Carlos Arturo Baños Lemoine.
Hoy no sólo se celebra la Navidad en el mundo cristiano católico. También se reivindica un ideal de familia más allá de dicha cosmovisión, aunque tocado por ésta: la familia tradicional o la familia natural, concepto que se refiere a la permanente y voluntaria unión de vida entre una mujer y un varón; unión abierta a la procreación, donde mujer y varón distribuyen y complementan esfuerzos para proveer y proteger a su progenie. Este concepto de familia resulta fundamental para darle continuidad a la especie humana sobre un soporte firme, estable y seguro.
Se trata de un ideal difícil de comprender en nuestros días, donde se exalta la fornicación irresponsable por todos lados, donde las parejas no suelen planear su futuro a largo plazo, donde los matrimonios o los concubinatos se resquebrajan con facilidad, donde madres y padres se deslindan frecuentemente de sus responsabilidades con respecto a sus hijos, donde muchas personas cambian seguido de pareja tan sólo para repetir y reproducir sus mismos patrones de inmadurez, y donde, incluso, se habla con total ligereza de “nuevos tipos de familia” que, en los hechos, sólo son pedacería de “familias” que ya fueron o que quisieron ser.
Basta con ver los libros de texto impuestos por el actual régimen populista-militarista para darnos cuenta de la cantidad de “familias que se reconocen como válidas”.
Además, el 25 de diciembre (25D) también incómoda mucho a las feministas pro-genocidio que conmemoran el 25 de noviembre (25N): mientras el 25D festeja el don de la vida y el nacimiento de una creatura, el 25N se solaza con los “pañuelitos verdes” que festejan el asesinato de un nuevo ser; asesinato que, en México y por determinación de la Suprema Corte de “Inmundicia” de la Nación, ya no debe ser penalizado. La “cultura de muerte” del feminismo ha llegado a relativizar el sentido de la vida humana al grado mismo de la negación, tal como han hecho todos los sistemas dogmático-totalitarios.
El 25D pone en el centro de todo a los menores. La estampa navideña es excelente aun para quienes no somos creyentes: el Niño Jesús en el pesebre y bajo una estrella, en el centro mismo del cosmos, rodeado amorosamente por su madre y su padre, por los Magos de Oriente, por los pastorcillos y hasta por los animales del establo. Y allí surge el excelso concepto de “La Sagrada Familia” que, más allá de sus connotaciones religiosas, nos remite a una unión heterosexual que, al procrear nuevos seres, establece un compromiso de vida para que estos nuevos seres cuenten con un lugar seguro para crecer y desarrollarse. Esto es la familia tradicional; esto es la familia natural.
Dichoso el niño que, al final del día y como el Niño Jesús, reciba el amor de su madre y de su padre haciéndole sentir y gozar el lugar que tiene reservado en el mundo.
Como podrán notar, mis amigos, en el fondo eso de “La Sagrada Familia”, de la familia tradicional, de la familia natural, no es un asunto de religión sino de elemental sentido común con respecto a las relaciones humanas.
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