Alejandro Rodríguez Cortés*.
No hay sorpresa. Si mintió cuando en 2005 pidió que lo dieran por muerto en la lucha por la presidencia de la República; si en 2012 prometió que se iría a su rancho de perder nuevamente la elección, y si en 2018 convocó a la unidad nacional y nada de eso hizo o sucedió, Andrés Manuel López Obrador sigue y seguirá mintiendo.
Gobierno de embustes: desde consultas populares piteras hasta cifras maquilladas de desaparecidos, pasando por cubrebocas que sirven para lo que sirven y no sirven para lo que no sirven; juramentos de incorruptibilidad; inauguraciones hechizas. Vaya, hasta con una sección de vodevil en donde, mentirosamente, se desmiente a sí mismo.
Mintió el presidente de la República al entregarle el bastón de mando a Claudia Sheinbaum y mantenerle fiel a sus designios e indicaciones; engaña con el cuento del sistema de salud danés, con la farmaciota y con el superpeso; insulta con sus abrazos a quienes son asesinados a balazos; cuenta mal a los muertos en Acapulco y a los opositores que salen a la calle a defender instituciones; culpa a todo y a todos de su incapacidad e indolencia; quiere ser el protagonista único, siempre y cuando ello no implique pagar costos políticos. AMLO vive para y por el engaño mañanero.
En el último trecho de su administración, disfraza la destrucción de transformación y a su autoritarismo le llama democracia. Apela a la misma ley que desconoce y deposita la justicia en el gelatinoso concepto de “pueblo bueno”, fuerza inmaterial que justifica su ambiciosa agenda política y su necio afán de perpetuarse en el poder.
López Obrador repudia lo que no avala sus mentiras. Desconoce la prueba PISA porque lo reprueba en materia educativa, pero celebra a las calificadoras financieras cuyas notas apenas aprueban de panzazo a las frágiles finanzas públicas nacionales. El libre comercio y los organismos internacionales son el lobo feroz asechando a la caperucita guinda, pero ésta presume una canasta con inversión extranjera y divisas producto de exportaciones, que debieran ser muchísimo más si no fuera por la necia abuelita, que se conforma con las dádivas de su generoso presidente.
Vaya: el problema para Andrés López Obrador no es que sus hijos trafiquen influencias para hacerse millonarios, sino el periodista que exhibe tales corruptelas; el sagrado proyecto transexenal justifica cualquier escándalo de corrupción y oculta la vergüenza de minar instituciones y ocuparlas con
abyectos seguidores o descarados cómplices, incluidos viejos y jóvenes vestidos de color naranja fosforescente.
El sexenio de la 4T terminará como se gestó, plagado de verdades a medias y mentiras completas, como la de un proceso electoral viciado de origen que, a pesar de todo, será una oportunidad para optar por dos únicas y claras opciones para la ciudadanía: seguir padeciendo la mascarada obvia u optar por la esperanza de no perder lo ganado antes del 2018 y aspirar a no repetir lo que hizo ganar al mentiroso.
(ESTA COLUMNA TOMARÁ UNA PAUSA POR NAVIDAD Y AÑO NUEVO, PARA REAPARECER EL 8 DE ENERO. LES DESEO LO MEJOR)
*Periodista, comunicador y publirrelacionista
@AlexRdgz