Alejandro Rodríguez Cortés*.
Definida la autocracia como una forma de gobierno en donde la voluntad de una sola persona se erige en suprema ley, hay pruebas suficientes para concluir que la mal llamada Cuarta Transformación ha encaminado a México justo hacia allá.
El desprecio manifiesto de Andrés Manuel López Obrador por las normas legales si éstas no se acomodan a su anacrónica visión estatista y de absoluto control político, activaron las alarmas de quienes aspiramos a vivir en un país con equilibrios constitucionales y no perder una democracia largamente construída, que se materializó plenamente a partir de 1997 aunque el propio presidente asegure -autócrata al fin- que aquella llegó hasta el año 2018, justo cuando él mismo accedió al poder que ya no quiere dejar jamás.
Pero esa ominosa autocracia no se retrata sólo en el viejo populista madrugador que sí resultó un peligro para México, sino en muchos otros rostros:
-El de un partido que aspira rabiosamente a ser más priísta que el PRI, único, todopoderoso, ogro filantrópico.
-La figura de un ex ministro de la Corte que, arrastrando el prestigio que algún día tuvo, hace campaña por el oficialismo, aunque no renuncia a los privilegios que dice combatir y quien no dijo nada mientras fue miembro del máximo órgano de justicia que ahora quiere destruir.
-Los rostros de tres togadas abyectas al poder, una presuntamente plagiaria de su grado académica, una segunda casada con un miembro de la secta obradorista y la última ostensiblemente incapaz siquiera de litigar un divorcio.
-La triste fotografía grupal de 3 centenares de legisladores para quienes el ejercicio parlamentario es ser oficialía de partes de las perversas iniciativas del autócrata mayor, que ordena no quitar ni una coma de sus ocurrencias.
-Una inexperta secretaria de Gobernación, supuesta jefa de gabinete, que solícitamente opera para destituir a un ministro que osó respetar la Constitución en contra de la voluntad presidencial de imponer un obsoleto modelo eléctrico.
-También los rostros de titulares de organismos legalmente autónomos pero plegados a quien los impuso, y de no pocos periodistas que simplemente se “moleculizaron” y van más allá incluso del poco sano pero siempre presente periodismo militante.
Hay muchos ejemplos más, como los empresarios que en privado se quejan de las políticas públicas de la 4T pero en público sonríen, aplauden y aportan, temerosos de perder negocios o sufrir expropiaciones de facto.
Pero debo decir que no deja de sorprenderme el gran número de personas que, quizá sin saberlo, contribuyen al camino del autoritarismo mexicano. No pretendo negarles el derecho de opinar lo que les plazca y manifestarlo con su voto, que hace casi 6 años se volcó en un resultado incontrovertible y respetado aún por más de la mitad de la población que no opinamos igual.
Me resisto por ello a aceptar que no seamos más, muchos más, los que preferimos democracia, alternancia, libertad, competencia económica, educación aspiracional, seguridad y salud pública, prensa crítica y constructiva, desarrollo y progreso.
El tema, perdón que insista, es salir a votar, porque después no tendrá sentido lamentarse y protestar cuando ya no existan las opciones que por definición otorga la democracia e impide la autocracia.
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz