Por. Miguel Ángel Sánchez de Armas
En memoria de Jorge Alberto, quien está en el sueño
de la paz con Normita y nuestros padres
“Estaba por terminar el siglo diecinueve cuando Nietzsche recibió la visita de Lou Andreas-Salomé. ‘El siglo ya va a terminar’, comentó el filósofo loco a la vieja amiga. Se cuenta que entonces Lou tomó su mano y le respondió: ‘Tu siglo, mi querido Friedrich, apenas comienza’. Friedrich Nietzsche murió entre el ocaso del siglo que le tocó vivir y la aurora del siglo que le reconocería como uno de los más grandes y polémicos pensadores de todos los tiempos. El hombre que inspiró más de 300 composiciones musicales, entre las que destacan conocidas obras de Strauss, Orff, Wolf y por supuesto Gustav Mahler, consideró que ninguna forma de expresión podría ser comparable con la música”.
Tal comienza la espléndida presentación de Paulina Rivero Weber al libro-disco Nietzsche: su música, editado por la UNAM, que recupera una de las facetas menos conocidas de esta cúspide del pensamiento del siglo XIX, un hombre que en algún momento de su vida llegó a soñar en México como el país ideal para vivir … algo que lamentablemente no se concretó.
Rivero nos dice que detrás de la asimilación del pensamiento de Nietzsche en México se encuentra una singular y significativa historia de la situación cultural de nuestro país a partir de que Gabino Barreda implantó el sistema positivista para la educación de la nación. “Fue de la mano del pensamiento de Nietzsche que en 1907, Antonio Caso introdujo la filosofía de Nietzsche en México: a partir de ese momento, Nietzsche ha tenido un papel fundamental en la cultura de este país.”
Me honra compartir con mis lectores fragmentos de la presentación de la doctora Rivero al disco-libro:
“La faceta […] del Nietzsche músico, es fundamental para comprender al hombre y al filósofo. Y así lo consideró él cuando al referirse a su Oración a la vida expresó: ‘Deseo que esta pieza musical permanezca como un complemento a la palabra del filósofo que en el ámbito de las palabras, tuvo que quedar por fuerza oscuro. El pathos de mi filosofía encuentra su expresión en este himno’. Nietzsche fue siempre consciente de la oscuridad de su obra, o más bien de lo poco accesible que ésta resultaba para la mayoría. En una carta a Gersdorff, preguntaba: ‘¿Son mis escritos tan oscuros e incomprensibles? Yo pensaba que cuando uno habla de la angustia, aquellos que sienten la angustia entenderían.’ Si su música puede ser el ansiado complemento a la palabra es algo discutible, pero sin lugar a duda conocerla a fondo y gozar de ella nos acerca más tanto al hombre como al filósofo.
“La obra musical nietzscheana comprende más de 70 piezas de diferente tipo: composiciones vocales, instrumentales, coros a capella, música sacra -entre la que encontramos partes de una misa- música de cámara y música orquestal. Hasta muy recientemente muchas de estas composiciones habían permanecido desconocidas.
“[…] El primer apunte musical es un fragmento melódico escrito en una hoja de papel secante, que data de 1852. Hacia 1854 Nietzsche escucha el “Aleluya” de El Mesías de Händel, lo que le produce una fuerte impresión. En seguida decide componer música: ‘Me sentí embriagado por completo, comprendí que así debía ser el canto jubiloso de los ángeles… Inmediatamente tomé la determinación de componer algo parecido…’
“Nietzsche fue un intempestivo en todos los sentidos. Es notable cómo en plena juventud musicalizó el poema de Friedrich Rückert Aus der Jugendzeit (De la juventud) que añora la lejana y perdida juventud, y divide su obra poética en tres etapas diferentes; fue un genio precoz. No fue un niño ni un adolescente común; su seriedad y retraimiento eran causa de comentarios y bromas constantes. Este aspecto taciturno de su alma parece expresarlo en la melodía So lach doch mal (Ríe ya). Según Nietzsche, esa melodía pretendía expresar los aspectos taciturnos en la belleza de la naturaleza. Ya hacia 1862 escribe Da geht ein Bach (Por ahí pasa un río).
“[…] el joven Nietzsche fue llamado a ser docente en Basel, en donde hacia 1870 conoció al profesor de teología Franz Overbeck, quien sería un amigo de por vida, y a quien tanto debieron Nietzsche y su familia durante los difíciles últimos 11 años de vida del filósofo. Con él tocaría constantemente el piano a cuatro manos, y esa amistad lo motivó a escribir, entre 1871 y 1874, varios duetos para piano. Es ésta la época en que Nietzsche entabla una profunda amistad con Richard Wagner y su esposa Cósima, lo que le acercó aún más al mundo de la música. Por siempre el filósofo recordaría estos días como días de fiesta, de amistades profundas y vivencias plenas en compañía de los Wagner. A decir de Curt Paul Janz, 1871 fue el año más feliz en la vida de Nietzsche. […]
“El último de los duetos compuestos por Nietzsche, fue también su última composición. Es el Himno a la amistad, que como versión para piano data del 29 de diciembre de 1974. Sin embargo el primer bosquejo venía de la Navidad de 1872 en Naumburg. Nietzsche nunca dedicó a una composición tantos años como los dedicó a ésta. Es esta misma melodía la que trabajaría ocho años más tarde, en 1882, para musicalizar el poema de Lou Andreas-Salomé, titulado Gebet an das Leben (Oración a la vida). La transcripción para piano, así como la orquestación de esta obra, fue llevada a cabo en 1887 por Heinrich Köselitz, a quien Nietzsche siempre llamó Peter Gast. En los momentos en que Köselitz llevaba a cabo esta instrumentalización, le resultaba inimaginable pensar que pronto su amigo y maestro estaría sumergido en la noche más oscura. […] El mismo Köselitz confesó después que ese alejamiento se debió a que, ante la noticia de la locura del amigo, primero estuvo a punto de suicidarse, y luego a punto de enloquecer. Heinrich Köselitz (Peter Gast) nunca se perdonó no haber acudido a Turín a pesar de las constantes invitaciones, que eran ya casi una súplica del amigo para acompañarlo. Pero gracias a él la ‘Oración a la vida’ (para piano y voz) y el ‘Himno a la vida’ (para coro y orquesta) fueron las únicas obras musicales que Nietzsche llegó a ver publicadas. En cuanto al texto, en el poema de Lou Andreas-Salomé, Nietzsche encontró la expresión de su propia actitud hacia la vida. Porque su obra filosófica es un canto de amor y aceptación a la vida en su finitud. Él enaltece la vida, la ama como un amigo ama a otro: con su amor y desamor, con su dolor y su alegría. Para él la muerte no es algo ajeno a la vida; es la vida misma la que nos arranca hacia la muerte; la muerte es parte de la vida, es la forma de ser de la vida humana; la vida es finita, y somos el ser con plena conciencia de lo que esto implica.
“Este ‘Sócrates musical’ que fue Nietzsche, dejó por escrito un deseo respecto a su última obra. En una carta a Hans von Bülow, habla de su Himno a la amistad ya transformado en la Oración a la vida y dice: ‘En algún momento del futuro cercano o distante, debe cantarse en mi memoria, en memoria de un filósofo que no tuvo presente, que ni siquiera quiso tenerlo’ Ni Hans von Bülow, ni el mundo filosófico o musical prestaron atención a esa indicación.”