue una compleja personalidad. Hiperactivo, con aspecto de niño malcriado y pasión por el trabajo, fue al mismo tiempo un hombre generoso que regaló los derechos cinematográficos de su obra e intervino a favor de Eisenstein en la disputa con Upton Sinclair sobre Tormenta sobre México, que el cineasta ruso filmó en 1933.
A lo largo de su vida escribió más de 20 libros y fue un reportero incansable que se involucró activamente en las corrientes que estaban modelando la historia del mundo. Tan sólo sus cartas ocupan 68 archiveros en la Universidad de Princeton, donde impartió cátedra al final de su vida.
Principalmente en inglés, pero también en alemán, ruso, hebreo y francés, las cartas dan cuenta del abanico de intereses que tuvo y la influencia que ejerció a lo largo de su carrera. Josip Tito, Sukarno, Robert Oppenheimer, Eleanor Roosevelt, Robert Kennedy, Jawaharlal Nehru, Gandhi, el comisario soviético para asuntos exteriores George Chicherin, Franklin Roosevelt, John F. Kennedy, Dwight D. Eisenhower, Dag Hammarskjöld, Henri Spaak y Anthony Eden, entre muchos otros políticos y estadistas, compartieron con Fischer su visión del mundo.
Gran parte de su correspondencia se refiere a la India, país que visitó en 1942. De sus encuentros con el padre de la independencia de la joya de la corona del Imperio edificado por la pérfida Albión habría de escribir Una semana con Gandhi y La vida de Mahatma Gandhi, el alucinante volumen que posiblemente sea lo mejor que se ha escrito sobre esa gran figura.
Es uno de esos libros por cuya autoría muchos habrían dado el brazo izquierdo. En él Fischer despliega, desde el párrafo inicial y a lo largo de 50 capítulos y más de 500 páginas, un estilo sobrio y directo que logran muy pocos de quienes se dedican a este oficio:
“A las cuatro y media de la tarde, Abha se presentó con la última comida que habría de tomar: leche de cabra, verduras crudas y cocidas, naranjas y una infusión de jengibre, limón agrio, mantequilla y jugo de áloe. Sentado en el piso de su cuarto en la parte posterior de Birla House en Nueva Delhi, Gandhi comió mientras conversaba con Sardar Vallabhbhai, primer ministro adjunto del nuevo gobierno de la India independiente.”
De esa comida frugal el Mahatma se habría de levantar para las oraciones vespertinas en el jardín en donde ya lo esperaba su asesino, Nathuram Godse, un ultracionalista convencido de que Gandhi estaba entregando el país a los musulmanes.
Al igual que Arthur Koestler, Fischer fue un errante que buscó encontrarse y conciliarse con sus herencia judía. Después de estudiar pedagogía y dar clases, se enlistó como voluntario en la Legión Judía organizada por el ejército inglés y sirvió en Palestina durante 15 meses, entre 1919 y 1920. Luego vivió en la URSS y sirvió al partido comunista con pasión talmúdica hasta su desencanto con la brutal dirigencia soviética.
En 1936 viajó a España como corresponsal de guerra y según una versión no desmentina, fue el primer estadounidense en darse de alta en las Brigadas Internacionales, concretamente en la Brigada Lincoln, que defendieron a la República. Es posible que haya conocido a Orwell y a Hemingway y quizá a nuestro Octavio Paz, aunque no he documentado esos encuentros.
Fischer murió de un infarto en Hackensack, Nueva Jersey, el 16 de enero de 1970. La noticia de su muerte ocupó pequeños espacios en páginas interiores de algunos periódicos.