Boris Berenzon Gorn.
El aspecto más triste de la vida en este preciso momento es que
la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría.
Isaac Asimov
El año que concluyó se caracterizó por un rápido desarrollo de la inteligencia artificial. Desde la popularización de ChatGPT, innumerables herramientas ocuparon los reflectores para crear imágenes, videos, sonidos y música, diseñar proyectos de todo tipo, tomar el control de rutas de transporte y comunicación, organizar las finanzas, controlar dispositivos en casas y empresas, generar campañas de marketing, y la lista continúa por miles de páginas. Este año se espera un impulso aún mayor y se prevé que se incentivará a los pequeños creadores a lograr la adaptación de estas herramientas a prácticamente cualquier necesidad.
Desde que la IA se convirtió en tendencia, las opiniones han sido dispares. Pero, para ser justos, el peligro que los detractores señalan antecede por mucho a la era de ChatGPT. Ha sido una constante desde el desarrollo de la web y luego la web 2.0. Aunque muchos de los miedos propuestos nos hacen reír, otros tantos, por lo menos, nos deberían poner a pensar. Es cierto que la posibilidad de que la ciencia ficción nos alcance y llegue la temida era del dominio de la humanidad por parte de la IA es bastante lejana, al menos por ahora. Pero este no es el único panorama incierto para quienes consideran que la excesiva dependencia tecnológica podría venir en detrimento de las capacidades humanas.
El primer punto que se señala, y que no es baladí considerar, es el de la desigualdad en el acceso a la ciencia y la tecnología a nivel global, y en cómo la falta de acceso contribuye a más desigualdad y falta de oportunidades para los grupos vulnerables. Una sentida paradoja puede representarse si consideramos que mientras a inicios de este 2024 acaba de presentarse el primer auto volador del mundo, existen lugares donde la escuela o el hospital más cercano se encuentran a tres horas a pie. Los medios de transporte no solo son escasos, sino que no pueden adquirirse por falta de infraestructura, y hay personas lanzándose en tirolesas en toda Latinoamérica para acortar distancias sin importar si ponen en peligro su integridad.
Un ejemplo tan simple y quizá hasta absurdo como ese nos pone, sin duda, en perspectiva en relación con el desarrollo tecnológico. Por un lado, porque sabemos que mientras este desarrollo sea posible, seguirá creciendo a pasos agigantados, pero no se traducirá en la democratización de las mejoras; por el otro, porque visibiliza como un aspecto de la desigualdad el poco interés que la humanidad tiene en el bienestar humano, la sostenibilidad y la garantía de los derechos. La investigación en ciencia y tecnología, sobre todo en su vertiente privada, sigue desconectada de las necesidades de las mayorías.
En un horizonte donde la ciencia y la tecnología no son para todos, el nivel de compenetración y dependencia de esta también es diferente. El segundo punto tiene que ver con este hecho, pues a muchos preocupa que la ciencia y la tecnología impongan como única medida para su uso el contar con el poder para adquirir los avances, sin que sea necesario añadir algún tipo de capacitación, como sí ocurrió en la etapa del desarrollo manufacturero, y que, por lo tanto, se pierdan conocimientos y saberes que caracterizaban al desarrollo del espíritu crítico y las habilidades humanas.
Hay que admitir que aquí hay algo de nostalgia. No debemos olvidar que el miedo a ser reemplazados por máquinas es tan antiguo como la propia tecnología. Hubo terror con la imprenta, con el desarrollo industrial de las fábricas textiles en el siglo XIX, con la primera computadora, con el smartphone… Los cambios siempre generan algo de ruido y, sin duda, los seres humanos hemos experimentado incertidumbre ante cada uno de ellos, aunque el terror ante la inteligencia artificial se gestó hace muchísimo tiempo.
Sin duda, los saberes que teníamos para enfrentar la vida sin la tecnología se perderán, pero debemos preguntarnos si de verdad los necesitamos. Es decir, hoy en día ya no hay maestros cajistas, que para quien se lo pregunte, eran los encargados de llenar los moldes para imprimir acomodando las letras en orden. Seguramente su profesión involucraba contar con una gran cantidad de habilidades y saberes que se fueron perfeccionando con el tiempo, pero que hoy, con ordenadores e impresión láser, con la cada vez más inminente desaparición de la hoja de papel, se han vuelto obsoletos. Esos saberes se han perdido, pero se han ganado otros nuevos y probablemente los que ahora tenemos serán obsoletos en algunas décadas.
Pero, y este es el tercer señalamiento, no todos los saberes son prescindibles, y la dependencia tecnológica podría jugar en contra de los que sí necesitamos. ¿Cómo podemos identificarlos? En nuestros días es poco común que las personas busquen convertirse en enciclopedias andantes, como era popular décadas atrás. Aunque hay personas que saben muchos datos y conocen algunas áreas a profundidad, la mayoría de sus conocimientos están al alcance de una mano, o, mejor dicho, de un clic, y la memoria goza en general de poco prestigio. Algo similar ocurrió cuando se pasó de la oralidad a la escritura y la memoria dejó de ocupar el tabernáculo en que se le había puesto por siglos.
Sin embargo, aunque la memoria pueda parecer una señora anticuada, las herramientas asociadas a la crítica y la razón siguen siendo fundamentales, al menos para occidente. La tecnología podría hacernos creer que no tenemos que memorizar algo, incluso podría organizar un montón de cosas, pero ¿dejaremos que piense por nosotros? Ese es el miedo que muchos manifiestan ante la IA, que dejemos de ver como necesaria la interpretación, la selección de la información, el planteamiento de problemas, la generación de sistemas de pensamiento y el cuestionamiento de estos. En suma, que las herramientas cognitivas cedan ante la dependencia a la tecnología y que renunciemos a perfeccionar y ejercer el pensamiento crítico bajo la premisa de que un ordenador siempre lo hará mejor.
Los miedos bien podrían estar infundados. Quizá estamos ante una revolución donde descubriremos que para que la IA haga cosas extraordinarias necesita guías que sean capaces de controlar y moldear su camino siendo creativos y pensando fuera de la caja. Quizá el aprendizaje de nuestro tiempo no es la memoria, ni siquiera la búsqueda y selección de la información, sino la creación de rutas críticas y la implementación de ideas innovadoras. Quizá, solo quizá, el miedo a lo desconocido es otra vez un arma con balas de salva y nos mostrará que, al no tener que ocupar tiempo para las tareas que solíamos desarrollar a pie, podemos aprender a volar.
Esto no significa que el peligro no exista, sino que más bien, depende de nuestra capacidad para hacer un uso creativo y benéfico de las herramientas que tenemos a la mano. Sin duda, habrá, como siempre ha habido, quienes elijan realizar el mínimo esfuerzo y se limiten a gastar el tiempo ganado en hedonismo. Pero también, habrá quienes descubran que la optimización de las tareas puede ser la oportunidad de hacer cosas que requerían años de esfuerzo y sacrificio. En ambos casos, lo que está en juego no es la tecnología, sino la voluntad y decisión humanas. Néstor Garcia Canclini plantea que los ciudadanos podemos ser remplazados por algoritmos
Con todo esto, no quiero decir que no seremos dominados alguna vez por una inteligencia artificial tan perfecta que tome el mando del mundo. ¡Quién sabe! Pero por ahora, detenerse por el temor ante este hecho es no solo absurdo sino innecesario. La dependencia tecnológica no lo es tanto; se trata más bien de una dialéctica de mutua evolución. Pero como siempre, los problemas, si los hay, no tienen que ver con la tecnología, sino con la condición humana: la desigualdad, la pobreza, la falta de sistemas políticos representativos de la diversidad, el crimen, las injusticias, la explotación. Todos nuestros males encuentran en la tecnología un medio de replicarse y ese sí es un factor al que deberíamos prestar más atención.
Manchamanteles
De nuestra serie: “Enero para recordar poetas femeninas”, traemos a Gabriela Mistral con “Riqueza”. Un merecido homenaje.
Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída:
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas,
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida….
Narciso el obsceno
Ni tan bueno ChatGPT, no me supo decir que me depara el futuro.